Revista Psicología

El Potlatch

Por Jcarlosbarajas @kurtgoedel2000

El Potlatch

Invitación a un Potlatch en 1912. Fuente Wikipedia. Licencia Commons Creative

  Cuando uno estudia una carrera universitaria hay asignaturas que no te gustan nada aunque sea la carrera de tu vida y sea vocacional. Te parecen aburridas o inútiles, no les encuentras sentido y no sabes por qué forman parte del programa, seguro que algún catedrático maligno la ha metido como materia troncal con el único fin de hacerte la vida imposible, o bien, el profesor es tan malo que no entiendes nada y te hace odiarla. Te cuesta un imperio sacarlas adelante y te acuerdas de ellas el resto de tu vida. Fulanito, ¿Te acuerdas del derecho romano?, ¿de las ciencias de la administración?, ¿del análisis numérico?....  ¿cómo voy a olvidarlo Menganito?, ¡con lo que me costó aprobarla?.
Hay otras asignaturas que ni fu ni fa, están en el programa y eso te basta, son de trámite, te lo tomas profesionalmente y las apruebas. De éstas ni te acuerdas.
Pero hay otras que te enamoran, te gustan, te parecen interesantes, no te conformas con lo que te dan en clase y amplias con más libros o artículos, lo cual tiene su peligro porque le quitas tiempo a otras asignaturas. También puede ser que el profesor sea tan bueno que te haga amar su materia. He confesado por ahí que me pasó, cuando estudiaba informática, con la lógica formal y el profesor José Cuena. En este grupo de asignaturas, las que te gustan de veras, tengo que incluir a la antropología social (1).
La antropología social es difícil de distinguir de la sociología, al menos por sus definiciones, ambas ciencias comparten su interés en las relaciones, la organización y el comportamiento sociales. Más que en la teoría, se diferencian más bien en la práctica. La sociología se centró en el estudio del occidente industrial y la antropología en las sociedades no industriales. La sociología se centró en métodos de recolección y de análisis de datos y, durante años, las técnicas de muestreo han sido fundamentales  y los estudios se realizaron desde los gabinetes, desde los despachos. En cambio los antropólogos se han dedicado más a la observación participante (2), es decir, se han sumergido en las sociedades que estudiaban, se inmiscuyeron en la vida de las tribus de cazadores-recolectores, de las pequeñas sociedades ágrafas, visitaron selvas y desiertos, eran unos auténticos aventureros que nos describieron la vida de los indios de las praderas, del crisol de culturas que es Papua-Nueva Guinea o de los temibles Yanomamos del Amazonas, a medio camino entre las novelas de aventuras y la ciencia.
Aunque también es cierto que, con la creciente comunicación interdisciplinar, se está produciendo una convergencia entre la antropología y la sociología. Muchos antropólogos trabajan en sociedades industriales, en donde estudian temas muy diversos que incluyen el declive rural, la vida interna de las ciudades o el papel de los medios de comunicación de masas en la creación de patrones culturales.
Leer un libro de divulgación de antropología puede ser tan divertido como leer una novela de aventuras o un cómic, como “Las minas del Rey Salomón” de Haggard (3) o “La oreja rota” de Hergé (4). Yo recomiendo especialmente “Vacas, cerdos, guerras y brujas” del antropólogo norteamericano Marvin Harris (5).
Entre los muchos comportamientos aparentemente inexplicables y, sobre todo, tremendamente curiosos de las sociedades estudiadas por los antropólogos está la ceremonia del Potlatch.
Cuando un mismo fenómeno social sucede en todas las sociedades y en todas las culturas los antropólogos hablan de “universal cultural”. Uno de esos universales culturales es el “impulso de prestigio”. En todas las culturas las personas buscan el prestigio social, eso lo sabemos. En nuestra sociedad damos premios literarios al que destaca escribiendo, premios Nobel del física al que descubre una partícula inconcebible y probablemente inexistente pero a ver quien es el guapo que les discute, medallas a los soldados que destacan por su valor, los diplomáticos se intercambian medallas como los niños cromos, se conceden premios de nombre tan cacofónico como “Pichichi” al que mete más goles en la liga de fútbol y los políticos… mejor dejo a los políticos que me tienen contento y me puedo perder.
Son reconocimientos que dan prestigio social al reconocido, aunque a veces, es el reconocido el que da prestigio al premio como pasa con el Planeta o con el Príncipe de Asturias. En España además, el reconocimiento te suele llegar después de muerto, “Dios nos libre del día de las alabanzas” decía mi padre, pero eso es harina de otro costal.
Así que es normal la búsqueda del prestigio y el reconocimiento del mérito cuando éste es patente. Pero lo que ya no es tan normal es el hambre de aprobación social que se presenta en algunos pueblos, de manera que a veces se compite por el prestigio social de forma feroz, hasta el punto de que la competencia se convierte en un fin en sí mismo, tanto que toma la apariencia de una obsesión que va en contra del sentido común y de los cálculos racionales de los costes materiales de esa persecución de la aprobación general.
Lo que parece ser una de estas formas maníacas de búsqueda de estatus se descubrió entre los amerindios que poblaban la costa del Pacífico Norte de Estados Unidos y Canadá. Se trataba de una competencia de consumo desaforado de bienes  y despilfarro exagerado  denominado Potlatch. El objetivo de esta ceremonia era donar o destruir más riqueza que el rival, demostrando que se disponía de más bienes que nadie en una cultura en la que los títulos de familia provenían del culto a los antepasados y en la que una pluralidad de jefes similares en categoría podían hacer gala del mismo pedigrí, de manera que todos y cada uno de ellos estaba inseguro de su estatus. Dado que todos eran descendientes de los mismos personajes reales o míticos, tenían que hacer algo  que impresionara al personal, algo así como encender los puros con billetes de cien euros para indicar que te sobra el dinero.
La ceremonia más o menos funcionaba así, un jefe local actuaba como anfitrión e invitaba a un jefe rival y a sus seguidores con una gran cantidad de regalos valiosos. Los huéspedes menospreciaban lo que recibían y prometían celebrar un nuevo potlatch que dejaría al de su anfitrión a la altura del betún, mientras que el jefe anfitrión se jactaba de todo lo que les daba y de lo pobres que eran sus rivales. Herido en su amor propio, el jefe huésped y sus seguidores prometían desquitarse e invitaban  a sus rivales a un nuevo potlatch en el que regalaban mayores cantidades de objetos de valor que las recibidas por ellos anteriormente.
Dado que en este juego todo el mundo ensalzaba su propia riqueza y desprendimiento y ridiculizaba la riqueza y la generosidad de los demás se necesitaba la figura del árbitro. Había especialistas independientes en el cálculo de los bienes que se entregaban en cada ceremonia y estimaban lo que se debía despilfarrar para igualar o superar la apuesta en cada partida.
En algunas ceremonias, durante los llamados “Festines de grasa” (6) se quemaban bienes, como mantas u objetos de cobre, llegando a veces a destruir las cabañas en las que se celebraba el festín.
El Potlatch se hizo famoso con el libro “Patterns of Culture” de la antropóloga norteamericana Ruth Benedict (7), que describía la ceremonia entre los Kwakiutl (8), una tribu indígena de la Columbia Británica. En la época en que se publicó el libro, 1934, se pensaba que era el impulso de prestigio la causa de los potlatch y así lo dejó escrito Benedict, que pensaba que todo el sistema económico aborigen del noroeste del Pacífico estaba al servicio de esta obsesión.
Actualmente se piensa otra cosa. En el libro citado anteriormente, Marvin Harris argumentaba que la situación era justamente la contraria, era la rivalidad de estatus la que estaba al servicio del sistema económico de los Kwakiutl. Según Harris, si consideramos todas las aldeas Kwakiutl como una unidad, el potlatch estimulaba el flujo de objetos de valor en direcciones opuestas, activando la economía local.
Todos los ingredientes básicos de estos festines, salvo sus aspectos destructivos, están presentes en muchas sociedades primitivas dispersas por el mundo (9). Lo básico del potlatch, el festín competitivo, es un mecanismo casi universal para asegurar la producción y distribución de productos entre pueblos que todavía no han desarrollado una clase dirigente. Creando una red de distribución de productos en un ámbito regional, incentivando la productividad de manera que no se produzcan hambrunas en época de pérdida de cosechas o guerras. Actuaban incluso como cámaras de compensación, en el caso de que una aldea sufriera de carestía, por ejemplo por una mala cosecha, era invitada a un potlatch por otra más afortunada y se cambiaba hambre por prestigio, algo así como lo que decía mi madre, “dame pan y dime tonto”.
Lo que despistó a Benedict y otros antropólogos de su tiempo fue la parte destructiva de la ceremonia. Pero, como indica Harris, muy probablemente esa conducta derive del contacto con las poblaciones de origen europeo. Entre otras causas (10), el aumento de bienes que se produjo entre los Kwatiutl  con el comercio con los blancos, hizo que subiera el listón a la hora de impresionar y  los jefes anhelantes de prestigio modificaran su conducta, empezaron a destruir objetos de valor con el fin de demostrar su poderío. Para cuando llegaron los antropólogos el despilfarro era irracional.
Estas son formas de redistribución económica y de demostración de estatus primitivas, pero no cometamos el error de considerarlas absurdas. Como dice Philip Kottak la costumbre del potlatch responde a adaptaciones a periodos de alternancia de abundancia y escasez en el plano local, en una región geográfica en la que los recursos que el entorno natural provee fluctúan de año en año y de un lugar a otro.
Además, ¿hemos progresado tanto?. ¿Cómo se comportan nuestras clases dirigentes a la hora de demostrar su estatus?. Los grandes fastos de Estado, las grandes ceremonias públicas, religiosas o privadas, los premios que se conceden a los no participantes, las grandes edificaciones para demostrar el poder de la institución que las construye, los vehículos enormes y lujosos, las joyas y vestidos, las alfombras rojas que conducen siempre a sitios exclusivos a los que no todo el mundo puede entrar. El impulso de prestigio se sigue basando en la ostentación.
¿Y a la hora de la redistribución de la riqueza?, en el ámbito privado, los salarios descomunales de los que arruinan empresas y bancos, los premios en “stock options” y otros gajes de los que recortan el sueldo a los demás. La burla del mecanismo básico de redistribución de la riqueza en las sociedades modernas,  cuanto más tienen menos impuestos pagan. Se recorta la sanidad, la educación y las pensiones, grandes logros modernos en aras de la reducción de la pobreza, mientras la desigualdad crece. Bien pensado, vivimos en una sociedad con más medios pero mucho más desigual que la de los Kwatiult.
No, no es como para presumir ni para criticar costumbres de las llamadas sociedades primitivas.
Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo
Notas:
(1)   La antropología es una ciencia holítisca que estudia el pasado, presente y futuro de la biología humana, la sociedad, el lenguaje y la cultura. La antropología incluye 4 disciplinas principales consideradas por muchos, la mayoría en realidad, como ciencias independientes: antropología social o sociocultural, arqueológica, biológica y lingüística
(2)   La observación participante es una técnica de observación utilizada en las ciencias sociales en donde el investigador comparte con los investigados (objetos de estudio según el cánon positivista) su contexto, experiencia y vida cotidiana, para conocer directamente toda la información que poseen los sujetos de estudio sobre su propia realidad, o sea, pretender conocer la vida cotidiana de un grupo desde el interior del mismo.
(3)   Si por curiosidad quieres saber más de “Las minas del Rey Salomón” pulsa aquí
(4)   Si por la misma curiosidad quieres saber más sobre la obra maestra de Hergé, la ventura de Tintín, “La oreja rota” pulsa aquí
(5)   Para leer una biografía de Marvin Harris pulse aquí
(6)   Los festines de grasa eran la versión extrema del potlatch, vertían cajas de aceite, obtenido del enlancon o “pez bujía”, al fuego situado en el centro de la cabaña. Mientras las llamas chisporroteaban, un humo oscuro y denso llenaba la habitación. Lo huéspedes permanecían impasibles en sus asientos o se quejaban del ambiente frío.  En algunos festines de grasa la casa acababa por quemarse y se convertía en una ofrenda al potlatch, causando la mayor vergüenza entre los huéspedes y gran regocijo entre los anfitriones.
(7)   Para leer una biografía de Ruth Benedict pulse aquí (8)   Para ampliar información sobre los Kwatiult pulse aquí (9)   En Melanesia y por Nueva Guinea están los llamados grandes hombres o “big men” que deben su estatus superior al gran número de festines que patrocinan a lo largo de su vida. Si deseas aprender más sobre los grandes hombres pulsa aquí
(10)   Otra de las causas principales de la deriva destructora del potlatch en relación con el contacto con las poblaciones europeas fue demográfica. Las enfermedades que trajeron los europeos diezmaron a la población indígena, con menos población, menos trabajadores y la lucha por conseguir sus servicios dependía del prestigio del jefe que quería contratarlos.  Un minuto de un documental sobre el Potlatch
Bibliografía:
Antropología. Una exploración de la diversidad humana.
6ª Edición
Conrad Phillip Kottak
McGraw-Hill
Madrid 1999
Vacas, credos, guerras y brujas
Marvin Harris
El libro de bolsillo
Antropología
Alianza Editorial
24ª reimpresión
Madrid 2003
Licencia Creative Commons
El Potlatch por Juan Carlos Barajas Martínez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.Basada en una obra en http://sociologiadivertida.blogspot.com.es/.

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