Revista Diario

El poder de la ignorancia

Por Seles
Conforme mi vida va pasando a través de mis ojos, voy comprendiendo algunas frases que solían decirme aquellos que intentaron enseñarme algo útil para la vida. Cada paso dado es una nueva palabra aprendida, una nueva obra a ejecutar, y un nuevo retrato que admirar.
Voy avanzando, es cierto, pero cuanto más avanzo, más lejos veo el final del camino. Siempre me siento como si cada vez que aprendo algo nuevo, el recorrido que, cuando era niña, se me hacía corto, ahora es eterno. Como si quisiera cruzarme toda Europa a pie.
Si yo, una simple muchacha que está destinada a pasar desapercibida y a aprehender desde el silencio puedo ver la magnitud del conocimiento, tanto occidental como oriental, ¿por qué no lo ven ellos?
Sí. Ellos. Aquellos los cuales les hemos cedido la batuta. Esos seres que sienten que son moralmente superiores a nosotros, y no son más que marionetas de su propia ignorancia. Ellos, que creen que tienen el derecho y el deber de juzgar qué se debe aprender y qué no, qué es útil y qué no sirve para nada.
Ellos, que ven una partitura como si de manchas se tratasen. Que cogen un libro mientras se ríen y dicen que, quien fuera su autor, no era más que un loco redomado. Que miran a la juventud y les temen, y por ello intentan retrasarles en cuanto a enseñanzas se refieren.
No es difícil saber de quién hablo. Aunque sí que es difícil que alguien acierte en mi pensamiento. Hay personas que me catalogaron como facha en su día (cuando ese concepto en la actualidad ha perdido todo su valor), ahora me pueden catalogar de roja... Pero lo cierto es que no me siento cómoda. No al menos con ninguna ideología española.
Ninguna. Cero. Nada.
Absolutamente todos los que tienen el poder para usarnos a su antojo se dedican a despotricar sobre los demás. ¿Soluciones? ¿Qué es eso? ¡Él dio unas soluciones de mierda! ¡Yo soy mejor, porque no tengo sus métodos!
Pienso en el pueblo, y por ello no hablo del pueblo, sino de mis arduos rivales del poder. Esos enemigos que sólo quieren ser más siendo menos.
Es triste ver hasta dónde llega el poder de la ignorancia. Hasta qué punto nuestra cultura es repudiada por nosotros mismos, y que en vez de animar a aquel que quiera hacerse por sí mismo (ya sea estudiando o trabajando) se le cierran las puertas en las narices.
Somos tan pobres en respeto y amor propio como en economía. Somos tan revolucionarios como un saco de patatas.
Y lo peor es que seguiremos así, por los siglos de los siglos, y todo aquel que piense diferente, o quiera actuar desde sí, ignorando al poder de la ignorancia, deberá partir a un nuevo mundo, lleno de dificultades, sobre todo lingüísticas. Pero un mundo lleno de caminos interminables e inabarcables que te esperan con los brazos abiertos.

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