¿Cómo se siente un héroe de verdad, considerado por toda la humanidad como alguien que ha hecho realidad lo que hasta entonces se consideraba una hazaña imposible? ¿Cómo puede vivir alguien el resto de su existencia después de haber sido protagonista de uno de los hechos históricos más trascendentales de la historia de la humanidad? Si algo caracterizó la existencia de Neil Armstrong, es que no fue un héroe al uso. Jamás dio importancia al hecho de haber sido el primer ser humano en poner su pie en la Luna, pero si ensalzó al enorme equipo de científicos y técnicos que lo hizo posible:
"Sería la persona a la que en tiempos inmemoriales se conocería como la que pisó la Luna por primera vez. ¿Y quién queríamos que fuera? El primer hombre que pisara la Luna sería una leyenda, un héroe estadounidense incluso mejor que Lucky Lindbergh, mejor que cualquier soldado, político o inventor. Debía ser Neil Armstrong.Neil era Neil, tranquilo y callado, con una confianza absoluta en sí mismo. Todos sabíamos que era como Lindbergh. No tenía ego. No pensaba: “¡Voy a ser el primero en pisar la Luna!”. Nunca se le pasó por la cabeza."
Las auténticas pasiones de Armstrong fueron desde siempre la ingeniería y la aviación, por lo que su verdadera ambición era ser piloto de pruebas, aceptar el desafío de probar nuevos modelos de aeronaves - uno de los trabajos con mayor índice de mortalidad del mundo -, aunque jamás llegó a pensar que volaría tan alto. Un astronauta debía estar hecho de una madera especial, como ya nos enseñó Tom Wolfe. No bastaba con tener valor, había que contar con nervios de acero para soportar la tensión de unos despegues que se abortaban con mucha frecuencia en el último momento y que en alguna ocasión llevaron a sus tripulaciones al desastre. Neil Armstrong, a pesar de su frialdad exterior, tenía siempre eso presente y su sufrimiento era enorme cuando sucedía una tragedía a alguno de sus compañeros. Le sucedió lo mismo con la muerte de su hija pequeña: pareció tomarse el suceso con calma, pero dicha reacción no consiguió sino destrozarle más por dentro.
Quizá si Estados Unidos no hubiera sentido la presión de la carrera espacial en la Guerra Fría, las cosas hubieran sucedido de otro modo y el paseo lunar se hubiera producido bastante más tarde, cuando la tecnología hubiera sido probada de manera más prolongada para hacer el viaje más seguro. Pero no había tiempo. Los rumores sobre los progresos soviéticos hacían que se trabajara contra reloj y que los problemas técnicos fueran resueltos en numerosas ocasiones de una manera casi artesanal. Los entrenamientos eran duros y frenéticos, pero insuficientes, porque no se sabía con exactitud a qué peligros se iban a enfrentar los astronautas. En una ocasión, mientras se entrenaba con el aparato que debía realizar el alunizaje, éste se estrelló y Armstrong salvó la vida en el último instante (no era la primera vez que le sucedía algo semejante). El astronauta abandonó el campo de pruebas como si nada y se fue a su despacho a seguir trabajando.
Una vez realizada la misión, a Armstrong jamás se le ocurrió sacar beneficio alguno de su hazaña y de su inmensa fama mundial. Cumplido una agotadora gira a nivel mundial, aceptó un humilde puesto de profesor con el fin de llevar una vida lo más discreta posible, prestando, eso sí, servicios puntuales a la NASA. En realidad, el auténtico Armstrong sigue siendo en cierto modo una incógnita. En la película de Chazelle es interpretado por Ryan Gosling, un actor con fama de inexpresivo, característica que le viene muy bien al personaje. Fist man no quiere ser un film épico, sino una visión extremadamente realista de cómo fue posible la extraordinaria hazaña de llevar a unos hombres a nuestro satélite. Y en este sentido, Chazelle acierta, porque en pocas ocasiones el espectador tiene ocasión de meterse en la piel de un astronauta - en sus sentimientos, en sus miedos - como en esta realización.