Cuando el guardián de un monasterio zen murió, el maestro reunió a sus discípulos en el patio y en el centro colocó un jarrón.
Aquí tienen un problema, resuélvanlo... Aquel que pueda hacerlo, será el nuevo guardián.
Todos observaban el precioso jarrón, que no poseía nada que estropeara su belleza, sus dibujos de flores, la fina porcelana con la que estaba hecho, no entendían cual podía ser el problema, incluso no entendían que aquella belleza podría suponer algún problema.
Pasado un largo tiempo, uno de ellos se dirigió hacia el jarrón. Lo cogió y lo tiró al suelo.
El maestro lo miró y le dijo: Efectivamente, les dije que estaban frente a un problema. Usted entendió lo que les dije.
Ante los problemas, no hay que sentarse a observar, sino solucionarlos. Es lo único que les pedí.
Es usted el nuevo guardián