JOSÉ VICENTE RANGEL
La parábola del Nuevo Testamento sobre el hijo pródigo, aquél que reclama al padre su herencia y luego la despilfarra, en el derecho es asumida para calificar a la persona que dilapida su propio patrimonio y, como tal, es declarada por un juez competente. 1 En política ocurre igual, pero sin sanción legal sino de la opinión pública. Con motivo del rápido ascenso de Capriles -recordar a Bertolt Brecht en El irresistible ascenso de Arturo Ui-, la votación que obtuvo en las presidenciales del 14-A y la manera como posteriormente actuó, el país estaría en presencia de un caso similar. Ya que nunca se había visto un derroche de la magnitud del que incurre el excandidato de la MUD después del citado evento electoral. En política cada quien actúa como lo considere más conveniente, o como lo dictan los intereses que se representa, o las presiones de que se es objeto. Si optas por un camino respetable o prefieres el atajo, es cosa tuya. Definir el derrotero y la manera de alcanzar el objetivo, es decisión personal o la imponen ciertos factores. Es lo que ocurre con Capriles. Pero lo que él haga también interesa al resto de los venezolanos. Él representa, por el momento, a parte importante de ellos y ejerce un liderazgo al que le corresponde adoptar decisiones que tienen que ver con aquellos que lo siguen y con los que lo adversan.2 No pretendo darle consejos a Capriles -quien no se caracteriza por escuchar sino por agredir-, pero sí recojo lo que venezolanos que están con él, o en su contra, piensan de su actitud postelectoral. Yo mismo -perdón por personalizar el comentario-, que pido una oposición consciente; que estimo que con los votos que obtuvo el 14-A, conducida con espíritu crítico, pero democrático, pudiera convertirse en interlocutor para atenuar las consecuencias perversas de la polarización y contribuir a normalizar la vida ciudadana, sin embargo observo con inquietud que opte por una posición que acarrea efectos letales a él y al país. Y conste que no se trata de darle lecciones.
3 Capriles podría hacerle aportes al país asumiendo posturas dialogantes, desechando la tentación de la violencia, deslindando con los radicales que lo rodean, contribuyendo a civilizar el accionar político, en vez de repetir formatos del pasado e ignorando la institucionalidad democrática. Por cierto, algo que fuerzas oscuras -dentro y fuera del país-, conscientes de que a través del voto popular no lo lograrán, planean hacerlo por la vía extraconstitucional. No citaré numerosos episodios acaecidos después del 14-A que motivan este comentario. Sólo me referiré a los que atribuyo carácter emblemático. A) Su reacción descomedida -por decir lo menos-, luego de proclamado Maduro por el CNE: visceral, irascible. No fue la que aconsejaban las circunstancias, y, mucho menos, aquellos que están obligados a respetar reglas de juego preestablecidas. Las consecuencias: desbordamiento de sus partidarios y lamentables hechos de violencia. Si él estaba en desacuerdo con el veredicto anunciado por el CNE, debió manifestarlo democráticamente y anunciar los recursos consagrados en la ley. B) Si la auditaría está prevista, y era del conocimiento del candidato, de su equipo y representantes en el ente rector, ¿por qué el posterior rechazo? Luego está la impugnación ante el TSJ que, de antemano, plantea la descalificación de la máxima instancia judicial advirtiendo que este paso tiene como finalidad recurrir a organismos internacionales. Es decir, una excusa que entraña desprecio absoluto por la jurisdicción nacional. C) Mientras Capriles habla de diálogo y acusa a Maduro de no practicarlo, guarda silencio ante la iniciativa presidencial designando una comisión integrada por Cilia, Arreaza y Cabello para reunirse con todos los factores de la vida nacional. D) Por último lo más revelador: la declaración el 1° de mayo del excandidato advirtiendo que “el gobierno tiene los pies de barro y que en cualquier momento se cae”, al tiempo que dice que “la salida debe ser constitucional”. En boca de un dirigente que sacó un volumen considerable de votos, esa afirmación es irresponsable. Al decir que el gobierno se cae en cualquier momento, genera incertidumbre. ¿De verdad lo cree? ¿Sabe algo? ¿Quién lo tumbará? Si la vía es constitucional, ¿cómo es? Su pronóstico es grave, y más si se trata de un desliz retórico. O de una boconería. Porque merma su liderazgo y complica la situación del país que necesita paz y diálogo. Hasta aquí esta reflexión.(Por cierto, en próxima columna responderé el vil ataque que me hizo Capriles con motivo de mis palabras ante la AN).