Gabón es un pequeño estado africano de poco más de un millón de habitantes, bastante desconocido entre nosotros, rico en petróleo y maderas preciosas, ex colonia francesa y que ha vivido bajo la presidencia de la misma familia, los Bongo, desde el año 1967. Lo más probable es que no lo sepa, pero celebró elecciones a finales de agosto. Tras un recuento desesperantemente largo, de cuatro días, la Comisión Electoral anunció la semana pasada que Ali Bongo, presidente del país desde que lo heredara a la muerte de su padre, Omar, en el año 2009, ganaba los comicios por poco más de 6.000 votos. Se hicieron públicos datos como que el porcentaje de votos a favor de Bongo en una provincia concreta del país, Haut-Ogooué, llegaba al 95 %. La tasa de participación en la misma zona rozaba el 100 %.
La reacción inmediata sobre el terreno fue una ola de ira popular que prendió en llamas el Parlamento y disturbios en las calles de Libreville, la capital gabonesa, duramente reprimidos por las fuerzas armadas. Jean Ping (adversario más próximo a Bongo) proclamó en Twitter que los helicópteros del ejército habían bombardeado la sede de su partido antes de asaltarla, provocando dos muertos. Posteriormente aseguró ante los medios franceses que el gobierno ha asesinado a entre 50 y 100 personas en estos días.
La situación en el país es incierta y no parecen existir datos contrastados sobre el alcance real de la violencia. El corte en el suministro de internet y telefonía, el silencio oficial y mediático gaboneses y el ruido habitual en redes sociales hacen que sea muy complicado formarse una idea aproximada de lo que sucede. Gabón sigue hoy cuidadosamente “extirpado” de la aldea global en la que vivimos vía apagón de internet, mientras nos llegan rumores muy amortiguados de represión y datos sin contrastar de un número indeterminado de muertos, heridos y detenidos.
“Todo está muy confuso”, reconoce Maïta Rogandji en Twitter, desde Madrid, donde vive desde hace ocho años. “Toda la información que tengo de Gabón, a día de hoy, la obtengo primero de mis familiares que están allí, en Libreville o Port Gentil”, continúa, antes de recalcar su preocupación por la familia y los amigos que quedan en el país, situado entre Guinea Ecuatorial, Camerún y la República del Congo. “Muchas veces no logramos hablar con ellos porque las comunicaciones se cortan. Ellos difícilmente pueden llamar al exterior o incluso en el propio Gabón. No tienen acceso a internet. No se pueden mandar sms. Nos piden a nosotros que les contemos lo que pasa en otra ciudad, en otro barrio, para poder estar al tanto”.
Politización
Nadie niega, a estas alturas, la indiscutible importancia de la movilización ciudadana online durante las Primaveras Árabes, especialmente en los casos de Túnez y Egipto. Sin embargo, se escamotea a los países africanos que se sitúan por debajo del cinturón del Magreb la capacidad de movilización, organización y activismo que se reconoce a sus vecinos del norte. Muchas veces por pura ignorancia.
Se olvida que gran parte de la ciudadanía de Senegal se opuso a un tercer mandato presidencial de Abdoulaye Wade en 2011 y que los más jóvenes, armados simplemente con sus móviles, evitaron el fraude electoral a pie de urnas en 2012 y movilizaron a la población en redes y calles. También se omite el hecho de que lo sucedido en Senegal no es una excepción. Si tomamos, por ejemplo, el caso del África occidental francófona, tras #Sunu2012 llegaron otras revoluciones exitosas o frustradas, como la que enfrentó a partidarios y detractores del actual presidente de la República del Congo, Denis Sassou Nguesso, en el poder desde 1997. Vimos cómo los burkineses se organizaron en 2014, también en calles y redes sociales, para acabar con la dictadura de Blaise Compaoré. Y llevamos tiempo documentándonos sobre movimientos jóvenes contestatarios, con enorme presencia en internet, que crean redes de trabajo solidario y puesta en común de experiencias con otros jóvenes de países vecinos y se oponen a dirigentes que parecen buscar eternizarse en el poder, como Joseph Kabila en República Democrática del Congo (Lucha y Filimbi). Preferimos pasar de puntillas sobre el hecho de que existen campañas como #ThisFlag, que pretende aglutinar el malestar ciudadano zimbabuense en torno a determinados símbolos y organizar una protesta continua, digna y efectiva contra Robert Mugabe. Y que ese movimiento se replica en Uganda contra Museveni, en Camerún contra Paul Biya, etc. etc. etc.
Un estudio de Portland Communications subrayaba en 2015 la fuerte carga política de las redes sociales en África. El porcentaje de tuits políticos en ese año superaba el 8 % en el continente y apenas llegaba al 2 % en Reino Unido y Estados Unidos. Aunque –al igual que sucede en el resto del planeta– los temas más frívolos y el uso lúdico de las redes sociales imperan en África, con un 20 % de los hashtags del año, la política motiva uno de cada diez hashtags populares en el continente.
Portland Communications señaló algunas de las características más interesantes del uso de las redes sociales en África: la trasnacionalidad de los debates (su panafricanismo, aunque diría que fragmentado por comunidades lingüísticas: lusófona, francófona, anglófona), el aplastante predominio del inglés como lengua franca (77 % de los tuits), la poca relevancia de la publicidad de marca (los hashtags comerciales son 25 veces menos prominentes en el continente que en Estados Unidos) y el peso específico de gigantes anglófonos como Egipto (500 millones de tuits), Nigeria (360 millones), Sudáfrica (325 millones), Kenia (125 millones) y Ghana (70 millones), en un panorama en el que el volumen de tuits geolocalizados en África se ha multiplicado por 34 en apenas tres años.
Si nos referimos al uso político de las redes sociales, resulta fascinante observar que, aunque este tipo de comunicación incluya, obviamente, a militantes de partidos, es mayoritariamente asumido por ciudadanos normales y corrientes que debaten, protestan, informan y no se afilian a un partido ni reciben un sueldo o respaldo de ningún tipo por su labor. Ciberactivistas aficionados que se embarcan en una especie de cruzada, movidos por el amor por su país y el deseo sincero de construir una realidad mejor a nivel panafricano. En este sentido, la conexión entre países que comparten lengua, excolono y cultura es evidente en el encadenamiento de hashtags y temas de interés y también en las muestras de solidaridad. El ciberactivismo africano tiene claro que se actúa localmente y se piensa y se crean alianzas regional y globalmente.
“El soy Gabón tiene que tener la misma cara que el soy Siria/Francia/Niza”, precisa Maïta, de nuevo desde Madrid. “El dolor y el horror humanos tienen que ser denunciados con la misma fuerza. Da igual de donde provenga. Hay que situar Gabón en un mapa, quiénes somos. Un país rico –con su suelo, subsuelo, fauna– y un pueblo extremadamente pobre que ahora, después de 50 años de una dinastía, ha decidido asumir sus responsabilidades, negándose a seguir con la injusticia”.
Apagones
Las redes sociales africanas han puesto en cuarentena a los medios y los expertos occidentales para virar los ojos hacia sus propios referentes, como Anne Gueye, Cheikh Fall, Daouda Coulibaly y Rosebell Kagumire. A pesar de eso, todos son conscientes de que cualquier batalla moderna se libra también en los medios globales y llegan a ellos a través de las redes sociales, convirtiéndose en fuente, referencia y protagonistas de sus historias.
“Como hemos visto en diversas crisis, las redes sociales acompañan a las reivindicaciones sociales ya que permiten lanzar consignas, coordinar manifestaciones, difundir las imágenes de la represión violenta y actúan, de esta manera, como contrapeso de los medios oficiales.”, explicaba la tuitera Anne Gueye en un artículo firmado por Carlos Bajo Erro en Planeta Futuro. Lo curioso en las redes sociales africanas, como apunta Gueye, es que no van en detrimento de las movilizaciones sociales en la calle, sino que las coordinan, impulsan y se retroalimentan mutuamente.
Los usuarios de las redes sociales africanas se organizan a través de WhatsApp o Facebook para protestar en las calles y se adaptan rápidamente a la evolución de la situación en sus países: los gaboneses cantan el himno para no ser atacados por las fuerzas de seguridad, los zimbabuenses se coordinan para vestirse de negro todos los viernes y mostrar así su malquerencia a Mugabe, los ugandeses intercambian información sobre cómo burlar los apagones informáticos a través de las Redes Virtuales Privadas (VPN por sus siglas en inglés).
Probablemente sea esto lo que ha animado a algunos gobiernos africanos a normalizar la práctica de los apagones de telefonía e internet. Especialmente en contextos electorales. Esos apagones se están convirtiendo en un instrumento más de control de la población, además de integrarse en el manual de gestión de crisis de las autoridades de diferentes países para escamotear su realidad del panorama mediático de la aldea global, al menos de manera temporal y hasta que el interés internacional por su situación se difumine. La tendencia triunfa en África, si hacemos caso a los datos que circulan por internet. La campaña Keep It On documenta estos apagones en seis países africanos en 2015: República Democrática del Congo, Níger, Togo, Argelia, República del Congo y Burundi. Argelia reincide en el primer semestre de este año, acompañada por Chad, Uganda y Etiopía. Gabón es el último ejemplo, pero se ha llegado a subir al carro del debate sobre la necesidad de estos apagones hasta la muy democrática Ghana, ejemplo de estabilidad política para la región. El presidente John Dramani Mahama tuvo que desmentir este verano al inspector general de policía, John Kudalor, que propugnaba ese apagón durante unas horas en la jornada de las elecciones del próximo mes de noviembre, a fin de evitar la desestabilización del país a través de informaciones falsas.
Maïta, en Madrid, se centra en intentar concienciar a sus vecinos de lo que está sucediendo en su país e impulsar el cambio que desea, con perseverancia, pero sin ingenuidad. “Sabemos perfectamente que [Jean] Ping se ha beneficiado del sistema Bongo”, enfatiza. “Ping es para nosotros un medio de acabar con el sistema Bongo. Nada más. El pueblo no actúa bajo las órdenes de Ping, sino guiado por su propio ¡basta ya!”.
Jean Ping es diplomático y político: estuvo casado con una hermana de Ali Bongo, Pascaline, con la que tiene dos hijos y formó parte del sistema Bongo hasta hace casi nada. Le respaldan su experiencia en organismos internacionales, como la Comisión de la Unión Africana que presidió, y contactos entre los gobernantes africanos y europeos a los que ha frecuentado en las últimas décadas, muchas veces, al servicio de Bongo. Puede presumir de una línea directa con los medios franceses, que le dan cancha libre para expresar sus quejas y datos… cuando consiguen ponerse en contacto con él, burlando apagones de las comunicaciones. El Partido Socialista Francés le expresó su apoyo en plenas elecciones y un consejero del presidente marfileño, Alassane Dramane Ouattara, fue fulminantemente destituido la semana pasada acusado de haber conspirado con él para desestabilizar el país durante las elecciones, ataque informático incluido. El gobierno gabonés, por cierto, mantiene retenido a un grupo de informáticos marfileños a los que acusa de tentativa de pirateo de las elecciones.
Desde Madrid, Maïta se expresa en un español perfecto e intenta exponer sus ideas con claridad y precisión, evitando los sofocos. Sin embargo, le puede la indignación a ratos, además de la inquietud por los seres queridos que están en su tierra. “Si hubiésemos tenido un perro frente a Bongo, hubiéramos votado al perro”, lanza con contundencia y me propone enviarme las pocas fotos de la situación en Gabón que circulan por redes sociales, previas al apagón y firmadas por agencias de noticias internacionales.
En Gabón la presencia mediática extranjera es mínima y la local, según Maïta, es de cabeceras afines al gobierno. Las noticias que leemos en España sobre el tema se pueden firmar en Dakar o Madrid, si no son copias de las de las agencias francesas sobre el terreno. Consciente del escenario y de la importancia de las relaciones públicas en estas situaciones, la diáspora gabonesa se organiza por todo el planeta.
Hay una corriente general fuera del país, que el propio Ping encabeza, solicitando un recuento de votos. Una opción, por cierto, que él negó a Laurent Gbagbo en las elecciones marfileñas de 2010 y que Francia también apoya. Lo que en Costa de Marfil acabó con 3.000 muertos según la ONU y un presidente africano en La Haya puede reconducirse hacia la negociación y la paz en Gabón. Y si eso pasa, se deberá, en gran parte, al trabajo incansable del ciberactivismo de las sociedades civiles africanas.
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