Tienes cuatro hijos. Los cuatro son varones. Son hermosos y tienen los huesos y los dientes fuertes. Tienen el pelo brillante y sonríen mucho porque son bastante felices. Son buenos chicos, generosos y solidarios con los demás, y encima tienen la cabeza bien amueblada. Tú dices que los quieres a todos por igual, pero no es cierto. Mientes como un bellaco porque te han enseñado a mentir desde pequeño y siempre lo haces. Además, todo el mundo miente y, si te paras a pensarlo, hay toda una cultura de la mentira a tu alrededor. Los anuncios de la televisión, las sonrisas forzadas de tus vecinos, las preguntas de la gente a la que en realidad no le importas nada... Todo el mundo miente, es un hecho.
Tú no los quieres a todos por igual, a tus hijos, quiero decir. Quieres más al primogénito, al primero de todos, al mayor. No sabes si es porque le cogiste en brazos primero, o si es porque te has criado en medio de una política de desigualdad y de discriminación, o si es porque simplemente te lo pide el cuerpo, pero es así; tú quieres más al primero, y punto. Él es tu gran esperanza, tu orgullo, del que siempre hablas en todas partes como si hablaras de un rey. Le quieres por encima de sus hermanos, y por eso le mimas de una manera descarada y aberrante. Cuando ya es un hombre, y su voz grave y el olor de sus sobacos empieza a ser evidente, le mandas a la universidad porque quieres que sea un tío con un gran porvenir. Quieres que sea lo que tú nunca pudiste ser, y realizarte a través de él como si fuera un espejo en el que te miras. Le mandas a la ciudad con dinero en los bolsillos y te matas a hacer horas extras en la fábrica de mierd... en la que trabajas porque quieres que esté cómodo y calentito en el colegio mayor en el que está instalado. Te matas a trabajar mientras él te cuenta mil milongas para excusar sus malas notas. Él te dice que al final las aprobará todas, y tú le crees porque nunca has ido a la universidad y crees que debe de ser muy difícil aprobar a la primera. Claro, si lo fuera, el mundo estaría lleno de gente educada y civilizada, y eso no es así, porque tú solo ves salvajes y egoístas por todas partes. Mientras tú me matas los cuernos, tu hijo universitario va de fiesta en fiesta emborrachándose y drogándose. Ojalá le interesaran los libros tanto como el alcohol y las drogas, pero no es así. Le gusta probar de todo, y además hacerlo con el dinero que le mandas para estudiar, que también paga las drogas y el alcohol de sus amigos. Pasan un par de años de suspensos y de dinero enviado, y un día tu primogénito está en el hospital muriéndose de una sobredosis. Está demacrado, no tiene dientes, y lleva los brazos llenos de picotazos raros y dolorosos que no quieres mirar porque te duelen más a ti que a él. Entonces, el médico te dice que ya no le quedan ni dos días de vida, y tú lamentas que no haya podido acabar sus estudios, y te hundes en la tristeza y la desolación más absolutas. Entonces llegan sus hermanos, tus otros hijos, con esos coches caros y esos trajes de marca que han conseguido aprobando unos estudios que se han pagado con el sudor de su frente en los veranos, y tratan de consolarte, pero tú no quieres escucharles porque tu primogénito, quien era la esperanza de tu vida, se va a ir al otro mundo dentro de nada. Tus otros hijos, que son unos buenos chicos y que nunca te han pedido nada, tratan de hacerte ver que tú no tienes la culpa de que su hermano se esté muriendo, que no has hecho nada malo, pero tú no puedes parar de sufrir. Y entonces el pequeño, que es el más listo y el más valiente de todos, te pregunta qué más deben hacer para conseguir que te fijes en ellos. Han trabajado duro, han sido buenos chicos, te dice, y no se han quejado nunca de nada. ¿Por qué no les has ayudado más? ¿Por qué has querido más al primogénito que a ellos?. Y tú, que ya no tienes ninguna razón para seguir viviendo por culpa de la inminente muerte de tu primer hijo, le miras a la cara y le dices: "porque el mundo es injusto y el amor no siempre lo tiene quien más lo merece sino quien más lo necesita. Por eso"