Me llevé a mis pies descalzos…
Que nada queda ya de lo que pisaron. No sé qué me voy a llevar a la tumba, no hay nada que no haya matado ya.
Ver la vida como este paréntesis sentencioso y vulgar. Haber nacido es una puta carcajada del destino, nací ya con esta podredumbre apostada en la esquina inútil de mi visón periférica.
No voy a dar nada por supuesto, pero sospecho que este espejo, es la mirada última de mi vida.
Nada de estertores ni fanfarrias. Esto de llevar muerto tantos días como hojas arrancadas de un calendario es estar muerto en vida y, aun así, nadie nota este olor, ni esta tierra pegada a las suelas de mi sonrisa. Me agota esta resistencia a un esquema que no seguiría ni borracha.
Y me he ido muriendo, pero también me han ido matando.
Las excusas no vinieron a mi funeral, no son muy listas, ni muy amigables. La verdad, usarlas ya, no sirve de epitafio, no me peino ya con el perfume de evitar desencuentros. Me marchito mientras a este camino vuelve la hierba y todas las flores me recuerdan que siempre preferí las margaritas y todo eran cultivos alternativos de la misma puta mentira.
¿Y qué se siente al estar podrido? ¡Joder! Pues muchas cosas. La distancia que pone la gente, las caras de “por favor, cállate ya, que nos deconstruyes esta ilusión y esta sonrisa…”, el vacío, la indiferencia, la misma mierda de cuando estaba viva, pero con menos disimulo. La verdad es que, ya puestos, no entiendo bien como notan la diferencia, o sí… es esta luz del final del túnel. Se perciben mejor las sombras. Antes era igual, pero con menos contraste, mira que si esta gente es perceptiva y yo subestimándoles… La chica de siempre, con un pequeño tic en su sonrisa falsa, vaya, vaya.
El primer día de muerto, lo pasé admirando mi nueva dimensión. Hice recuento y me di cuenta que hacía mucho ya que no pertenecía a este mundo. Y vi todos los desprecios, anote con precisión cada dolor y supe, que mi segunda muerte ya no sería para tanto. Con esto de la moda de los zombies, al final seguro que encuentro un ejército y creamos un nuevo género musical o la generación muerta del 17. Las posibilidades son infinitas cuando el riesgo sólo es la verdadera muerte. ¡Viva Zapata!
¡A quién le iba a doler mi muerte! Los que me conocen de verdad ya se huelen algo y los que no sólo especulan con los apuntes de mi cambio (imperceptible o no). A estas alturas de mi muerte, ni rastro queda ya, de lo que fui cuando vivía. Aunque pensé que esto de vivir muerto me iba a doler menos, la verdad, pero no. Las heridas son instantes punzantes que revisten gravedad. Para esto, igual, hubiese preferido seguir en la otra frecuencia, en el lado más vivo de la vida.
Mentiras y este solazo, haciéndome metal los fluidos corporales, ¡qué paz, cuándo me vaya!
Hasta el alcohol sabe mejor. No es broma, me apunto al terrazeo y después de siete cañas, casi se me olvida que tengo que darles un repaso a mis venas y conjugar con rapidez esta jauría de gusanos (a los muy perros, les gusta salir, desbordarse por mi nariz y dar el espectáculo) como si no fuese suficiente ya con este clown malo, que se dedica a emborracharse celebrando la vida. ¡Ja! La vida… ¡qué recuerdos!
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