Revista Política

El precio de la reforma laboral

Publicado el 07 febrero 2012 por Alejandropumarino

El precio de la reforma laboral

La frase tiene más de resignación que de mala baba, y le viene tan a propósito al presidente, que uno se resiste a creerla fruto de la casualidad o del despiste. D. Mariano, el del puro, habla bastante menos de lo que piensa y ejerce de gallego, con todos mis respetos, allá por donde campa, de modo que un desliz ante una cámara que sabía abierta, se antoja, cuando menos, poco probable. Después lo aclaró en rueda de prensa, cuando dijo que el Sr. zapatero había pagado el precio de una huelga general por una reforma que se demostró ampliamente corta, con lo que deja en el brete a la izquierda pseudoprogresista y a los sindicatos agradecidos, que terminaron con el paso cambiado ante la afirmación del gallego. Si ahora hacen la huelga, cumplen sus previsiones, y si no, dan por buenas las modificaciones laborales que se antojan duras de roer.

Uno no sabe nunca lo que piensa el Sr. Rajoy, a diferencia de el leonés errante, que solía prometer lo que se le ocurría cinco minutos antes, pero este error suena demasiado conveniente para serlo y el hombre del cigarro puro, se mostró demasiado contento tras la reunión y tras el desliz, que sí le permitió colocar la tirita antes de la herida; una suerte de vaselina lubricante para facilitar la penetración en la sociedad de los cambios necesarios en las relaciones con el trabajo. Se avecinan tiempos difíciles y no subirá el precio del rodaballo que vende mi prima la de Betanzos, como decíamos ayer, pero tampoco aumentará la retribución de los funcionarios, ni el precio de la vivienda; la salida de la recesión no se puede hacer como predica el Sr. Lara desde la ilusa inocencia de una izquierda de salón, mediante inyección de dinero público para crear empleo. La frase es bonita, pero no hay ni dinero ni público y entonces, no vale. Protestar contra los mercados y el gran capital es un brindis al sol, del que nos acordamos demasiado tarde, como Garzón de juzgar al franquismo, y ahora toca apretarse el cinturón, sin más, y sin menos. Esta sinceridad me va a costar una huelga de mis lectores habituales en el espacio… pero es es otra historia.

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