El año pasado los accidentes de tránsito en el país se cobraron casi 7500 vidas. Ya finalizando el 2013 esa cifra fue superada. La imprudencia, negligencia e inconsciencia son algunas de las causas que provocan esos desenlaces; del resto se encarga lo fortuito de nuestra existencia.
Son múltiples las condiciones que se tienen que reunir para que un ser humano exista como tal. Naturalmente lograr ¨ser¨, ¨existir¨ es uno de los resultados más complejos que tiene como desafío la raza humana. Así que muchas son las circunstancias que se conjugan para poder alcanzar el milagro de la vida, y ni hablar de transitarla.
Hoy la expectativa de vida se extendió, pero en el camino de la evolución se incrementaron los obstáculos que impiden mantener una longevidad natural.
La maduración de la ciencia, los cambios de hábitos y de la conciencia permitieron que nuestra biología dure un poco más que antes. Sin embargo hay otros impedimentos, por lo general humanos, que hacen todo lo contrario.
Y llegado el caso, y alcanzados todos los requisitos para existir, me pregunto, después, ¿cuánto vale una vida? Acaso, ¿alguna cuesta más que otras?, ¿la edad es un parámetro para sufrir más o menos cuándo se la pierde?, ¿qué un ser humano culmine la vida, sea profesional, exitoso o conocido impacta más que cualquier otra condición?
¨Tenía 30 años¨, ¨Se murieron 3 adultos y un bebé¨, ¨Era un joven y brillante médico¨, ¨Era muy bueno, tenía un futuro próspero¨, ¨Trabajaba en la administración pública¨, se escucha cotidianamente en los medios. Pero, ¿son esas son condiciones especiales que hacen más dramático el límite entre la vida y la muerte?, ¿algunas vidas tienen un precio diferente? Porque no escuchamos frecuentemente, ni con tanta sobrevaloración, cuando los que mueren son indigentes, niños, mujeres y ancianos que se mantienen en condiciones infrahumanas.
Todos los benditos días de nuestra atribulada existencia escuchamos y leemos alguna de esas descripciones de nuestro desenlace final. Algunas ya las naturalizamos, en cambio otros relatos del fin son apabullantes.
Antes que nuestra depredadora raza termine con nosotros, ¿aprenderemos que todas las vidas tienen el mismo valor? Niños, adultos, profesionales, no profesionales, ricos, pobres, los que viven con techo, los que se encuentran desamparados y en la calle…
¿Qué tan difícil es comprender que todos somos iguales, a pesar de las condiciones en las que ingresamos a esta jungla planetaria? Sabemos que acumulemos o no, cada uno de nosotros de esta vida no se lleva nada más que las experiencias que genere. Del resto, se encargan los que se quedan, hasta que se vayan también. M.P