Quizás no sepamos nada de vinos, pero cuando nos dan a probar un Vega Sicilia notamos claramente que es bueno de narices. Puede que tengamos un paladar de trapo, pero entre un queso en lonchas prefabricado y un Ideazabal etiqueta negra no creo que tengamos muchas dudas en distinguir el bueno del malo. Es posible que no nos guste el whisky, pero entre una marca de a euro el brebaje y un Macallan 1926, notamos que hay una diferencia sustancial.
Es lo que ocurre cuando tienes un producto extraordinariamente bueno, no hay que hacer mucha inversión para darse cuenta. No hace falta que hagamos muchos esfuerzos para contar una historia, el producto es excelente. Lo mismo ocurre cuando el producto es extraordinariamente malo, no necesitamos hacer un estudio de mercado para saber que es una castaña y que no lo compraría ni nuestra madre en nuestro lecho de muerte.
El gran dilema lo tenemos con esos productos que sin dar un susto al miedo, no acaban de ser extraordinarios. Ese producto que puede que cuaje, puede que sea bueno, pero que no sabemos si podrá llegar a cumplir nuestras expectactivas.
Este tipo de productos son los que acaban devorando gran parte de nuestro presupuesto, porque como suele pasar con los padres, tenemos nuestro corazoncito y pensamos que es mejor de lo que parece, que quizás no da el salto porque no está en el momento adecuado, o por cualquier otra excusa que se nos pasa por la cabeza. La realidad es que simplemente no es lo suficientemente bueno para pasara la criba.
Por eso es importante fijarse límites a la hora de lanzar un producto, tiempo que invertiremos, finaciación que recibirá, etc… para no caer en la tentación de prolongar una agonía que solamente acabará con la discontinuidad de esa línea y con un boquete en nuestras finanzas.
Película: Plan 9 from Outer Space
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