Revista Educación

El poder de la mente y la madre que te parió

Por Siempreenmedio @Siempreblog

En estos tiempos que corren, en los que la actualidad da asco en muchos casos, me ha dado por caminar de vez en cuando. Caminar no de un lado a otro en mi día a día; no desde mi casa al gimnasio, al que ya no voy, sino a través de material volcánico, de pedruscos, veredas y pequeños matorrales. No lo hago sola; de ser así, mi torpeza habría provocado, tal vez, algún vuelo del helicóptero de emergencias. Por suerte tengo a quien me recoja de suelo. El pasado sábado, sin ir más lejos, en nuestra ruta hasta Montaña Guajara, me di cuenta del poder que puede llegar a tener tu mente cuando tras dos horas de camino las fuerzas físicas te dicen: “Mira, bonita, llevas tres mareos, la respiración a destiempo, las rodillas flojas y sensación de náuseas, tú verás lo que haces”. Sin embargo, en ese instante pienso en lo que me han contado los que ya han estado allá arriba: que la vista del Teide impresiona, que posiblemente sea la más bella de todas las que puedas imaginar.

Así que sin pensarlo mucho más decides que sí, que continuas hasta lo más alto, que al fin y a cabo para eso has venido. Te dispones a coger tus bastones telescópicos, de los que ya no puedes desprenderte, y dando el primer paso escuchas una voz detrás de ti: “Buf, qué dura es esa subida, parece menos de lo que es, da la sensación de que nunca vas a llegar”. Entonces te giras y miras al hombre que acaba de pronunciar tales palabras de ánimo: no sabes si matarlo con uno de los pedrolos que tienes a mano o hacer como si no hubieras oído nada. Ahí es cuando tu mente tiene que actuar; tachar con típex lo que acaba de oír y fijar con firmeza tu destino. E inicias la subida, tratando de llevar a buen ritmo la respiración, concentrándote en cada paso, contando piedras como si fueran ovejas, poniéndote pequeñas metas que te ayuden a ir superando la empinada.

Y claro, cuando llegas a donde creías que era el final, te acuerdas del hombre de abajo, porque efectivamente la ruta sigue y sigue. Delante de ti va quien te anima a continuar, pero ya no te fías tampoco de las palabras de quien, aún con amor, trata de engañarte para que no cejes en el empeño. “Ya no queda nada”, te dicen. “¡Mentira!”, piensas para ti. Entonces, hasta con cierto empute, te imaginas que transcurren ocho horas y tú sigues subiendo, que la noche te cae encima, que el viento te tambalea, que el frío te cala hasta los huesos, que… ¡que ningún helicóptero podrá rescatarte a esa altura! Y en todo ese pensamiento peliculero llegas por fin. Y claro, ves esto, y al segundo te olvidas de la madre que te parió.

El poder de la mente y la madre que te parió

Pico del Teide, 3.718 metros, desde Montaña Guajara. Abajo, el Parador Nacional.


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