Revista Coaching

El poder que se esconde en la vulnerabilidad

Por Andresubierna

El poder que se esconde en la vulnerabilidadPara ser receptivo a un “otro” (sea este una idea diferente, una persona que no conozco, un compañero de trabajo…), tengo que tener un espacio libre para recibirlo en mí. Por lo tanto la receptividad necesita cierto “vacío”. Scott Peck, en la Nueva Comunidad Humana, plantea lo siguiente:

Qué pasa si “el otro” es peligroso. ¿Si la idea nueva es equivocada? [¿Si el desconocido es un ladrón?, ¿si el compañero de trabajo tiene malas intenciones?...] Sin duda, la receptividad requiere vulnerabilidad.

Pero… ¿qué sucede cuando nos mostramos vulnerables ante terceros? Por ejemplo, cuando yo digo: “Escribí un libro sobre la disciplina, pero me falta la autodisciplina necesaria para dejar de fumar. A veces me parece que soy un verdadero hipócrita, un falso. Me parece que no estoy en la buena senda. A veces tengo la impresión de no saber dónde estoy parado. Me siento perdido, asustado. Cansado. Tengo apenas cincuenta años, pero a veces me siento muy cansado. Y solo. ¿Puede ayudarme?”. Esta vulnerabilidad generalmetne desarma al otro. La respuesta probable [sin garantía] será: “Usted parece una persona muy sincera. Yo también estoy cansado y asustado y solo. Si puedo ayudarlo, lo haré con gusto.”

Ahora, ¿qué sucede cuando nos mostramos invulnerables, cuando nos rodeamos de defensas psicológicas y fingimos ser [por ejemplo]… individuos aguerridos que no tienen ningún problema? Sucede que [lo más probable es que los otros] construyan sus propias defensas, fingiendo ser personas sin ningún problema… y la relación personal y humana se convierte en el choque entre [dos fortalezas listas para el ataque o la huida]

Vivir bien implica estar expuestos al dolor: Quien trate de vivir sin sufrir el menor dolor, directamente no podría vivir salvo que se encierre en una celda de muros muy acolchados.

Una de las lecciones centrales de Jesús (por citar un ejemplo magistral), tiene que ver con la vulnerabilidad. Durante su vida, se mezclaba vulnerablemente con romanos, recolectores de impuestos, y otros sujetos de la peor calaña (lo que en su sociedad sexista incluía a las mujeres), con parias y extranjeros, cananeos y samaritanos, con enfermos, endemoniados, leprosos e infectos. Y cuando llegó el momento, se entregó vulnerable a las heridas del establishment de su época. La teóloga Dorothee Soelle, en Of War and Love, llama a Jesús “el desarme unilateral de Dios”.

Es notable, y para muchos paradójico, descubrir que cuando dejamos de defendernos y nos mostramos vulnerables, se hace presente en nosotros un fortaleza, una energía y un poder que nos trasciende y nos permite recibir la vida en todas las formas en las que se nos presenta. Cuando dejamos de defendernos estamos más vivos. Y cuando este descubrimiento lo realizan quienes ostentan poder formal, se percatan de que esa vulnerabilidad en lugar de disminuir su autoridad, la incrementa.

Por Andrés Ubierna


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