Revista Opinión
Fotografo Mateusz Stachowski
Desde que Johanes Gutenberg imprimió su biblia de 42 líneas en 1455 cumpliendo la meta de mecanizar con caracteres móviles, un invento chino del año 593 que consistía en tablas de madera talladas con caracteres y dibujos que se impregnaban de color para imprimir documentos. El poder de la palabra escrita emprendió su recorrido de publicar y difundir normas, mitos, reglas, leyes, dogmas, teorías además de enunciados éticos y morales, que irían innovándose y desarrollándose a la par de las transformaciones de los conocimientos en todas las ciencias y artes.
Esta característica le confirió la propiedad de situarse al servicio de la filosofía, la historia, la literatura, la religión, la política, y demás ciencias que requiriesen de esta forma de comunicación; pero con una condición adicional, que le dotó con la posibilidad de ser a la vez un instrumento de insurrección y rebeldía o de sometimiento y control de la sociedad humana.
Hoy por hoy es de los inventos del hombre que más utilidades provee, incluyendo lo informativo, lo lúdico y lo cultural, además de los otros provechos anteriormente descritos.
Mas sin embargo no podremos sustraernos de admitir que la palabra discurseada en manos de un elocuente orador, ha sido tan eficiente o más que la palabra impresa, y hay cientos de personajes en la historia para recordarlo; Adolfo Hitler, Winston Churchill, Gandhi, Sócrates, Demóstenes, Martin Luther King, Jorge Eliecer Gaitán, Eva Perón entre muchos otros.
Gracias a que algunos hombres brillantes vaticinaron el beneficio que la palabra escrita ya popularizaba contenía; esta forma de comunicación se instituyó como un mecanismo sujeto al poder instaurado. Por ello fue posible encontrar a un Nicolás de Maquiavelo entregando en formato impreso en 1532 su obra El Príncipe, que él había creado desde 1513; demostrando con su publicación 19 años después de concebida, que él fue de los primeros eruditos que percibió lo contundente que resultaba su uso.
Varios años más tarde la imprenta permitió conocer el pensamiento y obra de otros ilustres letrados, como el Método de Rene Descartes publicado en 1637 o Leviatán de Thomas Hobbes que vio la luz en 1651 y La Ley de la Naturaleza de John Locke editada en 1664; obras todas que sentaron las bases para establecer importantes cambios sociales y políticos en su época y en etapas posteriores, inclusive en tesis actualmente aplicadas.
Confirmada ya su evidente importancia como táctica que alienta a protestar y sublevarse o aletarga y causa alienación; la escritura impresa es analizada 200 años después en 1854 por Henry Thoreau quien precisa en su obra Walden La Vida en los Bosquescomo existe un gran intervalo entre lo hablado y lo escrito, entre la lengua oída y la lengua leída, debido a que lo oído es transitorio, es sonido bruto que aprendemos de manera inconsciente de nuestra madre; mientras la segunda representa la madurez y la experiencia que revive el saber, y permite develar con un código único, los tesoros literarios ocultos desde tiempos antiguos.
Esta premisa que estableció Thoreau, es recogida por Leo Strauss y Harold Bloom. Strauss a partir de ella insta a reconocer lo importante que es aprender a leer, pero no de manera convencional sino tras de la superficie de los libros, en un sub mundo establecido por el autor y que yace ahí visible ante todos, pero que solo es manifiesto al lector acucioso. Harold Bloom simplemente afirma que el buen lector solo lee para sí y no por demostrar academicismo, se lee para sopesar y reflexionar como lo afirmó Francis Bacon, y no para construir argumentos con el fin de conversar o discursear, finaliza Bloom basándose en la tesis de Bacon.
Pero ciertamente todas estas expresiones en torno a lo profundo, lo milenario, lo intrigante y lo intelectual que resulta leer la palabra escrita, reafirman lo maravilloso del instrumento; cuan poderosa es su esencia y su provecho, además de cuan útil resulta para modelar a las masas, coadyuvando a mantener el estatus de quienes gobiernan.
Sin duda y sin haber siquiera hecho una pequeña referencia a la literatura, la palabra escrita es magnífica, eficaz, consistente y elocuente y seguirá siendo parte de nuestro devenir por muchas centurias más.
Desde que Johanes Gutenberg imprimió su biblia de 42 líneas en 1455 cumpliendo la meta de mecanizar con caracteres móviles, un invento chino del año 593 que consistía en tablas de madera talladas con caracteres y dibujos que se impregnaban de color para imprimir documentos. El poder de la palabra escrita emprendió su recorrido de publicar y difundir normas, mitos, reglas, leyes, dogmas, teorías además de enunciados éticos y morales, que irían innovándose y desarrollándose a la par de las transformaciones de los conocimientos en todas las ciencias y artes.
Esta característica le confirió la propiedad de situarse al servicio de la filosofía, la historia, la literatura, la religión, la política, y demás ciencias que requiriesen de esta forma de comunicación; pero con una condición adicional, que le dotó con la posibilidad de ser a la vez un instrumento de insurrección y rebeldía o de sometimiento y control de la sociedad humana.
Hoy por hoy es de los inventos del hombre que más utilidades provee, incluyendo lo informativo, lo lúdico y lo cultural, además de los otros provechos anteriormente descritos.
Mas sin embargo no podremos sustraernos de admitir que la palabra discurseada en manos de un elocuente orador, ha sido tan eficiente o más que la palabra impresa, y hay cientos de personajes en la historia para recordarlo; Adolfo Hitler, Winston Churchill, Gandhi, Sócrates, Demóstenes, Martin Luther King, Jorge Eliecer Gaitán, Eva Perón entre muchos otros.
Gracias a que algunos hombres brillantes vaticinaron el beneficio que la palabra escrita ya popularizaba contenía; esta forma de comunicación se instituyó como un mecanismo sujeto al poder instaurado. Por ello fue posible encontrar a un Nicolás de Maquiavelo entregando en formato impreso en 1532 su obra El Príncipe, que él había creado desde 1513; demostrando con su publicación 19 años después de concebida, que él fue de los primeros eruditos que percibió lo contundente que resultaba su uso.
Varios años más tarde la imprenta permitió conocer el pensamiento y obra de otros ilustres letrados, como el Método de Rene Descartes publicado en 1637 o Leviatán de Thomas Hobbes que vio la luz en 1651 y La Ley de la Naturaleza de John Locke editada en 1664; obras todas que sentaron las bases para establecer importantes cambios sociales y políticos en su época y en etapas posteriores, inclusive en tesis actualmente aplicadas.
Confirmada ya su evidente importancia como táctica que alienta a protestar y sublevarse o aletarga y causa alienación; la escritura impresa es analizada 200 años después en 1854 por Henry Thoreau quien precisa en su obra Walden La Vida en los Bosquescomo existe un gran intervalo entre lo hablado y lo escrito, entre la lengua oída y la lengua leída, debido a que lo oído es transitorio, es sonido bruto que aprendemos de manera inconsciente de nuestra madre; mientras la segunda representa la madurez y la experiencia que revive el saber, y permite develar con un código único, los tesoros literarios ocultos desde tiempos antiguos.
Esta premisa que estableció Thoreau, es recogida por Leo Strauss y Harold Bloom. Strauss a partir de ella insta a reconocer lo importante que es aprender a leer, pero no de manera convencional sino tras de la superficie de los libros, en un sub mundo establecido por el autor y que yace ahí visible ante todos, pero que solo es manifiesto al lector acucioso. Harold Bloom simplemente afirma que el buen lector solo lee para sí y no por demostrar academicismo, se lee para sopesar y reflexionar como lo afirmó Francis Bacon, y no para construir argumentos con el fin de conversar o discursear, finaliza Bloom basándose en la tesis de Bacon.
Pero ciertamente todas estas expresiones en torno a lo profundo, lo milenario, lo intrigante y lo intelectual que resulta leer la palabra escrita, reafirman lo maravilloso del instrumento; cuan poderosa es su esencia y su provecho, además de cuan útil resulta para modelar a las masas, coadyuvando a mantener el estatus de quienes gobiernan.
Sin duda y sin haber siquiera hecho una pequeña referencia a la literatura, la palabra escrita es magnífica, eficaz, consistente y elocuente y seguirá siendo parte de nuestro devenir por muchas centurias más.