El periodista Ignacio Escolar respondía ayer a las preguntas de las lectoras y lectores del diario Público, a través de las charlas digitales organizadas por este periódico. Todas las cuestiones planteadas tenían como hilo conductor la coyuntura política, económica y social adversa que estamos atravesando, y entre ellas hubo una que me llamó especialmente la atención. Decía textualmente: “Adocenada, lanar, aborregada, sumisa. ¿Cómo definirías a la clase obrera? ¿O no existe como tal?” La contestación de Ignacio Escolar fue tan concisa como contundente: “Asustada. La clase obrera está asustada. También lo está la clase media, la media baja, la media alta y la alta. Sólo así se entiende la actitud ante la crisis, y es comprensible el miedo”.
Se podrá decir más alto, pero no más claro. La ciudadanía en su conjunto, más allá de su situación personal, laboral o económica, vive presa del pánico y éste es un sentimiento que nos atenaza, nos inmoviliza y nos impide actuar o tomar decisiones. Estamos en estado de sock permanente, sobrecogidos por la magnitud de un desastre, que amenaza nuestro futuro y derrumba todas las certezas que creíamos inamovibles. Cuando parecía que la tempestad amainaba, ha llegado el mes de mayo para volver a hundir nuestro ánimo. Creo sinceramente que hay una estrategia orquestada por el poder para socializar el miedo porque saben que una sociedad atemorizada es una sociedad conquistada; así se explica la aceptación sumisa de la política regresiva y reaccionaria impuesta por los Gobiernos de la Unión Europea.
El mercado se ha hecho con el control de nuestras mentes mediante la manipulación del lenguaje y la difusión de mensajes interesados; el capitalismo ha conseguido, de hecho, hacernos olvidar que es responsable directo de la crisis actual y, aún más, ha logrado incluso salir reforzado del caos al que nos ha conducido, presentándose ahora como el salvador de un modelo de desarrollo, que hace dos años se consideraba fracasado. ¿Qué ha ocurrido en este tiempo? Muy sencillo: nos han inoculado el virus del miedo y sólo somos capaces de cruzar los dedos, al tiempo que decimos, en voz baja, ”virgencita, virgencita, que me quede como estoy“. Hemos dado luz verde al mercado para que actúe con plena libertad. Le dejamos hacer y él hace lo que mejor sabe: desmantelar el estado del bienestar a trompicones y aumentar sus beneficios y su poder, mientras la sociedad intenta sobrevivir tan anestesiada como desmovilizada.