Revista Cultura y Ocio

El precio de jugar con la muerte

Publicado el 30 junio 2015 por Janire Fernández
El precio de jugar con la muerte es que ella también querrá jugar contigo. Eso le quedó muy claro después de que evitara que aquella bala penetrara en el pecho de lo que se había convertido en lo mejor que le había pasado en su vida. Éste le advirtió cuando se conocieron que no debía enamorarse de él, que debía alejarse de su lado, que no era lo que creía que era…
Se levantó y, como cada nuevodía desde entonces, se dirigió a aquel almacén en ruinas, donde sabía mejor que nadie que él corría un gravísimo peligro. Sabía perfectamente lo que iba a pasar: llegaría sin apenas tener aire en los pulmones, se lo encontraría arrodillado en el suelo con la cara ensangrentada, un hombre con el rostro escondido tras un pasamontañas le estaría apuntando con una pistola negra, ella lo llamaría a gritos y correría hacia él, el hombre del pasamontañas dispararía y ella llegaría justo a tiempo para empujarlo y conseguir que disparara a otra parte. Todo sucederá así, como un juego, siguiendo el mismo ritual una y otra vez. 
Llegó por fin, sintiendo el mismo dolor en las piernas y la misma palpitación en los oídos. Casi se había acostumbrado a ellos. Los dos estaban allí… pero presentía que algo no iba como debería, que algo había cambiado, pero aún no sabía qué. ¿Será ésta la última partida de este terrible bucle? ¿Conseguirá despertar con él a salvo a su lado…por fin?
Gritó al hombre de la pistola y se dirigió hacia él con la máxima velocidad que le permitían sus doloridas piernas. Pero su presentimiento se acentuó. No, no podía ser. No iba a llegar a tiempo. << ¡NO! >>
Aún faltaba algo menos de la mitad de la distancia que debía correr, cuando algo que no debía ocurrir cambió por completo el rumbo que hasta ahora había seguido aquella tortura. El eco del disparo empezó a ahogarse y a convertirse en un electrificante silencio. Se cayó de rodillas. La respiración disminuía y un punzante dolor en su vientre crecía. Aquello no debía suceder, no debía de haber sido así. No lo entendía. Miró hacia arriba y vio cómo el hombre que la había disparado se quitó el pasamontañas. El aire la abandonó por completo. Era él. Miró hacia el otro lado y se dio cuenta de que en realidad no había nadie más. Era él, aquél a quien le había dado algo más que su corazón: su confianza.
Lo miró fijamente, y de su boca salió un moribundo balbuceo que pretendía ser un ¿por qué? Antes de que todo se volviera negro, consiguió distinguir algunas palabras que salieron burlonas por su boca: <<… es que ella también querrá jugar contigo... >>

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