Puntuación: 3,5/5
En la pequeña ciudad de Boonsboro, la familia Montgomery trabaja contrarreloj para convertir el histórico hotel, casi en ruinas, en un elegante hospedaje lleno de encanto. Los preparativos para la inauguración avanzan a buen ritmo y Owen Montgomery, el más organizado de los tres hermanos, controla cada detalle de trabajo. Lo único que no podrá prever son los sentimiento que Avery MacTavish despertará en él. Avery es la dueña de la pizzería que hay frente al hotel y está fascinada por el proceso de renovación. Se interesa por el diseño de cada rincón y Owen está más que dispuesto a enseñarle los progresos diarios. En el colegio, él fue su primer novio y desde entonces siempre ha ocupado un lugar especial en su corazón.
Después de varios meses esperando, por fin podemos disfrutar de la segunda novela de la trilogía Boonsboro. Siempre es un placer leer una historia de la genial Nora Roberts, y esta vez no iba a ser diferente.
Para aquellas personas que no se acuerden muy bien de qué trata esta serie, lo resumiré un poco. Nos encontramos con tres hermanos, los cuales tienen entre manos la reconstrucción del hotel Boonsboro; un sueño familiar que cada vez está mas cerca de cumplirse. En cada uno de los tres libros que forman esta trilogía seremos testigos de la historia de amor de uno de los hermanos. En el primero, Siempre hay un mañana, conocimos la de Beckett, el arquitecto. Ahora le toca el turno a Owen, el encargado de la contabilidad, aunque también ayude con tareas de construcción y montaje. Toda la familia es una piña, unidos para dar forma a tan deseado proyecto.
Como pasó con la anterior novela, no hallamos una historia demasiado complicada, y en este caso ni siquiera tramas secundarias de ningún tipo. Si hay algo que abunde en el pueblo, en sus habitantes, y en el ambiente en general, es la calma, el cariño y afecto. Algo que se ve reflejado en la relación de los protagonistas, amigos desde que eran niños. Ambos se conocen muy bien, se preocupan el uno por el otro, podría decirse que se adoran, pero nunca han llegado a nada más... hasta ahora. Es el momento justo, el apropiado para dar un paso más allá, pero tienen que decidir si vale la pena poner en riesgo su amistad, ya que siempre cabe la posibilidad de que no funcionen como pareja.
Como siempre, el hotel tiene una importancia primordial. Incluso podría decirse que es el encargado de dar un empujoncito a nuestros dos protagonistas. Y es que, ya se sabe, este edificio tiene vida propia, y nunca mejor dicho. Uno de los elementos que lo hacen tan especial es la presencia de Lizzy; residente de Boonsboro desde siempre. Le aporta un toque mágico a la historia, un encanto que se hace mucho más patente en este libro. Espero conocer en el siguiente la historia de su vida, así como las razones por las que lleva tantos años esperando en ese lugar.
A la protagonista femenina ya la pudimos conocer también anteriormente. Se trata de Avery, propietaria de la pizzería del pueblo. Una chica trabajadora, jovial, cabezota, y bastante impulsiva; todo lo contrario a Owen. Él es la planificación en persona, la sensatez y prudencia, pero decidido cuando quiere algo en concreto. Lo normal en el género es todo lo contrario, por ello el personaje de Owen provoca cierta ternura: un verdadero encanto. Ella es la encargada de echar el freno en la relación, provocando en algunos momentos que simpatices más con él.
Una de las pegas que le puse a la anterior novela fue, a mi manera de verlo, la gran importancia que se le daba a la construcción del hotel, por encima de los personajes principales. Al principio de este libro he tenido la sensación de que ocurriría lo mismo; demasiadas descripciones de decoración - si tengo que elegir me quedo con las de construcción-. No obstante, esta pequeña etapa no duró demasiado, convirtiéndose Owen y Avery en protagonistas absolutos al poco tiempo. Sí es cierto que también seguiremos la vida de los hermanos, sus padres, la parejas, hijos, etc. Pero esto no es más que un aliciente, una gran familia que enamora al lector y que deja con ganas de más.
Como dije también en la anterior reseña, es una delicia pasearse de la mano de todos ellos por las distintas estancias del hotel. Las distintas habitaciones, cada una de ellas inspiradas en conocidas parejas de la literatura, son descritas con tanto cuidado y dedicación que da la sensación de estar deambulando por ellas. Elizabeth y Darcy, Titania y Oberón, Westley y Buttercup... ¿Quién no querría pasar una noche en cada una de ellas? Yo sin duda me quedaría con Jane y Rochester.
Ya sólo falta la historia del hermano más hosco, gruñón y poco considerado, Ryder. Es decir, al que más ganas le tengo, como no podía ser de otra forma. Su relación odio-odio con Esperanza, la gerente del hotel, promete mucho. Espero que no tarden demasiado en publicarla.
El estilo de Nora Roberts es, como siempre, elegante y magnífico, además de poseer un ritmo ágil, algo que había descuidado bastante en sus últimos libros, un poco más densos por el gran número de descripciones. Como se puede apreciar me ha gustado mucho, aunque no se va a llevar la máxima puntuación. Es una novela buena, que consigue mantener una sonrisa todo el rato, haciendo que pases un rato agradable... Y creo que esa es propósito del libro. No va a pasar a la historia por ser una de las mejores novelas de la autora, pero cumple su función principal: entretener y seducir.
Un libro sencillo, con una historia de amor bonita, cuidada y tierna. Unos secundarios que no hacen más que aportar un ambiente familiar y afable. Además de la magia del hotel y su eterna inquilina, con ese olor a madreselva que impregna cada página.