Revista Cultura y Ocio

El poder de las palabras: la excursión y la máquina de escribir

Publicado el 22 octubre 2010 por Almargen
El poder de las palabras: la excursión y la máquina de escribir"Soy Laura vivo en Madrid y mis abuelos maternos fueron maestros de este pueblo y me han traído a conocerlo. Zaorejas, 9 de mayo de 2010."  Estas son las palabras que una niña llamada Laura dejó escritas en el libro de firmas (cuya página fotografié este verano) del centro de interpretación de la naturaleza del Alto Tajo, en el pueblecito de Zaorejas. Debajo podéis leer la frase que cierra un hermoso círculo: "Los abuelos somos Mary y Elías y estamos encantados de haber venido a recorrer todo el Tajo con nuestros hijos y nietos". Zaorejas está en medio del Parque Natural del Alto Tajo, allá donde Guadalajaa casi limita con Teruel, y hasta allí (más allá incluso) nos llevó Manolo, el propietario del hostal en que nos alojamos, en Priego, los poetas que participamos en el curso-homenaje a Diego Jesús Jiménez el pasado mes de julio. Conmigo venían los dos antonios: Antonio Hernández y Antonio Carvajal (abajo podéis ver la foto en uno de los miradores abiertos al precipicio y a las profundas hoces del Tajo) y con ellos entré en el Centro de Interpretación del parque. La anotación de la niña me pareció, de por sí, un microrrelato. Diría más: la posibilidad de una novela corta. La chiquilla que vuelve al lugar en el que, mucho tiempo atrás, sus abuelos fueron maestros era algo verdaderamente conmovedor: no sé si una historia parecida ha sido alguna vez contada. La historia se enriquece aún más con la presencia de los abuelos, que dejan escrita también su frase. Cuando salimos del Centro, mientras los dos antonios y nuestro guía Manolo se entregaban a una conversación sobre la guerrilla republicana entre aquellos montes, yo paseé por las calles de Zaorejas sin dejar de pensar en aquella pequeña historia. Imaginé la peripecia de los abuelos maestros en los años 60 en aquel territorio casi incomunicado y pensé, también, en la suma de emociones que habrían acumulado ellos y la nieta mientras recorrían los lugares donde fueron jóvenes. Y me dije, además, que aquellos abuelos eran unos privilegiados del mismo modo que lo era la nieta. Seguro que vivió la realidad de los lugares que, seguramente, sus abuelos y sus padres (también presentes en el viaje) le habían descrito en multitud de relatos sobre su pasado. Una curiosa experiencia que me gustó vivir. Aquí os la dejo para que la juzguéis y la valoréis.El poder de las palabras: la excursión y la máquina de escribirEl poder de las palabras: la excursión y la máquina de escribirEn el libro de firmas vivía la magia de las palabras. Seguro que en cada una de sus páginas, encima de la firma de cada visitante había también una pequeña historia. Probablemente no tan sugerente y bella como la que acabo de relatar, pero reveladora de la capacidad que tienen las palabras de fijar en el tiempo experiencias y evocaciones. De palabras, y de lenguaje, habla también la otra fotografía. Es mi máquina de escribir, sin uso desde hace décadas, colocada como un elemento decorativo en nuestra casa de Gargantilla, en el refugio del valle. Un hermoso animal procedente de la prehistoria de la tecnología de la escritura. Una Olivetti de los años cuarenta que compré al pasajero Partido de los Trabajadores de España cuando, ante su disolución, procedió a liquidar viejos materiales de oficina en un local de barrio. En ella he escrito muy poco. Ha sido para mí una suerte de talismán, el objeto evocador de un tiempo personal muy remoto: el de mis clases de mecanografía en una academia nocturna del barrio de la Concepción a mediados de los años sesenta. Aunque no era una Olivetti, sino una Underwood de los años treinta tenía también las teclas circundadas por pequeños anillos metálicos (era extremadamente incómodo y doloroso que se colaran los dedos entre ellos cuando imprimía velocidad a mi escritura) y con una cinta de doble color, rojo y negro. Tal vez en aquellas lejanísimas clases de mecanografía en la vieja academia de piso a la que acudía cada dos anocheceres de aquellos inviernos interminables fermentara mi pasión por la literatura y se forjaran los rudimentos de este oficio inigualable de juntar palabras e inventar mundos. Tal vez. La vieja Olivetti llegó desde aquel tiempo aunque yo la rescatara mucho más tarde. Y allí está, en la casa que fuera del padre. En el refugio.
El poder de las palabras: la excursión y la máquina de escribirPrimero las máquinas portátiles, infinitamente más ligeras, después las eléctricas, más tarde las electrónicas y, al final, los ordenadores, de mesa o portátiles, relegaron a aquellos animales negros a la condición de hermosas piezas de museo, de elementos decorativos con los que soñar un tiempo desaparecido. Y, con ellos, con cada paso tecnológico adelante, avanzaron las palabras, avanzó el lenguaje para generar nuevos mundos, para pensar y reflexionar, para describir la realidad, para retratar los recovecos menos visibles del espíritu humano.
Máquina de escribir y música: un maridaje extraño al que encontró un espacio de convivencia un compositor del siglo XX. Leroy Anderson. Os dejo con este maravilloso vídeo en el que la Orquesta Sinfónica de Michoacán interpreta brillantemente su creación "La máquina de escribir". Disfrutadla.
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