Si fuéramos conscientes del poder que tienen las palabras y del efecto benéfico o destructivo que ejercen sobre los demás, e incluso sobre nosotros mismos, pensaríamos mejor las cosas antes de decirlas.
La importancia que tiene una palabra de aliento y de ánimo para el que está deprimido, la influencia que ejercen las palabras de los líderes de opinión sobre el resto de ciudadanos, el odio que pueden causar unas palabras de desprecio...
Decimos: "Las palabras se las lleva el viento". Y puede que sea cierto... Pero antes de llevárselas, las palabras ejercen su poder y causan su efecto sobre quien las recibe.
Hoy os traigo el cuento de la rana sorda, una fábula oriental que me encanta.
Un grupo de ranas iban atravesando el bosque cuando dos de ellas cayeron en un hoyo muy profundo. El resto de las ranas se reunieron alrededor del hoyo y comprobaron que era tan profundo que, por más que las ranas saltaran, no iban a alcanzar la orilla.
Comenzaron a gritarles diciéndoles que desistieran, que se dieran por muertas, que no lo iban a conseguir, que se ahorraran los esfuerzos porque sería imposible salir del hoyo.
Las ranas siguieron saltando con todas sus fuerzas, pero pronto una de ellas se dejó convencer por los gritos de las otras ranas, dejó de saltar, cayó al suelo y murió.
Sin embargo, la otra rana continuó saltando cada vez más fuerte, cada vez con más ímpetu y más precisión. El resto de ranas le gritaron que ya no sufriera intentando salir, que dejara de saltar.
La rana saltó más y más alto hasta que finalmente salió.
Ella pensó que sus compañeras estaban animándola todo el tiempo y les dio las gracias por su apoyo, que había sido fundamental para aumentar sus fuerzas.
Esta rana era sorda y no había escuchado las palabras de sus compañeras.