Revista Cultura y Ocio
En el café España, de la ciudad de Burgos, servían a finales de los años setenta una bebida muy especial. De fórmula secreta, nuestro gusto adivinaba en ella el vermú blanco y nuestra vista confirmaba la presencia de hierbas de las que podíamos identificar sobrenadando unas hojas de hierbabuena.
Nos aficionamos a tomar aquel brebaje y acudíamos allí muchas tardes después de nuestras clases de magisterio hasta que un día Jesús, uno de nosotros, empezó a notar extraños picores en los pies. Inicialmente no los dio importancia, pero se fueron acentuando convirtiéndose en pocos días en un dolor persistente, algo así como el de una china en el zapato. En pocos días la base de los pies adquirieron un aspecto tumefacto y unas extrañas protuberancias con aspecto de granos de pus aparecieron en sus plantas doloridas. Acudió alarmado al médico que le recetó unas pomadas inútiles que no frenaron el avance de aquellas ampollas que pugnaban por estallar. Fue en el café España precisamente, en torno a nuestro habitual preparado, que nuestro compañero no aguantó más y con un gesto de dolor insoportable se quitó un día los zapatos y los calcetines. Asombrados contemplamos unos extraños hilos vegetales, como raicillas, saliendo de sus plantas llenas de sarpullidos. Nos quedamos aterrados sin comprender qué podía ser aquello. Uno de nosotros, mudo y asombrado, miró fijamente el vaso de su preparado con aquellas hojitas de hierbabuena. Decidimos no volver a probar jamás aquel brebaje. Algunos días más tarde nuestro preocupado amigo estaba completamente curado.