Mariano, militante asesinado el día de ayer
El problema no es
repetir el ayer
como fórmula para salvarse.
El problema no es jugar a darse.
El problema no es de ocasión.
SILVIO RODRÍGUEZ
Mariano Ferreyra tenía veintitrés años. Su asesinato a manos de la patota sindical ferroviaria desnudó las gigantescas grietas de la política gremial del oficialismo, uno de los aspectos en que, al contrario de lo que ocurre con los derechos civiles, hace agua. Por vocación de mentir o pura imbecilidad, si somos benévolos, el hecho se agrava con la burda operación de prensa de los comunicadores oficiales para vincular a Duhalde con Pedraza y con militantes más pendientes de las estrategias de Clarín que de condenar un hecho del que nadie los acusa directamente.
La tramoya no hacía falta. Es fácil descubrir que Pedraza, un sindicalista millonario que controla hace décadas los trenes -bondades del peronismo- fue duhaldista, después de ser menemista y antes de ser kirchnerista. El problema no son los patrones políticos, sino las prácticas políticas. No los Zanola, los Pedraza, los Moyano, sino el Estado incapaz de regularlos.
No creo que el kirchnerismo haya ordenado la violencia, ni siquiera que la haya aprobado. No creo ni siquiera que el gobierno de la AUH y el matrimonio igualitario coincida ideológicamente con los sindicatos. Sí creo que el gobierno es negligente y permisivo con la violencia y que, al igual que todos sus antecesores, pacta con grupos violentos para sostenerse en el poder. Y acá esta el problema. La CGT -central sindical con tradición de ultraderecha- viene exhibiendo los revólveres desde siempre. Con la democracia, los casos comenzaron a considerarse aislados, casi nunca mortales, parte del folclore.
La naturalización de la violencia sindical está en estricta relación con la ausencia de una democracia sindical real que acabe con la tradición de secretarios generales eternos y grupos de poder que, sin freno en la búsqueda de acumular poder personal, resuelvan las cosas a los balazos. El problema no termina con la cárcel de los asesinos, sino con la desarticulación de las estructuras jurídicas que permiten el funcionamiento de estas bandas de burócratas.
Mariano Ferreyra tenía veintitrés años.