El problema del coronavirus no es su mortalidad ni el no tener vacuna o que se haya convertido en una pandemia.
No.
Porque la pandemia es una “propagación mundial de una enfermedad” y no tiene por qué ser mortal. En España, por ejemplo, tenemos una pandemia de subnormales muy grande, especialmente gracias a las redes sociales.
Nos creemos todo lo que se publica, nos reímos al mismo nivel que nos asustamos, con intensidad, como si fuera suficiente que alguien diga algo para que sea verdad. Estamos perdiendo el norte por la falta de referencias, nos creemos que lo sabemos todo y lo vomitamos sin autocensurarnos, solo porque tenemos vías (Twitter, Facebook, WhatsApp, Instagram) para hacerlo. Nos hemos vuelto gilipollas porque podemos contar lo gilipollas que somos sin pararnos a pensar si lo que decimos es útil, si es real, si aporta algo, si merece la pena compartirlo.
Total, que aquí andamos, debatiéndonos entre el miedo por una pandemia mortal que no es aún real y a la vez escojonándonos de la risa con el perfil oficial del virus en Twitter (@CoronaVOficial); el caso de la china ebria que desató la alarma en un prostíbulo de Valladolid; la foto del hombre que se puso la máscara de buceo del Decathlon a falta de mascarillas; o el increíble vídeo en el que te puedes hacer una con un sujetador. Bueno, dos.
No sé qué es peor, la verdad. Si las cosas que nos pasan, o lo que hacemos con las cosas que nos pasan,