Revista Cultura y Ocio
No puedo evitar sentirme azorada en el momento en que he de ponerme una redecilla higiénica y sobre ésta el casco blanco. El murmullo devuelto por el eco me recuerda que no estoy sola -más allá de las otras nueve personas que, conmigo, forman la visita- y pone alerta mi sentido del ridículo. Remoloneo antes de hacer de tripas corazón y comenzar a vestirme la indumentaria obligatoria y sonrío para mis adentros al ver la guisa de mis acompañantes, mezcla de cocineros amateur y aparejadores novatos. Me lo tomo con humor y me incorporo a la rara comparsa. La guía nos invita a pasar y, lentamente, comenzamos a ascender por el andamio que, según nos han contado, ha sido diseñado a medida y que es lo mejor que le ha podido pasar al Pórtico, perfecto para la restauración que se acometerá en breve. No añaden que también está siendo muy beneficioso para la imagen de la fundación que se ha prestado a financiar y organizar los trabajos. Es poco elegante afirmar que la estructura es también ideal para la visita que estamos realizando y que, hasta el momento, es lo que mejor está funcionando del llamado 'Programa Catedral'. Ni los estudios previos a la restauración, ni los informes técnicos, ni nada que suene a próximos trabajos de limpieza, consolidación o restauración. Ascendiendo clan, clan, clan como pesada comitiva que somos, percibimos la extraordinaria belleza de las primeras piezas que resultan visibles, ya en el primer tramo, cara a cara. Durante el ascenso, los diligentes guías, han ido ocultando los "puntos calientes" del recorrido; aquellos en los que la escultura quedaba más expuesta y por tanto era susceptible de sufrir alguna caricia curiosa del grupo de visitantes. Cuando llegamos a la cima el despliegue de las esculturas que conforman la arcada central es magnífico. Las arcadas laterales son más difícilmente perceptibles desde nuestra posición que, sin embargo, sí nos permite comprobar que somos los únicos "habitadores" del andamio. No obstante, pronto desconectamos de nuestra realidad. Frente al gran Cristo en Magestad que nos presenta sus yagas uno siente que está en un universo diferente. La Catedral, con sus peregrinos y visitantes ha quedado abajo, en la tierra, y nosotros nos hallamos a medio camino entre el suelo y el cielo. En un lugar donde uno entiende, por vez primera, cómo se debían de sentir aquellos que en el mito de Platón se decidían a salir de la caverna cuando comprobaban que el mundo que conocían no era más que sombras. Pálidos y deformados reflejos de una realidad muy distinta. Frente al Cristo en Magestad uno entiende que la dimensión es otra y no puede evitar sentirse pequeño. Después descubre que el mundo tiene color, un color ajado por el paso de los siglos pero intenso y vivo en aquellos rincones que quedaron resguardados de los azotes de un clima inclemente. Ve que en lo alto hay vida. En los rostros, en los gestos, en los ojos llenos. Y multitud de detalles. A seis metros sobre el suelo, en el Pórtico de la Gloria, nada ha quedado a la imaginación del hombre. Ni siquiera la decoración de los nimbos. Sin embargo, junto a la visión extática y sorprendente de una de las obras más magníficas del hombre, también se puede ver que el tiempo pasa para todos, y que para que las generaciones venideras se sobrecojan ante el espectáculo pétreo de la fachada occidental de la Catedral de Santiago es preciso emprender una cuidadosa restauración.
Precisamente, es ésta, y no las visitas guiadas, la finalidad del Proyecto Catedral, un acuerdo firmado en 2006 por la Fundación Pedro Barrié de la Maza y el Cabildo de la Catedral de Santiago que contemplaba la restauración y conservación del Pórtico de la Gloria y de las pinturas de la Capilla Mayor de la iglesia metropolitana, que se debían realizar entre el citado año y el 2012. Junto a ellos estaba la Dirección Xeral de Patrimonio de la Xunta de Galicia, como garante de la idoneidad de las actuaciones que iba a emprender el equipo de restauradores, técnicos y asesores formado por la Barrié. Nunca antes se había abordado en Galicia un proyecto de restauración de semejante magnitud y, desde un primer momento, su andadura no fue fácil. Se tardó dos años en levantar el andamio que, hoy en día, oculta el Pórtico. Con él en pie se puso en marcha el programa de visitas guiadas: cuarenta personas al día, divididas en cuatro visitas de 10 miembros cada una, pueden acceder, con cita previa, a la parte alta del Pórtico. Se procedió a la monitorización de la obra, para tratar de determinar la incidencia de las corrientes de aire y realizar controles higrométricos que permitiesen elaborar un proyecto de conservación de cara al futuro. Desde este momento, si no antes, todo se complicó y los trabajos comenzaron a avanzar a un ritmo desesperantemente lento.
El pasado 18 de febrero nos desayunamos con la noticia de que la Xunta de Galicia había aprobado un convenio de colaboración con el Ministerio de Cultura, la Fundación Barrié y el Arzobispado de Santiago para asumir, desde la Consellería de Cultura, la dirección técnica de los proyectos de conservación y restauración del Pórtico y de las pinturas de la Capilla Mayor. Desde la Xunta se presentó la noticia como la iniciativa definitiva que permitiría desbloquear los trabajos. La omisión consciente fue que, hasta entonces, había sido la Dirección Xeral de Patrimonio Cultural la que había dificultado el proceso por la lentitud con la que se concedían los permisos para llevar a cabo la obtención de los datos de la fase previa a la intervención. Datos que aporatarán la información fundamental para elaborar el plan de actuación sobre la obra.
En este complicado ambiente, la noticia de la visita de Benedictino XVI a Santiago este año santo cayó como una bomba. El papa no era esperado hasta 2011, coincidiendo con la conmemoración de los 900 años de la consagración de la catedral compostelana. Para entonces, la Fundación Barrié se había comprometido con el arzobispado a tener el Pórtico listo -aunque eso habría que haberlo visto- y el andamio que hoy lo oculta desmontado y luciendo explendoroso para el santo padre. El adelanto de su visita, además de llenar de alegría a los representantes de la Catedral, los imbuyó de gran nerviosismo y, junto a las exclamaciones -tan propicias- de júbilo, se escuchó la demanda de desmontar el andamio. Arzobispado y cabildo ya habían comentado su pesar porque aquellos que se acercasen a Santiago durante el año santo se encontrasen el Pórtico escamoteado tras el mar de hierros del andamio, y dicha visita ha sido vista como la ocasión propicia para deshacerse de la molesta estructura. Tras una reunión de urgencia entre las partes del Proyecto Catedral se acordó que a partir del mes de julio se comenzará su desmonte progresivo; eso sí, con el compromiso firme de la -suponemos que quemadísima- Fundación Barrié de que la estructura se volverá a instalar y se acabarán lo trabajos iniciados.
Tras este tragín (circo o como cada quién lo quiera denominar) uno no puede evitar tener la amarga sensación de que en este proceso el Pórtico de la Gloria ha pasado a ser lo menos relevante. Manipulado en pro de los intereses de cada uno de los agentes que intervienen el proceso de su restauración corre el riesgo de acabar siendo un juguete roto. La rehabilitación que no llega, el impacto que las visitas tienen sobre el conjunto, la nueva participación en la toma de decisiones de personas de sospechoso perfil -muy metidos en la política pero reconocidamente ignorantes y manazas en el campo de la conservación de patrimonio-, y las idas y venidas de un arzobispado voluble y más preocupado por cuidar su imagen que su templo, han puesto a la joya del románico en el ojo de huracán. Un huracán que esperemos no acabe llevándoselo por delante...