Una parte de la población de la Isla ve con buenos ojos el acercamiento entre ambos países (Foto de archivo)
LA HABANA, Cuba – Para algunos comenzó el 17 de diciembre del año pasado cuando, sorpresivos como el gol que en el último minuto decide un mundial del futbol, los gobernantes Barack Obama y Raúl Castro hicieron pública la reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos luego de cincuenta y tantos años pidiéndose la cabeza los políticos de ambas orillas. Pero aquello era todavía un anuncio, el prólogo. La materialización del histórico hecho –ya cumplido en su primera parte cuando el 20 de julio el gobierno cubano inauguró su embajada en Washington– tendrá lugar cuando el venidero 14 de agosto John Kerry proceda a izar la bandera norteamericana en su casa de los viejos días frente al malecón habanero.
Es un momento esperado con curiosidad por los cubanos en general, y, de manera muy particular, por la disidencia que comparte la reconciliación de los dos gobiernos. ¿Qué vendrá después? Las conjeturas llueven sin que ninguna pueda tomarse en serio. Pero en todas partes se sabe, se está seguro, de que el día de mañana ha empezado y que, por su parte, el ayer ha empezado a perderse calle abajo. Es lo que se oye en las colas donde venden huevos, en las mesas de dominó del barrio, en las paradas de ómnibus, en las fábricas, en las oficinas, en los velorios, y donde quiera que cuatro cubanos se pongan a conversar.
El gobierno no lo ve así, y continúa haciendo planes con el optimismo de quien se cree seguro de la aprobación incondicional de su pueblo. Se dispone a gobernar bajo la consigna de Socialismo o Muerte mientras existan los tiempos.
Tampoco lo ve así cierta parte de la disidencia. Es la parte que ha visto a Obama dándolo todo a cambio de nada; que teme que las medidas de ablandamiento del bloqueo económico –que ya han empezado a verse– regeneren un régimen que, de no ser porque en Venezuela no ha ocurrido aún lo que por ley natural no ha de tardar en ocurrir, sería hoy un recuerdo.
La otra parte de la disidencia, la optimista, ya se ve copa en alto en ese gran día del comienzo del porvenir, yendo y viniendo entre las autoridades del gobierno que en Panamá, temiendo contaminarse, se negaron a compartir con ella techo y aire. Porque desde luego, aquellos al menos, los de Panamá, no podrían dejar de estar allí ese día, con su canciller.
No es de creer que también la Embajada de Estados Unidos entonces se deje imponer el condicionamiento que en los últimos años ha venido rigiendo en las festividades de la diplomacia acreditada en Cuba. Insólita coyunda que impide a los embajadores recibir en sus predios, a la vez, dignatarios del gobierno y disidentes. O lo que es lo mismo, que los obliga a hacer entrar a la gente del gobierno por la puerta principal, y a la disidencia por la del fondo.
Estados Unidos jamás aceptaría algo así. En cuyo caso –sigue diciendo la disidencia optimista– las demás embajadas se verían dispensadas de seguir llevando tan oneroso yugo. He ahí otra importante brecha.
Claro está, “Quienquita” no vive lejos; pero en todo caso esa está Embajada ahí –me ha dicho un disidente de mérito, que aplaudió el 17 de diciembre hasta pelarse las manos y vive hoy esperando con ansiedad el 14 de agosto– para, además, darse gusto mirando por encima de su copa a los escrupulosos de Panamá, como diciéndoles “nunca digas de esta agua no beberé”.
Esa Embajada ahí, me decía además, será un importante y nada silencioso testigo de lo que en Cuba sucede con los derechos humanos. De momento, seguirá el gobierno deteniendo y maltratando, pero tendrá que hacerlo con mucha cautela puesto que está siendo observado in situ, y puesto que ni al turista ni al inversionista, ni a ninguno de los personajes del porvenir que recién ha comenzado, les agradaría el espectáculo del policía de civil masacrando al ciudadano que, en uso de un derecho universal como es el de disentir, ha salido a la calle a manifestarse. Además, ahora viene entre los dos gobiernos el “cedo tanto como cedas tú”. Y el tiempo, por su parte, pasando sobre una administración de viejitos a los que se les ha acabado el tiempo.
Todo esto parecería confirmar a la periodista Regina Coyula cuando decía, en un tuit lanzado al éter a las 12 a.m. del 20 de Julio que, aparentando darlo todo a cambio de nada, el astuto Obama había reabierto la embajada de Estados Unidos en La Habana: “Sutil estratagema que un día llamarán novedosa versión del caballo de Troya”.
Via:: Cubanet