“El Poder constituyente es el poder del pueblo, originario e indelegable. Es la soberanía. El Poder constituido es la institucionalidad creada para ejercer poder público. En sentido genérico, es el Estado y Gobierno”, es la explicación que últimamente comienza a susurrarse por las calles limeñas, a propósito de la posibilidad de una innovada convocatoria constitucional solicitada por el Presidente Martín Vizcarra en su reciente discurso patrio ante el Congreso de la República del Perú, que partiría con la realización de un próximo referéndum para el relevo presidencial y parlamentario del Estado. Como para nuestros oídos este tipo de pláticas son familiares debido a haber sido partícipes del emergente gobierno chavista de la década del 90 en la otrora Venezuela saudita que planteaba algo similar, que mejor que emitir algunas cavilaciones al respecto.
Se acababa el siglo XX y era materia de una supuesta refundación popular el hoy tristemente estado venezolano, rebautizado como bolivariano, por fines políticos supuestamente socialistas. Detrás de todo aquello, nadie dudaba, incluida la clase alta venezolana, coloquial y despectivamente llamada “sifrina” por los chavistas acaudillados en el poder político de turno, nadie veía con malos ojos, repito, y más aún con malos augurios a futuro, que algo iba a salir mal si se refundaba la república, tan mal como para pronosticar una literal hambruna en el inmediato siglo XXI.
Todos estaban inusitadamente de acuerdo que toda aquella clase política existente en las curules parlamentarias eran un cuento de nunca acabar, entre gobiernos que le habían dado la espalda al pueblo pobre, liderados por dos tendencias políticas bien marcadas, cual demócratas y republicanos en los Estados Unidos de Norteamérica. En Venezuela Acción Democrática y el Partido Social Cristiano COPEI. La mejor huella de todo aquel contrapunteo político eran los más recientes presidentes Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera. Sin embargo, hasta ellos se vieron obligados a coincidir en que había que darle poder al pueblo a través del poder constituyente, y qué mejor que convocando a una Asamblea Constituyente que dé como parto una nueva Constitución. En suma, refundar la República con la tan mentada Quinta República, propiciada precisamente por el movimiento V República que lideraba el que hacía muy poco había intentado llegar al poder a través de un golpe de estado.
Y he ahí el detalle, la política se envolvió de la fuerza bruta militar y sin embargo, el pueblo compró el discurso político y el carisma del caudillo, al extremo de catapultarlo a la presidencia rebautizando la República Bolivariana de Venezuela.
Cuando uno analiza las arengas y los grandes discursos, cargados de buenas intenciones de reivindicación social, llega a tener una relación eminentemente política con sus nuevos líderes y ve que efectivamente con decisiones políticas se pueden derrumbar castillos de naipes, como los castillos de los eternos dueños del poder indiscriminado que suelen tener muchos ciudadanos en nuestros países subdesarrollados, gracias a la explotación de las grandes mayorías. Y suena bien que se tengan estas licencias en un poder emergente cargado de buenas intenciones, pero, y aquí nos detenemos, qué sucede cuando nos olvidamos que hay un componente gigantesco, organizado con intereses distintos al interés civil, como es el componente militar que para el caso venezolano dominaba la escena sociopolítica del momento. Qué ocurre cuando todo aquel bastión castrense del poder detrás del poder, pasa desapercibido. Pues simple y llanamente se tejen historias encadenadas a intereses ajenos a las reivindicaciones sociales que tanto uno anhela para el pueblo pobre y da paso a reivindicaciones teledirigidas y hasta manipuladas por nuevos hilos conductores de acumulación de riqueza para los emergentes ricos del sistema imperante.
En consecuencia, uno de los vacíos existenciales que todo movimiento político emergente debe de evitar a toda costa, es la de no carecer de cuadros preparados y bien entrenados para asumir las funciones políticas del innovado estado emergente, exento de vicios que lo puedan tentar a caer en la corrupción. Observando el panorama político peruano, da la impresión que no se divisan partidos políticos ni movimientos ni cuadros que respalden una emergente y diáfana Asamblea Constituyente. Lo cual puede repetir la figura de las improvisaciones democráticas que se presentaron hacia el caribe venezolano, y lo que es peor, si de por medio anda rondando el componente militar, nada te garantizaría que se suscite una copia reivindicadora de supuestos clamores ciudadanos que beneficien a nuevos ricos en un corto o mediano plazo.
Se hace ineludible la aparición en la escena política de una buena escuela para la formación del funcionario público, lo cual traerá como consecuencia buenos candidatos a gobiernos locales, congresistas, etc., pues como es de conocimiento público, innumerables veces uno designa a un funcionario curricularmente idóneo, con buena capacidad, para que se dirija a un lugar determinado a transformar una institución y resulta que la institución se lo termina literalmente tragando y absorbiendo a sus malas prácticas.
Lo que sí es innegable, es que una nueva Constitución podrá tener muchos defectos, muchos vacíos, pero si se establece el mecanismo para que el poder constituyente no le sea expropiado al pueblo, se habrá logrado superar a la actual figura jurídica democrática. Ya que para el caso de una crisis institucional política sin salida, como la de ahora, quedaría un recurso: que el pueblo, recogiendo firmas hasta un porcentaje determinado, o la Asamblea Nacional, o el Presidente de la República, puedan activar un Referéndum para reformar, enmendar, reestructurar o incluso elaborar un nuevo texto constitucional.
Si no se cae en el populismo de convocatorias indiscriminadas a pedido del mandamás de turno, en las que los recursos económicos del pueblo pobre terminan legitimando una supuesta democracia manejada desde los cuarteles, creemos que estaremos a la altura de satisfacer las necesidades de las grandes mayorías olvidadas por los eternos dueños del poder.
Amanecerá y veremos.