Revista Opinión

El precio de la soldada

Publicado el 28 mayo 2015 por Manuelsegura @manuelsegura

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El estadounidense George Lakoff (Berkeley, 1941) es toda una autoridad en lingüística cognitiva. Lakoff sostiene que estructuramos el tiempo en función del espacio y nuestra experiencia de él, y que hablamos del futuro como algo que está delante, mientras al pasado nos referimos como eso que se encuentra detrás de nosotros. Es apenas un breve apunte de su reputada teoría sobre el pensamiento metafórico.

Para Lakoff, solo cuando los periodistas estén bien formados, estos se encontrarán entrenados para asumir que el lenguaje ha de ser neutral. Y que no entiende de marcos ideológicos. Para este lingüista, será entonces cuando escuchando el lenguaje político, los periodistas no se sientan manipulados, porque no entrarían en ese juego.

Esta última campaña electoral, que por supuesto no se ha circunscrito a las estrictas dos semanas que se le atribuyen por imperativo legal, ha estado trufada de episodios grandilocuentes en ese sentido. Periodistas entregados a través de sus medios, tertulias o redes sociales, en cuerpo y alma desde el minuto uno a ‘su’ candidato, y no porque formaran parte de su equipo de campaña, precisamente. Es fácil imaginar sus rostros desencajados en la noche electoral del 24-M, toda vez que la ciudadanía tiró por tierra muchas de las expectativas que atesoraban, declinando esas abrumadoras mayorías absolutas de que algunos gozaron durante dos décadas. Más bien, con tan obtuso proceder, daba la impresión de que los profesionales que así actuaban se asemejaban a cualquier quinceañero del club de fans de aquel cantante de los rizos y los saltitos de karate, en una actitud que dice bien poco de un oficio llamado, en teoría, a escrutar y tamizar el mensaje interesado que muchos de nuestros políticos se obstinan todavía en transmitir al lector, oyente o espectador, como si de truhanes vendedores de crecepelo o de mantas zamoranas se tratara.

Alguien dijo que la corrupción del alma es aún más vergonzosa que la del cuerpo. Y aunque sean comprensibles las cabriolas que algunos han de hacer para mantener la soldada con una cierta dosis de estabilidad, no lo es tanto hacerlo a cualquier precio, sobre todo si empeñas tu dignidad y hasta el amor propio, si preciso fuera. Y es que hay quien se vende muy barato. O lo que es aún peor: se alquila a un precio de saldo.

[‘La Verdad’ de Murcia. 28-5-2015]


El precio de la soldada

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