En México existe un dicho que dice “en la mesa no se habla de fútbol, ni política, ni de religión” y categóricamente añado “ni de la educación de los hijos” Y es que opinar de los hijos de junto es muy sencillo siempre y cuando los nuestros estén lejos, dormidos o no tengamos.
Y es que pareciera que el tema de la crianza fuera un tema abordable –y opinable- incluso para los que no han pasado tres noches sin dormir, aquellos que no han vivido una pataleta en el súper mercado o aquellos que sucumbieron ante el chocolate de la caja registradora ante cualquier indicio de un reproche en altos decibeles.
¿Quién dijo que ser padre fuera sencillo?
Es más, ¿quién nos enseñó a ser padres?
Si bien el corazón nos dicta la mayor parte de cómo actuaremos ante la educación de nuestros hijos, también ha de intervenir la razón.
Y es que todos en algún momento hemos perdido la paciencia y nos hemos visto en situaciones “comprometedoras” con tal de no pasar un mal momento…
Mucho se ha hablado de la generación que ahora somos padres:
Que si somos la generación del “no repito lo que hizo mi padre”, “mejor somos amigos”, “pon limites amorosos”, e incluso se habla de padres regañados, hijos tiranos, hijos leones…
Al humano nos encanta categorizar y poner etiquetas, “yo soy del tipo tal”, “ella es un poco así” tratamos de sostenernos de alguien que, a partir de la teoría nos reafirme lo bien -y justificado- que lo estamos haciendo.
Lo que es innegable, es que todos buscamos tener una buena relación con nuestros hijos, que sean personas de bien y que sean felices.
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Pero, ¿cómo lo podremos lograr?
Es cierto que no existen fórmulas mágicas, que hemos de tener perseverancia, paciencia, empatía y voluntad para hacer que funcione
En nuestros países latinos, tenemos por herencia la educación tradicional:
- Esa que con los ojos al abrirse demasiado nos dice “alto ahí”,
- Palabras “tiernas” que ejercen poder como que “cochinito”, “que flojito… igualito que papá”,
- Una nalgada a tiempo es mejor,
- Calla que te lavo la boca con jabón,
- Un buen berrinche, al agua fría y verás como no lo hace más,
e infinidad de técnicas “probadas por generaciones”.
Afortunadamente tenemos la posibilidad de cambiar los patrones con los que fuimos criados, de cuestionarnos si esa es la educación que nosotros deseamos para con esos seres a quienes más amamos.
=Lectura recomendada: Cómo fortalecer la salud emocional en nuestra vida=
Estos patrones a modificar tendrían que ver directamente con la forma en la que hablamos, nos comunicamos y cómo establecemos límites.
Comencemos con el poder de las palabras, el cerebro humano está “diseñado” para el desarrollo del lenguaje, y es mediante éste que los individuos se interrelacionan con la sociedad.
Aprenden a través de éste, descifran mensajes, contextualizan e integran las acciones mediante las palabras.
Los primeros contactos lingüísticos se tienen con los padres –cuidadores- ejerciendo una veracidad en la formación de los conceptos infantiles.
Los primeros años de vida forman la personalidad del niño.
Imagina entonces la influencia para bien y para mal que tienen nuestros actos y el poder de las palabras en la crianza…
La personalidad se construye mediante la interrelación existente del niño con su medio, las palabras, el contacto, las acciones, las actividades, etc.
Entonces, pensemos en los ejemplos clásicos de crianza, cuando decimos reiteradamente a un niño que es flojo, al paso del tiempo ¿qué autopercepción puede tener ese niño?
Vayamos al plano físico, si para establecer límites incluimos la violencia física, el mensaje que estamos enviando se dirige al no hagas, al temor que esta acción puede ejercer de forma tal que el niño no lo repita.
Las agresiones físicas no invitan a la reflexión de lo sucedido y del porqué es peligroso.
Por tanto el niño no comprende –porque no se le ha explicado- que esto es inadecuado por tal o cual cosa.
Cuando decido tener una relación respetuosa con mi hijo, no es equivalente a tener un niño mal criado.
De igual forma se establecen límites y habrá cosas que no son negociables.
Cada quien es libre de marcar las cosas prioritarias que quiere que su niño aprenda y ejerza con total conocimiento de causa.
Cuando ejercemos violencia física, nos justificamos con un “matiz amoroso” para estas acciones, algo así como “es por tu bien”.
Analizando esta situación, nosotros –que somos los adultos- exigimos que ellos se autocontrolen en el supermercado pero, ¿no podemos autocontrolarnos para evitar los golpes? Me parece una acción ventajosa que no permitiríamos si fuera nuestro jefe o nuestro marido, aun cuando fuera para nuestro bien.
Actualmente escuchamos noticias terribles que se han desencadenado por abuso, a veces el abusador y en otras el que harto de ser sometido toma decisiones fatales.
El bullying, el ciberbullying, la baja autoestima, la depresión, son graves indicadores de la falta de comunicación que existe en casa, de una sociedad desfragmentada, violenta y poco empática en la que se desarrollan los niños actualmente.
Existe mucha violencia en las calles, en las escuelas, en los programas de televisión.
No necesitamos que también exista en nuestra casa.
Sí, tenemos un rol muy difícil de desempeñar, somos los papás de los próximos gobernantes, maestros, policías, pintores, astronautas y doctores de nuestro mundo ¿Cuál será tu aportación?