El poder, en realidad quienes lo ejercen, usa cuantos métodos sean necesarios para mantener su capacidad de mando. En todo este entramado, en el que se dan cita infinidad de mecanismos, no hay que subestimar el papel que juega la caridad. ¿Por qué motivo? Por la sencilla razón de que genera dependencia, y por eso mismo su empleo sería solo aconsejable en situaciones excepcionales. Pero, el problema surge cuando lo excepcional se acaba convirtiendo en norma. Michael Foucault, uno de los mayores estudiosos del poder, advirtió que la caridad es un elemento que contribuye a perpetuar las condiciones existentes. En realidad, la limosna es conservadora, puesto que no proporciona ningún medio para avanzar, solo calma unos síntomas de una enfermedad que el poder consigue hábilmente cronificar y sacarle provecho.
Frente a esto, la pobreza, como fenómeno social, debería combatirse de otra manera. Es bien conocida aquella frase de que no se deben dar peces, sino enseñar a pescar. Pues bien, yo apuntaría incluso un poco más allá: aquellos que sean capaces de construir sus propias cañas para pescar serán todavía más libres. Ahora bien, no me estoy refiriendo a individuos aislados, ya que una sola persona no podría cubrir todas las necesidades, sino a que sea la propia comunidad quien fabrique las cañas. ¡He aquí la diferencia entre caridad y solidaridad! La caridad se promueve casi siempre verticalmente, la solidaridad se ejerce en comunidad, y es necesaria para la convivencia entre seres vivos.
A pesar de ello, hay una pregunta ineludible: ¿los servicios públicos son caritativos? Eso sería una reducción porque es algo que sufragamos entre todos y, en este sentido, no debe ignorarse que sirven para redistribuir la riqueza. De la misma manera, estos servicios se ofrecen normalmente sea cual sea la situación de la persona. La caridad, la limosna, es más selectiva. Por esas razones, el famoso cheque bebé de Zapatero, sí podría considerarse una política de caridad, ya que se dirigía a unos colectivos muy concretos, quienes además ya contaban con esa ayuda. Así pues, la caridad acaba favoreciendo el clientelismo, mientras que la solidaridad consigue independencia.
Asimismo, y dado la fama del programa “Entre Todos”, emitido por TVE, es interesante plantear una cuestión al respecto. ¿Este formato es solidario o caritativo? Es cierto que las donaciones recogidas por el programa, al menos en principio, parecen provenir de personas que (“de igual a igual”) deciden llamar y prestar su ayuda, y no de una entidad que pudiera contar con mayores recursos que los demás. En un primer momento es posible pensar que ese programa es el medio a través del cual se puede ejercer la solidaridad, lo que no estaría mal. Sin embargo, también se puede observar que en tanto en cuanto las personas ayuden por ese medio, dejarán de hacerlo por otros, por lo que con ello se está consiguiendo algo muy importante: controlar un flujo considerable de ayudas entre ciudadanos. No es una cuestión baladí, aunque las ayudas pudieran realizarse entre “iguales”, el mecanismo está manejado en estricta jerarquía.
En consecuencia, este formato no permite que las personas colaboren entre ellas si no es a través de ese programa. Así que, la ayuda que ofrece “Entre Todos”, es posible entenderla como caritativa y no como solidaria, puesto que es una entidad, con unos recursos lo suficientemente altos, quien gestiona (en exclusiva, no olvidemos) todo el contenido de las ayudas. Del mismo modo, el programa no deja de ser una curiosa metáfora de la política del actual Gobierno español. El escenario que nos plantea es verdaderamente dantesco, ya que como el Estado parece no cubrir las necesidades de su población, opta por destinar parte de sus recursos a un programa que fomenta relaciones de caridad destinadas, precisamente, a enmendar aquello que el Estado no puede atender, porque éste ha gastado sus recursos en otros menesteres. ¿No resulta paradójico?
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