Revista Opinión

El poder y el contrapoder, el poder como algo maligno

Publicado el 25 febrero 2012 por Romanas

El poder y el contrapoder, el poder como algo maligno. Ya os he hablado algunas veces del materialismo dialéctico, que, luego se convierte en histórico. Es una concepción marxista de la vida, de la naturaleza de las cosas y de la historia que yo voy a tratar de desarrollar aquí. En un principio estaba Hegel y su dialéctica se hizo carne y habitó entre nosotros, hablamos de los principios de tesis, antítesis y conclusión. El poder es inherente a la vida, que no puede desarrollarse sin él, pero sucede que la vida tiene sujetos activos múltiples que luchan por prevalecer. En un principio, el hombre hubo de enfrentarse a la dura naturaleza para sobrevivir y tuvo que convivir y luchar con los otros hombres en una dura lucha por la supremacía que terminó en cada grupo por la elección de un jefe, el poder. Pero el poder tiende por su propia naturaleza al abuso por lo que inmediatamente se hizo necesario un contrapoder, naciendo así la tendencia histórica a los equilibrios: el bien y el mal, Dios y el Diablo, Ormuz y Arihmán, Esparta y Atenas, cartagineses y romanos, españoles e ingleses, alemanes y japoneses contra el resto del mundo, Usa/Urss, Usa/China. El hombre tiende por su propia naturaleza a acumular poder, entendiendo  éste como la facultad de actuar sobre el mundo que le rodea, porque cuando mayor es su poder más fácil es su propia vida. El problema del hombre es que, como especie animal, no es único sino genérico, es decir no hay un sólo hombre sino muchos, miles, millones de hombres que tienen que convivir en una espacio limitado, la Tierra y entonces surgen los problemas. Porque el hombre no sólo se organiza hacia dentro, como un poder centrípeto, sino también hacia fuera como una fuerza centrífuga. No sólo existen ciudadanos dentro de las diversas naciones sino también Estados en un concierto de naciones, y tanto los ciudadanos como los Estados tratan de obtener la hegemonía sobre los demás y estas luchas son las que ocupan la Historia, particular de cada país o de todo el mundo, la historia universal. Que yo sepa, fue Hegel el 1º que planteó esta lucha como el resultado de las ideas que cada individuo, o cada país, tiene sobre la vida y como debe de ser  su devenir a través de los tiempos y lo hizo con su teoría de la dialéctica, tesis, antítesis, conclusión: nazifascismo contra liberalismo, conclusión: 2ª guerra mundial; liberalismo contra comunismo, 1ª guerra fría; liberalismo capitalista neocons usaniano contra una simbiosis de marxismo chino y liberalismo mercantil, la actual contiende económica entre las 2 grandes superpotencias actuales, cuyo resultado apunta a favor de la gran nación asiática. Pero la teoría de la dialéctica hegeliana fue desarrollada hasta el paroxismo por un judío alemán que se empeñó en atribuir a la economía la condición de factotum: todo no es más que puñetera economía, desde las aparentemente espiritualistas luchas entre el bien y el mal, el Dios y el Diablo, hasta ésta de ahora en el que el Estado chino se configura como el imperio incipiente que va a destronar al usaniano. Todo esto no es, no ha sido y no va a ser más que un puñetero y grosero materialismo dialéctico que ha devenido en histórico de modo que ahora todos los que pensamos lo suficiente sabemos que lo que llamamos historia  no es sino la lucha puramente económica por imponerse comercialmente en el mundo, que impulsa todos esos afanes de supremacía hegemónica que toma las vestes de la política e incluso del militarismo, pero que, en realidad, no se trata sino de producir más y más barato para vender más y hacerse, al fin, con el dominio económico del mundo y, entonces, sí, si ese dominio se pacifica, es posible que hayamos llegado a ese fin de la historia del que nos hablaba en profesor Fukuyama. Y ustedes me preguntarán ¿y todo este rollo filosófico histórico a qué puñetas viene? Y mi humilde respuesta es: para que comprendamos, de una vez, que esta lucha perpetua a muerte se traba por la tendencia humana a lograr un poder hegemónico en cualesquiera de los estratos sociales en los que el hombre se agrupa a fin de imponer a los otros una concepción sociopolítica que favorece directamente sus intereses de clase. De modo que el instinto de defensa provoca inmediatamente la configuración de un contrapoder: PP contra Psoe, clases dominantes contra clases dominadas, ricos contra pobres, ya que cada uno de estos entes exige dialécticamente la presencia de su antagonista para que se produzca un devenir histórico más o menos previsible y aceptable, de manera que cuando el equilibrio se rompe de una manera abrupta, éste tiende a restablecerse mediante soluciones extraordinarias: rebeliones de las masas hambrientas que pueden ser pacíficas, protestas y manifestaciones, o violentas, rebeliones o revoluciones.Y en eso estamos.


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