Casi tres décadas han pasado desde que la Revolución de terciopelo puso fin al régimen comunista en Checoslovaquia. Cuatro años más tarde, la República Checa y Eslovaquia se convirtieron en países independientes mediante un proceso de separación pacífico y cargado de símbolos de amistad. Además de la soberanía, el pueblo checo recibió el 1 de enero de 1993 una nueva Constitución, que convertía el país en una república parlamentaria. Con el recuerdo fresco de las décadas de autoritarismo y para evitar que el poder ejecutivo se volviese a concentrar en manos de una sola persona, la Carta Magna establecía dos altos cargos al frente del poder. Mientras que el primer ministro dirigiría al Gobierno, al presidente le serían delegadas funciones fundamentalmente protocolarias y representativas. En un principio, ambos cargos eran elegidos indirectamente por el poder legislativo.
Un mes después del “divorcio de terciopelo”, Václav Havel, el último presidente de Checoslovaquia y símbolo de la lucha contra el comunismo, fue investido como el primer presidente de la República Checa por mayoría absoluta en el Parlamento. Cuando, diez años más tarde, Havel dejó el cargo, le sucedió Václav Klau...
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