Los pacifistas, herederos de los que llenaban las calles de Londres oponiéndose a la intervención británica que salvó a Europa de Hitler, denuncian hipócritamente ahora al príncipe Harry de Gales porque acaba de confesar que seguramente mató a talibanes en Afganistán.
Harry, de 29 años, segundo hijo de Carlos, el heredero, y de la fallecida Diana, es el militar a dedicación plena de la familia real británica, y sucede a una lista milenaria de príncipes y reyes guerreros.
El chico malo, gamberro, imprudente, pero también arrojado y fiable de la familia Windsor se inició como cadete hace siete años y actualmente es capitán de Aviación.
Dirigiendo el vuelo y la artillería de los mortíferos helicópteros Apache fue como mató a los talibanes en operaciones en las que él mismo exponía su vida.
Acostumbrados a ver con sus vistosos uniformes en tiempos de paz a príncipes y reyes, incluidos los españoles, olvidamos que su función final como militares puede ser la de combatir personalmente en defensa del Estado del que son jefes.
España, como los demás Estados europeos, se forjó así, con monarcas que hacían guerras, alianzas y pactaban matrimonios en interés de sus territorios, pocas veces por amor.
El Reino Unido sigue siendo un país muy cercano a las guerras exteriores. La Reina es soberana de 16 Estados independientes que forman la Commonwealth (algo así como “Bienestar común”), lo que supone ciertos compromisos morales con esos restos del antiguo Imperio y una disposición permanente para la guerra.
Harry cumplió en Afganistán su trabajo como militar luchando contra quienes queman vivas a las niñas si las ven con un libro en la mano.
Y si se piensa al margen de lo políticamente correcto, que es suicidio por impostura, este joven príncipe valiente revive hoy la imagen de los cuentos con otros jóvenes príncipes que rescataban de los dragones a las doncellas.
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SALAS