Revista Cultura y Ocio

El premio Herralde de novela, por Jordi Bonells

Publicado el 06 enero 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

El premio Herralde de novela, por Jordi Bonells Editorial Funambulista. 186 páginas. 1ª edición de 2012.
La primera vez que supe de la existencia de esta novela fue en el espacio correspondiente a los comentarios de una entrada en el blog La medicina de Tongoy. Allí alguien interpelaba a los contertulios habituales: ¿Habéis leído El premio Herralde de novela de Jordi Bonells? Frase que yo interpreté literalmente: en algún momento, alguien llamado Jordi Bonells, presumiblemente en los años 80 o 90, había ganado el premio Herralde de novela y esa persona lo estaba reivindicando; porque la otra hipótesis que vino a mi mente la deseché de inmediato: un tal Jordi Bonells acababa de ganar el premio Herralde de novela y yo aún no me había enterado. No podía ser, el Herralde se falla en noviembre y debíamos de estar en abril. Algo después supe que El premio Herralde de novela era el título de la novela de un escritor llamado Jordi Bonells (Barcelona, 1951), y que no estaba publicada en Anagrama sino en la editorial Funambulista. Uno de esos nombres que tenía en mi lista de editoriales pendientes. Ya les he echado un ojo también a dos autores que tienen en catálogo de Ecuador, país del que no he leído a nadie, y dado mi interés por la literatura hispanoamericana y mi pasión por las colecciones, la completitud y las listas, me gustaría acercarme a alguno de ellos.
Busco información sobre Jordi Bonells y, aunque hasta la publicación de este libro no me sonaba su nombre, me empieza a parecer alguien interesante: finalista del premio Herralde en 1988 con su novela La luna, y por tanto autor publicado en Anagrama (lo que para mí siempre ha sido una credencial), que además en algún momento decide dejar de escribir en español para hacerlo en francés, idioma en el que publica originalmente dos novelas –La segunda desaparición de Majorana y Dios no sale en la foto–; y del que Funambulista ha publicado otra novela titulada Esperando a Beckett, autobiográfica, como acaba resultando ser El premio Herralde de novela.
Ya se nos avisa en El premio Herralde de novela que hay ciertos temas sobre su pasado en los que el autor no va a indagar más, puesto que ya lo hizo en su anterior libro Esperando a Beckett. En la presente novela Bonells se plantea inicialmente recordar a los hijoputas de su vida, que son tres: un profesor del colegio; un abuelo al que apenas conoció, pero cuya huella ha dejado marcada a su madre y a sus tíos; y un alemán para el que trabajaba su padre como chofer (un nazi de verdad). Y este recuento de hijoputas lo entiende como motor –o catalizador– de su vocación literaria: “La pasión por los libros necesita un elemento catalizador para que se transforme en vocación o en decisión de ser escritor. Ese catalizador es, en muchos casos, la hijoputez. Sí, la hijoputez es un motor literario sin par. Si de pequeño un hijoputa se te cuela en tu vida, cagaste. Y si son más de uno (es mi caso) cagaste más. Aunque si luego vas a ser escritor, acertaste. Quizá una cosa vaya con la otra. La escritura está servida” (pág. 25).
Esta excusa narrativa le sirve a Bonells para hablarnos de parte de su familia: quizás los personajes de dos de los tíos maternos, uno marino y el otro atracador de bancos y posteriormente profesional de la lucha libre, sean las construcciones más intensas del relato; y en ellos dos, en los modelos de huida de la hijoputez que ve en ellos, el autor intenta indagar sobre su propia vocación literaria.
La novela es en gran parte autobiográfica y se acerca al ensayo y las memorias; sin dejar de lado la reflexión metaliteraria; la digresión –entendida en su más amplio sentido de divagación– domina el discurso narrativo. El estilo abunda en coloquialismos y frases hechas; por ejemplo: “Este tío está pirao, deben estar pensando los que leen esto” (pág. 14); “En cuanto se puso fuerte, cogió el toro por los cuernos” (pág. 64); “Oscilar entre la desesperación y la infelicidad es salirse de Málaga y meterse en Malagón” (pág. 130). Pero esto no debe entenderse como falta de recursos o de trabajo del texto; en realidad el estilo de Bonells trata de imitar las divagaciones del discurso oral, y por ello también incide en las frases cortas, y a veces en un discurso entrecortado, marcado por un exceso de puntos; por ejemplo: “Me abrió una ventana. Una janela, como diría Pessoa. Me gusta esa palabra en portugués. No sé por qué. Suena bien. Una nueva manera de ver las cosas. La vida. El mundo. De verme a mí mismo. A los demás. Por esa janela. Hasta entonces había sido la mar de extraño tener un tío cuya sola existencia era un nombre y encima pronunciado a hurtadillas. Fascinante incluso. Me había acostumbrado a ello. Me tuve que desacostumbrar. A aquella fascinación” (págs. 90-91). Y este estilo aparentemente antiliterario se convierte en profundamente literario por dos hechos fundamentales: el fuerte sentido del ritmo y por un recurso de lógica –o contralógica– del lenguaje que constituye el corpus principal del discurso: la contradicción, el enunciado lógico que se niega a sí mismo en la continuación del discurso: “Comprendí lo que hoy en día los psicólogos llaman el double bind, el doble vínculo o la doble atadura o la doble no sé qué y que Wittgesnstein ilustró a su manera. ¿En qué consiste? Pues es la mar de sencillo. Muy a menudo, en una situación determinada, sólo nos quedan dos opciones: la primera conduce a lo que queremos evitar; la segunda a renunciar a lo que queremos obtener. En esas he estado yo a lo largo de toda mi vida” (págs. 17-18).
Los pensamientos vertidos en el libro suelen enunciar una idea principal, que en las siguientes frases o en las subordinadas a la frase principal, se niega, y luego se matiza esa negación; así que lo que en algún momento nos pudo parecer un discurso deslavazado (uso de frases hechas y vocabulario coloquial, frases ilógicamente entrecortadas por puntos innecesarios, divagaciones...) se eleva hasta el discurso literario por medio de la sutilidad de pensamiento que impone el ritmo de la negación de premisas principales, y en todas sus contradicciones (la alta y baja cultura, lo coloquial y lo culto...) queda reflejada la personalidad del autor convertido en personaje; quien de su primer hijoputa –y por tanto catalizador de su literatura– aprende una lección fundamental: “La lógica que nos inculcó se basaba en lo siguiente: te arreo porque haces lo que haces... y cuidado con no hacerlo porque te arreo. Así no había manera. Aquél fue mi único maestro” (pág. 16).
En la temática obsesiva y repetitiva existe una clara influencia de la obra de Thomas Bernhard, al que se cita explícitamente en el libro: “A Thomas Bernhard, en cambio, lo leo desde hace tiempo” (pág. 106); y en el gusto por la cita literaria me ha recordado a las divagaciones de Enrique Vila-Matas, al que también se cita en la novela.
Y como leitmotiv la obsesión por ganar el premio Herralde de novela, o más bien por no ganarlo, por ser el mejor no-ganador del premio Herralde de novela, un premio que Bonells siente que Jorge Herralde creó para tenerle a él siempre escribiendo y no ganándolo. “Para ser un escritor de verdad, hay que querer ganar un premio y no ganarlo nunca” (pág. 116).
Los tíos de Bonells, el profesor, la madre, su vida en Francia, en Argentina, las lecturas... son todas divagaciones autobiográficas que se rompen en el último tramo del texto, cuando el narrador nos habla de su vida y la de su familia tras su muerte (en un último juego de contradicciones).
Hasta hace no mucho no conocía de nada a Jordi Bonells y me ha gustado realmente encontrarme con él, con un escritor de la generación de Enrique Vila-Matas o de Javier Marías, que creo que debería ser más conocido, una figura más próxima a los autores citados. Me he quedado con ganas de leer más libros de él, al menos Esperando a Beckett, y conocer así la historia del tercer hijoputa de su vida, el nazi de verdad.
(Nota: estuve a punto de incluir este libro entre las diez mejores lecturas de 2012, y al final Alfredo Bryce Echenique ocupó el puesto que faltaba. Pero, ¿qué mejor homenaje a esta novela que crear una lista para no incluir a Bonells?, lo que en el fondo es la mejor forma de incluirlo.)

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