Revista Cine
Hay un rolling-gag formidable en El Precio de la Codicia (Margin Call, EU, 2011), sólida opera prima dirigida por J. C. Chandor. Estamos en una compañía financiera global que parece Lehman Brothers, camina como Lehman Brothers y hace ¡cuac! como Lehman Brothers así que, aunque no se llame Lehman Brothers, sabemos que de esa compañía se trata. Pues bien, en esa poderosísima compañía multinacional, no hay nadie que sepa interpretar una gráfica de resultados financieros: no el cínico hedonista jefecillo Will Emerson (Paul Bettany), no el solitario jefe del Departamento de Riesgos Sam Rogers (Kevin Spacey), no el doriangrayesco jefesote Jared Cohen (Simon Baker) ni, mucho menos, el caca-mayor, el jefe-de-jefes John Tuld (Dick Fuld se llamaba su similar de Lehman Brothers), bien interpretado por un luciferino Jeremy Irons. Llegado el momento, de hecho, Tuld le pedirá al doctorado en ingeniería Peter Sullivan (el co-productor Zachary Quinto) que le explique toda la bronca como si fuera un niño pequeño. Es más, como si fuera un chucho: un golden retriever, para ser preciso. El rolling-gag no podría ser más incisivo -toda esas personas que arruinaron el futuro (y el presente) de millones de personas en el mundo eran incapaces de interpretar adecuadamente una pinche serie de gráficas- pero, verá usted, el chiste no me hizo mucha gracia. Pero era previsible: El Precio de la Codicia no es una sátira -aunque esas escenas coqueteen con el tono-, sino un desesperanzador thriller financiero que funciona, a ratos, como una película de desastres a la antigüita. Todos los personajes saben que viene un desastre, todos saben que es inevitable, todos saben que muchos sufrirán... La diferencia es que aquí no hay ningún héroe a la vista. El guión, escrito por el propio cineasta debutante J. C. Chandor, está basado libremente en el escándalo Lehman Brothers, cuando en cierto día de 2008 los ejecutivos de ese grupo financiero dieron la orden de vender de manera inmediata todas sus inversiones "tóxicas", después que cierto rocket scientist, el analista sobre-calificado Peter Sullivan, les demostrara que el sistema estaba a punto de estallar por una serie de irresponsabilidades financieras cometidas con la anuencia de todos los jefes. Tomada la decisión, la única duda es: ¿todos obedecerán las órdenes? ¿Habrá alguien que se salga del huacal? ¿Lo hará el veterano con algo de conciencia Sam Rogers? ¿El recién despedido Eric Dale (Stanley Tucci), quien fue el que primero se dio cuenta del desastre por venir? Y en cuanto a la aún guapa ejecutiva de buenas piernas Sarah Robertson (Demi Moore), ¿aceptará ser el chivo expiatorio o se rebelará de último minuto? Chandor demuestra que sabe cólocar la cámara donde debe y el eficaz montaje de Pete Beaudrau no deja que ninguna escena se alargue, por lo que la funcionalidad de la puesta en imágenes deja que brille aún más la propia historia y, por supuesto, el extendido reparto que la interpreta. De hecho, es un espectáculo aparte ver las interacciones entre los distintos actores que, sospecho, debieron haber disfrutado enormemente sus papeles: la forma en la que Jeremy Irons le informa a Demi Moore que ella pagará los platos rotos y la reacción que ella tiene, los dos discursos que les receta a sus subalternos un agotado Kevin Spacey al inicio y al final del filme, el monólogo acaso demasiado obvio pero necesario de Stanley Tucci cuando recuerda que alguna vez fue ingeniero e hizo una cosa -un puente- que sirve de verdad para algo, la descarnada justificación "paretiana" de Jeremy Irons para recordarle a Kevin Spacey que siempre habrá pobres y ricos en la misma proporción y no hay manera de evitarlo... Y menos, piensa uno, con esta bola de cínicos que no saben leer ni una pinche serie de gráficas. ¡Que les lleven un golden retriever!