Revista Religión
Leer | Efesios 4.29-32 | Como pastor, he recibido a muchos niños lastimados en mi oficina. Pueden ser adultos, pero el niño o la niña que hay dentro de ellos siguen con la tristeza causada por el rechazo.
Los padres tienen poder para influenciar negativamente la vida de sus hijos, al hacer que éste se sienta rechazado. Sin el fundamento firme del amor incondicional de los padres, los niños se convierten en adultos cuya vida estará condicionada por sus primeros sentimientos.
Estos heridos errantes no pueden confiar en el interés de las personas por ellos —están a la espera del rechazo que piensa que es inevitable, e incluso un consejo amigable es a menudo visto como una crítica.
Muchos probablemente estén pensando: Amo a mis hijos; ¡siempre cuido de ellos! El rechazo, sin embargo, puede ser sutil. Por ejemplo, los padres pueden pensar que están dando orientación al sugerir otros tipos de música, de peinado o de ropa. Pero este tipo de críticas se percibe como un ataque a la personalidad del niño —una indicación de que éste no está llenando las expectativas de los padres.
Lo mismo puede suceder en un partido de béisbol. Si el papá dice: “Le habrías pegado a ese lanzamiento si hubieras estado pendiente de la pelota como te enseñé”, el sensible ego de su hijo escucha: “Si lo hubieras hecho mejor, me hubieras hecho feliz y no triste”.
La crítica poco sabia puede interpretarse como rechazo, dejando al niño con un sentimiento de abandono, o de que es indigno de ser amado. En cambio, la disciplina y la instrucción le ayudan a confrontar sus acciones y sus actitudes, al mismo tiempo que le comunican aceptación.
(En Contacto)