Revista Cultura y Ocio
“EL POTLACH”TEATRO LA USINA.MADRIDWWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM
(Interpretaciones estratosféricas, un guión vanguardista, extravagancia, ironía y originalidad)
Acudo al teatro La Usina invocado por Coral Igualador, motivado en gran medida por el regusto placentero que me dejara la función “El experimento”, cuya idea original se gestaba en la misma factoría de sueños que ha “cocinado” ahora este nuevo proyecto de nombre tan poco eufónico (que no suena bonito). Coral cambia de tercio para poner sobre un escenario a una nutrida partida de actores que vienen a contarnos qué diantres es esto tan abstruso (raro) de “El Potlach”. Pues ya decía yo que el término en cuestión no es eufónico, suena en el oído a foráneo, vernáculo (oriundo de) de tierras lejanas. Antes de “diseccionar” a los actores, a algunos les recuerdo con más agrado que indiferencia de su paso por ese “Experimento” que nos volvía turulatos a propios y extraños por medio de un enigma relacionado con una zapatería, quiero recorrer la breve senda de la documentación; ese camino ya asfaltado donde reside la sabiduría recolectada por el ser humano desde tiempos inmemoriales. Así, ya instruido y cabal, planeo de manera somera sobre la etimología de ese Potlach que, por mucho que lo repita, me sigue sonando tan extraño como el nombre de algún lago imaginario en Plutón.
POTLACH: Con el propósito de no matar de aburrimiento a las moscas con argumentos extremadamente catedráticos o estudiantiles, mencionaré de manera sucinta los ribetes más destacables de esta ceremonia vigente hasta el siglo XX, si mis fuentes consultadas son fidedignas. Se trata el Potlach básicamente de un gran festejo ceremonial practicado por los aborígenes de Norteamérica y la Columbia británica de Canadá. La enjundia o núcleo central de este “sarao” desemboca sin remedio en el prestigio y la supremacía, triunfo, gloria, la categoría en función de las posesiones y las jerarquías, la apariencia, la vanidad, el consumismo y la prepotencia de quienes viven en la estratosfera altanera de las gentes pudientes. El festival de “egos” flamantes y empingorotados (fatuos) se completaba con el intercambio de regalos que denotaban el estatus jerárquico de un clan. Hasta aquí las “horas lectivas” e hincar los codos.
Prestigio, preponderar sobre los demás, escalar las cimas más inalcanzables pisoteando sin pudor ni remordimientos toda suerte de senderos morales o éticos. En la batalla toda argucia es válida si te conduce al éxito, caiga quien caiga, sea cual sea el precio a pagar, lo único que importa es prevalecer sobre el resto y escapar de la tóxica burbuja de la mediocridad. Machacar, aniquilar, vender tu alma al diablo para contemplar el mundo desde un trono áureo y reírte a mandíbula batiente de las cuitas mundanas de la gente indiferente. De esto va Potlach, en clave de sátira, mordacidad, ironía y crítica social, comicidad, desparpajo extravagante y gamberro, una visión cáustica de los tiempos modernos de rivalidad, zancadillas y empujones para “ponerme yo delante y tú detrás”.
Destacar a toda costa, triunfar, entregarle tu alma al diablo por un minuto de gloria, comprar cantidad de vida en detrimento de la calidad de vida, angustia, estrés, un curso para ejecutivos agresivos, para formar líderes y grandes directivos que se comen el mundo y mueven sus hilos como si fuesen dioses montados en carros de fuego.
Normalmente escribo mis crónicas teatrales, pequeños ensayos y relatos, reflexiones, crónicas viajeras en poco más de media hora. Esta me llevará más tiempo, pues la nueva propuesta de Coral Igualador, acerca de la feroz y descarnada competitividad de unos ejecutivos agresivos cuya máxima vital es el prestigio y la supremacía, llega al teatro La Usina rubricada con diversos matices que no se pueden despachar en dos líneas que se escriben de manera gratuita y automática como si fuesen espasmos de tinta vomitada.
Tuve el gusto de charlar brevemente con Coral al finalizar la función. Es una mujer de sonrisa franca y genuina alegría en su rostro juvenil; un rostro a fin de cuentas donde ha quedado grabado a fuego lento el amor por su trabajo. Disfruta con lo que hace, esto resulta evidente, tanto como la valentía de una mujer que no se arredra ante los desafíos más aventurados. Adoro a los osados, lo admito. Adoro a quienes siguen su instinto y persiguen sus sueños por el mero hecho de creer en ellos, aunque a veces esos sueños se alejen de los cánones habituales. La nueva iniciativa de Coral, como le indico en nuestro conciso coloquio, es extravagante y aventurada; un “golpe de estado” en un panorama “guionístico” manido, trillado, repetitivo y acomodaticio. Cuando uno asciende muy deprisa y coloca el listón tan alto, objetivo que lograra con la maravillosa función “El Experimento”, el peso de la responsabilidad parece duplicado en masa y volumen. Las miradas críticas sonimplacables y la demanda de exigencia exacerbada. Así somos los seres humanos. Siempre queremos más, nos acostumbramos a la excelencia y los placeres y si estos desaparecen, en su lugar inoculamos desdenes, olvidos y reproches inmerecidos. Es un ejercicio de ímprobo esfuerzo y tenacidad conquistar el corazón del público y mantenerlo ahí, eternamente, en ese órgano que palpita y vibra de emoción, tarea casi imposible. Salir de él, caer en picado, abandonar las mieles del reconocimiento, puede acaecer de manera repentina e inopinada (inesperada). El trabajo de muchos años, con sus frutos y regalos, convertido en ascuas por un reniego del público. Eso sucede cada día, en alguna parte del mundo. Listones muy altos que se desmoronan por un tropiezo en el camino.
Coral Igualador es un nombre a tener en cuenta, pues tiene el talento y la perspectiva necesarios para abordar toda suerte de retos sin que le tiemble el pulso. Esa es la actitud de los vencedores, aquellos que ante el miedo y la incertidumbre de los nuevos proyectos se crecen.
“El Potlach” nos presenta a un grupo de ejecutivos ambiciosos que deben aprender a dominar las armas sociales de “destrucción masiva” necesarias para sobresalir a cualquier precio en un mundo dominado por la inverecundia (desvergüenza), consumismo sin control, codicia y ambición ilimitada: poder, prestigio, reconocimiento, un trofeo de petulante reputación destinado a unos pocos. Los actores salen a escena imbuidos de una energía casi chamánica. Es un estreno y el amor por su trabajo, el respeto, la ilusión, la empatía entre los miembros del elenco, la pasión por la interpretación es como un géiser de colores, un surtidor de agua caliente que nos salpica a todos. Es casi imposible no percibir su fragor. Los actores están “desatados”. En ese escenario hay más energía que en una central atómica. Además, en el patio de butacas, tengo la impresión de que un ingente colectivo humano de amigos, familiares y acólitos han acudido emocionados a presenciar el estreno. Todo ello redunda en una bola de fuego incandescente que los actores absorben como si fuese un manjar delicioso. Están arropados y lo saben. El resultado de este cóctel molotov gesta una interpretación global que solo puedo catalogar de apoteósica. No me andaré con rodeos.
El plato fuerte de esta función, la JOYA DE LA CORONA de El Potlach, es la interpretación inefable de unos actores que se han convertido en dioses y que juegan a recrearse en una especie de auto-homenaje de pura exhibición magistral. Actores de la talla del Everest que disfrutan sobre el escenario y se dan un festín pantagruélico (muy abundante) de talento, compitiendo como ejecutivos voraces por acaparar todo el prestigio: ahí está el verdadero Potlach de esta función; competición en estado puro por la interpretación más descomunal. Debo admitir que actores como Luis Turpin y Susana Álvarez, ella incluso pese a algún desliz y tropiezo de poca enjundia con el texto, están colosales. Ella se rehace sin inmutarse y él es un crisol de colores que reluce magistral, lo mires por donde lo mires. Dominio absoluto de cada uno de los “patrones de conducta” que demanda el personaje. Me dejaron levemente indiferente en “El Experimento”. Deslucidos, incógnitas interpretativas, un paréntesis en el tiempo para dictaminar más adelante… Estaba equivocado y les pido disculpas. Todos y cada uno de los actores derrochan sobre ese escenario una capacidad simbiótica de cambios de registros constantes y diametralmente opuestos que, si pudiésemos describirlos con imágenes, serían catedrales barrocas, por la cantidad de matices y variables tan bien trabajados. Cambios de registros: “enajenación”, sensualidad, erotismo sutil, tristeza, decepción, rabia, euforia, cursilísimo, travestismo, horteradas vulgares, paroxismo (exaltación), hilaridad y esperpento, comedia y más comedia en tono de denuncia social y sátira. Ante todo, como vengo señalando, matrícula de honor para los actores. Las interpretaciones son hipertróficas (enormes) y a la postre, entregados ellos a esa bacanal de vanagloria, siento que el leiv motiv o emblema celular, embrionario, nuclear de la función, ese Potlach que debe incidir en el prestigio, la lucha brutal por descollar (destacar), me queda un poco magra, raquítica, estática, como una bandera escuálida en medio de un páramo sin viento. Está ahí, la ves, pero apenas se percibe salvo en el esclarecedor y magnífico final. Es un poco como ese árbol blanco en medio del bosque. La espesura no te deja distinguirlo del resto, especialmente en su inicio y medio “metraje”. Las interpretaciones abrumadoras lo barren todo como un ciclón y el argumento, la idea primigenia, en ocasiones se me desdibuja, enredada entre las vestimentas estrambóticas, las cualidades hipnóticas del modo en que los actores dan vida a sus personajes. El humor es denso y cubre las huellas del membrete: El Potlach. El desarrollo de la idea se me ha quedado un poco famélico (hambriento). Le falta a ese concepto de rivalidad por los puestos de cabeza un poco de ilación en las historias, que por momentos se dispersan por diferentes derroteros. Por lo demás, el equipamiento es tan excelso, la propuesta tan singular y contemporánea, que sin lugar a dudas dará que hablar ríos de tinta y en su caudal habrá más parabienes que objeciones. Es un lujo contar en el reparto con el showman Fernando bodega. Todo lo hace bien. Inciso especial y silencio reverencial para dar la bienvenida a Francisco Valvarce y Marta Fuenar a mi planisferio cósmico de actores favoritos. Él aúna a la perfección todos los atributos que debería poseer un gran actor. Luz propia, capacidad para relumbrar en cualquier registro, magnífico orador, un don especial para acaparar las atenciones y las miradas, espectacular en el grado emocional que le confiere a sus personajes, se los traga, se los cree. Bravo.
Lo de Marta Fuenar no es de este mundo. No la conocía y para mí es la gran sorpresa del elenco. Bella sin pretenderlo, auténtica y espontánea, grácil y elegante en la delicadeza cultivada de su voz meliflua, me recuerda sobremanera a la magistral actriz Manuela Velasco. Erotismo sutil cuando se desviste o tontea con su entregado galán, susurrante y coqueta, astuta y manipuladora, tiene el don de una hechicera para doblegar voluntades. Con su voz persuasiva y sus mohines de princesa caprichosa y consentida podría derretir mil estatuas de sal sin despeinarse. Domina la mirada, la pose, los caminos tortuosos de la travesura y la distinción de una dama de clase social elevada que sabe comportarse como tal fuera de casa y como una diablesa dentro de ella. Su dicción es clara como un manantial jamástocado por el ser humano, un aire fresco en ese escenario plagado de estrellas. Me convence como ejecutiva empresaria que se abre camino a golpe de espada y estocada en un mundo de predominancia masculina. Me parece un gran acierto ese preámbulo musical en las manos etéreas de Yeyo Bayeyo. Me parece un acierto rotundo cada nota desprendida de ese piano melancólico que me suena a Nacho Cano en algunos acordes y que me sume en un trance de bienestar y tranquilidad terapéutica. Ese piano me trae evocaciones del inefable Erik Satie. Ese piano suena romántico-épico por momentos, sobre todo al inicio. Me cuesta un poco digerir el exceso de disfraces y transformaciones, que entiendo otorgan a la obra un toque innegable de comicidad, pero que en ocasiones me impide imaginar esa lucha de titanes de los ejecutivos de “El Potlach” para tocar las estrellas y contemplar las cuitas inanes de la humanidad desde el firmamento. Para todos ellos una gran ovación y mi deseo sincero de que “El Potlach” conquiste el corazón de muchos más espectadores. Desde estas líneas animo a la gente a que se acerque al teatro La Usina y así puedan extraer sus propias conclusiones.ORLANDO TÜNNERMANN.