Revista Opinión

El polvo elemental que nos ignora

Publicado el 07 septiembre 2021 por Manuelsegura @manuelsegura
  • El polvo elemental que nos ignora

Contiene esta reflexión un artículo del argentino Eduardo Sacheri, publicado en 2011 en la revista El Gráfico, que suelo releer, de vez en cuando, sin poder evitar esa cierta congoja que me produce como padre. “En la soledad de nuestros insomnios, nos preocupamos por nuestros hijos desde que se revuelven en la cuna hasta que tienen veinte años y fantaseamos con escuchar, en el silencio de la madrugada, el ruido de sus llaves en la cerradura como señal de que vuelven sanos y salvos. O hasta que tienen cuarenta, y nos inquieta escucharlos toser en el teléfono. Son nuestros hijos para siempre. Desde que los vimos por primera vez hasta que los veamos por última”. Solo cuando se alcanza la condición paterna, uno empieza a ser consciente de lo que le solían decir sus mayores: eso de que esto lo entenderás mejor cuando seas padre.

La otra tarde vi en Netflix la película de Fernando Trueba El olvido que seremos, una delicia del celuloide basada en las memorias de Héctor Abad Faciolince, hijo de un médico sobre el que se basa el texto del guion, que te hace reflexionar sobre la relación con los hijos. Hay frases grandiosas en la misma, consecuencia de la relación cómplice que mantienen un padre con su hijo. Eso de que los padres no quieren igual a todos los hijos, aunque lo disimulen, sino que en general quieren más, precisamente, a los hijos que más los quieren a ellos, es decir, en el fondo, a quienes más los necesitan. 

El doctor Héctor Abad Gómez -al que da vida un excepcional Javier Cámara– sentía adoración por todas y cada una de sus hijas pero, quizá por ser el único varón en su descendencia, Quiquín era su debilidad. Hay escenas en la película que evocan como pocas nuestro pasado más hermoso. Por ejemplo, cuando el padre sienta al hijo sobre sus piernas, manejando el volante del coche para llegar hasta el garaje y aparcarlo. Cuántas veces hizo eso mi padre conmigo, llegando ambos hasta aquel cobertizo que resguardaba su Seat 850.

Sostiene el autor que “la felicidad está hecha de una sustancia tan liviana que fácilmente se disuelve en el recuerdo, y si regresa a la memoria lo hace con un sentimiento empalagoso que la contamina y que siempre he rechazado por inútil, por dulzón, y en últimas por dañino para vivir el presente: la nostalgia”. Ello no obsta para que los hijos de aquella generación de los sesenta nos veamos reflejados en demasiados pasajes de la película. Aquel padre en cuyo espejo nos mirábamos siendo niños, al que considerábamos el ser más grande en nuestras vidas. Esos padres que, como allí se expresa, sentían que a sus hijos no les podía pasar nada si estaban con ellos. Hombres de “simpatía displicente”, que era siempre “su manera de poner a los demás en su sitio”. Los mismos que entendían que si querían que un hijo fuera bueno, la condición indispensable era hacerlo feliz; y que si se pretendía que aún fuera mejor, todo consistiría en hacerlo aún más feliz. Seres que, con paciencia de profesor y amor de padre, nos lo aclaraban todo con la luz de su inteligencia.

El título del libro y la película está extraído de un soneto de Jorge Luis Borges: “Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora / y que fue el rojo Adán y que es ahora / todos los hombres y los que seremos…”. Héctor Abad Gómez fue asesinado en 1987 por unos pistoleros, en plena calle, en el centro de la ciudad de Medellín. Firme defensor de la sanidad pública, dedicó su vida a los demás y, cuando fue jubilado de manera forzosa de la universidad, se decidió a entrar en política como candidato a la alcaldía de su ciudad por el Partido Liberal. Lo acusaron de comunista y de muchas cosas más. Rara avis en un país como Colombia, marcado por los estereotipos, por la polarización y la violencia, en aquellos días en los que había que tener mucha estima por sí mismo para ser capaz de sacrificarse.

[‘La Verdad’ de Murcia. 7-9-2021]


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