Revista Arquitectura

El precursor de la ciudad moderna

Por Vilanova_studio
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El Obelisco porteño, concebido por Alberto Prebisch con el ánimo de que llegara a ser un hito urbano, cumplió ayer 75 años. Una muestra le rinde un merecido homenaje en el CPAU.
PorPOR DANIEL MOYA
El precursor de la ciudad modernaOBELISCOS. ALGUNAS DE LAS OBRAS QUE INTEGRAN LA MUESTRA TESTIGO SILENCIOSO, ORGANIZADA POR NÉSTOR OTERO. EL OBELISCO DE BUENOS AIRES, DE IZQUIERDA A DERECHA, SEGÚN LA MIRADA DE CLORINDO TESTA, JORGE SARSALE, JUAN FONTANA, JUSTO SOLSONA, MIGUEL CÁMPORA, MIGUEL JURADO, ROBERTO FRANGELLA Y ROLANDO SCHERE.
El Obelisco de Buenos Aires, ícono de los íconos porteños y postal urbana que se volvió conocida en todo el mundo, acaba de cumplir 75 años. Entre los festejos por su aniversario, hoy inaugura una muestra que reúne el trabajo de más de 40 artistas que le brindan su homenaje.
Sigue de pie. Franco, sintético y monumental. Con una pureza que, en una referencia simbólica, parece no dar cuenta de sus orígenes convulsionados y resonantes. Fue diseñado por el arquitecto Alberto Prebisch, tucumano, nacido en 1899. Alguien que, según consta en el Diccionario de la Arquitectura en la Argentina, editado por ARQ, “fue parte de una generación que se sintió responsable por los rumbos que debía adoptar la arquitectura, en consonancia con la nueva sensibilidad impuesta por los tiempos”.
Pero, ¿Cómo fue que comenzó a gestarse el actual ícono porteño? Sucede que la Plaza de la República era una de las principales piezas con las que el plan de obras públicas del gobierno del entonces presidente, Agustín P. Justo, apuntaba a celebrar el cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires. Y, en ese contexto, la operación del Obelisco perseguía consolidar un nuevo centro para la refundación de la ciudad, desplazándolo hacia el norte. De este propósito participaban también el ensanche de Corrientes y la terminación de la Diagonal Norte que, en conjunto, formaban un foco que le quitaba peso al eje histórico de la Avenida de Mayo. Sin dudas, el obelisco remarcaba esa nueva relación de fuerzas que se intentaba imponer, por lo quedebía construirse en tiempo récord. Y, a la vez, para dar por terminado un viejo debate en torno a cuál sería el monumento adecuado. La obra comenzó el 20 de marzo de 1936 y fue inaugurada el 23 de mayo de ese año. A la constructora alemana G.E.O.P.E.- Siemens Bauunion – Grun & Bilfinger, le llevó sólo 31 días y el trabajo de 157 obreros para terminar la obra. Existen registros que detallan que se maximizó el aprovechamiento del tiempo utilizando cemento de endurecimiento rápido y se fue construyendo por secciones de 2 metros, para facilitar el volcado del hormigón.
La propuesta urbanística general de Prebish fue coherente con los proyectos de centros cívicos que se dirimían en los 30, inspirados en las premisas del civic art: un conjunto centrado en la Plaza de la República, consistente en una muralla de edificación que continúa las alturas reglamentarias de las diagonales. En este espacio, se emplazaría el nuevo monumento. La pregunta que surge es cómo Prebisch concibió su diseño. Para el arquitecto Fabio Grementieri, especialista en preservación del patrimonio arquitectónico y de los tesoros de Buenos Aires, fue el viaje del tucumano a Estados Unidos, en 1933, el que dejó su impronta en la resolución del iconográfico monumento porteño. Y, es posible, que esa travesía haya influido también en ciertos aspectos de su resolución formal, en la que se perciben aún las resonancias del Plan urbano de Washington.
Sin embargo, están quienes aseguran que la idea original del Obelisco porteño es de un amigo de Prebisch, Atilio Dell’ Oro Maini, en ese entonces, secretario del intendente de Buenos Aires, Mariano de Vedia y Mitre.
Lo que sí queda claro es que las controversias suscitadas por su forma y aspecto terminaron por eclipsar la propuesta general del arquitecto tucumano. Sin embargo, desde que su imagen se dio a conocer, fue defendida a ultranza por los todos los grupos de vanguardia de ese tiempo. “Abstracción, verdad y pureza” eran los adjetivos de sus defensores. Este álgido debate continuó durante su construcción, pero no logró impedir su inauguración en 1936, justo para los festejos. Por su parte, los opositores, sin dejarse encandilar, apuntaron sus dardos al intendente y su equipo, a quienes acusaron de dilapidar el erario público. La tensión alcanzó su punto máximo cuando, en 1939, el concejal Comolli presentó una ordenanza para demolerlo.
Pero el Obelisco ya era de Buenos Aires: la sociedad porteña lo había hecho suyo a través del humor gráfico, de los modelos para armar insertos en la revista Billiken y de los artículos de publicaciones como Fémina y El hogar. A diferencia de los obeliscos antiguos, tallados en una sola pieza de piedra, su estructura local de hormigón armado con una escalera de hierro de 342 en su interior, cuatro ventanas en el ápice y un pararrayos invisible para los peatones, fue aceptada. Se impuso con sus 67, 5 metros de altura, su base de 7 x 7 metros y su original revestimiento de piedra blanca de oláen, extraída de minas en las sierras de Córdoba.
Pero el principal interrogante que encierra su historia es cuál fue el proceso por el que, el discutido monumento pasó a transformarse en símbolo de la ciudad moderna. Un proceso que, claramente, excedió el trabajo de Prebisch. Aunque esto no implique menospreciar su sensibilidad para interpretar y defender con firmeza un proyecto de dimensión urbana que parecía condenado al fracaso desde sus orígenes.

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