Ya hace más de año y medio
mi inexistente y fiel sabiduría
quiso que yo compusiese un remedio
para mis sentimientos de alegría,
escribiendo sin tedio
mi más triste y culminante poesía.
Quise yo, amigos míos,
jugar a hacer llorar al Universo
tejiendo telas de letras, y ríos
de palabras de sentido diverso.
Me recorrían mil escalofríos
cuando lograba escribir otro verso.
Eso era lo más difícil del mundo,
lo intentaba y me dolía escribir,
a cada verso y a cada segundo
me sentía morir,
eran vocablos de mi yo profundo
que me hacían gemir.
De mis ojos, duras como el acero
las lágrimas brotaban sin mesura,
me azotaban las palabras de cuero
y en mi alma se abría otra gran fisura,
pues aquello era un canto de jilguero
que hacía que perdiese la cordura,
y mi corazón sentía con pena
la vil tristeza ardiente
de mis trágicos versos en cadena;
mas yo, como si fuera un delincuente,
trataba de hacer mi poesía amena
secándome una lágrima caliente.
Tan duro era el dilema
de continuar esta pieza fatal;
era tan triste y era tan blasfema
mi aflicción abismal,
que puse fin al tétrico poema
escribiendo yo este verso final.