Revista Educación

El profesor

Por Juancarlos53
El profesor

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

En estas cosillas, que le venían por oleadas al magín, pensaba Don Antonio cuando vio que los padres de algunos alumnos pasaban frente a los ventanales de su casa hablando en voz alta. Escuchó que decían:

—Entonces a Galán lo han matado por su lealtad con las ideas republicanas.

—Qué lealtad ni qué ocho cuartos, Emiliano. Fermín Galán ha muerto por no esperar, por querer ser él quien instaurase la libertad, quien echase abajo la Monarquía.

Emiliano y Faustino, los padres de alumnos que así conversaban. se perdían ya calle de los Desamparados abajo. El frío de diciembre apretaba, la Navidad estaba ya en puertas, Antonio daría hoy la última clase del trimestre. ¿De qué hablaría? ¡Ah, ya, sí, hablaré de él!

—Queridos alumnos la clase de hoy la dedicaremos a Fray Luis. ¿Sabéis qué es poesía? ¿Conocéis la ascética? ¿Y la mística?

Así habló don Antonio en cuanto el aula, tras el habitual barullo montado por los chicos al entrar y acomodarse en sus pupitres, quedó en silencio. Tres o cuatro de los alumnos más despiertos se miraron con extrañeza entre sí. ¿Se habría olvidado el sabio profesor de que la asignatura que impartía era la de Lengua francesa?

—Veo que me miráis con cara de sorpresa —prosiguió Antonio—, pero hoy no es día para andarnos con zarandajas. A los acontecimientos sucedidos en Jaca y Huesca la noche pasada sólo cabe responder con inteligencia y mente abierta.

—¿A qué se refiere, profesor? —impetuosos y sin pedir permiso alguno le interrumpieron varios de los muchachos.

—Simplemente me refiero a la vida, al amor, al amor a la vida y sobre todo a la libertad. Ayer fueron fusilados en las tapias de un polvorín oscense unos cuantos militares que quisieron por fin quitarse, a ellos mismos y a todos los españoles a quienes servían, los cepos y los grilletes que los encadenaban a la miseria y al atraso secular. Ellos, Galán y García Hernández, consideraron llegado el momento y sublevaron a su guarnición jacetana.

—Entonces, profesor, ¿ha llegado ya la República? —inquirieron Santos y Fructuoso, sus dos alumnos más lerdos.

—No, no, no. A ver si os enteráis y atendéis a lo que yo os digo. Una cosa es intentar algo, y otra, muy distinta, es lograrlo. Además os lo repetiré por enésima vez: si se quiere que algo sea alcanzado de verdad y con vocación de perdurabilidad sólo los votos podrá asegurarlo. Una asonada, por muy deseada y loable que sea su finalidad, jamás la apoyaré. La paz sólo podrá alcanzarse a través del consenso. Por eso hoy quisiera que reparásemos en unos versos frailuisianos que dicen así:

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

—Bellísimos versos, don Antonio —intervino con alborozo el hijo de Faustino interrumpiendo la declamación del profesor de francés, hoy reencarnado en su auténtico ser— ¿Podría decirnos dónde podemos encontrarlos para leerlos luego con más sosiego?

—Seguramente estarán en vuestro libro de literatura —respondió Antonio— aunque los autores de estos textos parecen considerar estúpidos a los alumnos y se contentan con colocar en ellos sólo sus primeros versos o a lo sumo primeras estrofas. Sabed que las que os he recitado son las tres últimas del poema que el agustino Fray Luis de León dedicó a la vida tranquila, fuera de las insidias y envidias propias de las urbes. Me refiero a su Oda a la Vida retirada. Seguro que sí que reconocéis su primera estrofa, la primera lira:

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

Sí, sí, esa era la estrofa que de las diecisiete que componían el poema entero aparecía en la, ésta también, pobrecilla muestra de literatura española que era el libro que tenían por manual en el Instituto General y Técnico de la ciudad castellana famosa por su acueducto romano y por su espectacular alcázar.

Transcurrieron unos meses, pocos, la verdad sea dicha. Don Antonio pasaba a veces más tiempo en Madrid que en Segovia. Sus ausencias de clase se justificaban por la inmensa actividad cultural que desarrollaba en la capital. Allí acudía y participaba en algunas de las tertulias más conocidas en los círculos intelectuales madrileños: la de Pombo, la del café del León, la de la propia casa de Ortega… Era imposible estar en dos lugares a la vez. Antonio procuraba cumplir con su profesión de enseñante, pero no siempre era fácil. Aunque en verdad para él era una pena inmensa, tenía la ventaja de ser viudo; quiero decir que nadie lo esperaba en casa, que si no llegaba a la hora, no pasaba nada. Y además en Madrid estaba Pilar, su amor secreto, su Guiomar poética: «Tu poeta / piensa en ti. La lejanía / es de limón y violeta, / verde el campo todavía / Conmigo vienes Guiomar / nos sorbe la serranía.»

Y por otra parte también la política, la sociedad, lo llamaba. Antonio era requerido por unos y por otros para dar su opinión. Cuando sólo faltaban dos semanas para las elecciones municipales del doce de abril  de 1931 la actividad mitinera en la capital de España era desbordante: «Intervendrá el poeta Antonio Machado en el acto», se podía leer en no pocas convocatorias de encuentros a favor de las nominaciones de los partidos republicanos. Antonio sentía una predisposición especial, por amistad e intereses profesionales, hacia la candidatura de Unión Republicana que acudía a los comicios en conjunción con los socialistas y que presentaba como cabeza de lista a Pedro Rico. Pedro Rico, docente como él, había formado también parte en la Juventud Escolar Republicana.

Era tal el fervor republicano de don Antonio en las fechas anteriores al doce de abril que, de vuelta en Segovia, ante sus alumnos no sólo se conformaba ya, como en el diciembre último, con acudir a la poesía del quasi estoico fraile agustino sino que incluso le compuso un poema al capitán ajusticiado.

—Don Antonio, don Antonio —le preguntaban los chicos cuando las elecciones ya estaban a la vista— usted por quién votará.

—Eso no se pregunta, Marcial —respondió el catedrático de francés al hijo de un hacendado local que se presentaba al ayuntamiento segoviano por el Partido Reformista—. El voto es secreto y gane quien gane ha de aceptarse el resultado.

—Ya, pero no es lo mismo ser del Partido Reformista como el padre de Marcial —saltó, impertinente, Frutos, un chico grande y callado hasta ese día en que parecía haberse soltado— que de la Derecha Liberal Republicana.

El profesor

—Yo, querido niño —respondió Machado a Frutos con cierto retintín— no soy de ningún partido, no milito en ninguna formación. Tengo mis ideas, naturalmente, ideas que guardo para mí, aunque sé que unos y otros me atribuyen filias y fobias políticas sin ninguna razón de peso.  —Y dirigiéndose a toda la clase prosiguió—: Pero os diré una cosa, piense lo que piense quien esté frente a mí, yo lo respetaré y jamás alzaré una mano contra él. Esto es muy importante. Y hoy, que estamos en plena primavera y que los almendros han perdido sus flores y los olmos están verdeando ya, quiero unir esta alegría estacional a la social ante esas elecciones del próximo domingo que se prevén tan reñidas. Ojalá que Galán y García Hernández no hayan muerto en balde. ¿Recordáis la canción infantil de La Primavera ha venido.

—Sí, sí —respondieron todos al unísono—. Nos gustó mucho cuando nos la dijo usted, profesor.

—¿Podríais recordármela a mí?

—Sí, claro —gritaron excitadísimos, al tiempo que en coro y atropellándose la entonaban—: «La Primavera ha venido/ nadie sabe cómo ha sido. // Ha despertado la rama / y el almendro ha florecido/ y en el campo se escuchaba / el grigri del grillo.// La primavera ha venido /nadie sabe cómo ha sido.»

«¿Y si como homenaje a estos dos militares muertos la transformásemos un poquito? ¿Qué tal quedaría algo así?:  «La primavera ha venido / del brazo de un capitán. / Cantad, niñas en coro: / ¡Viva Fermín Galán!», pensaba el profesor, escapando así, hacia su interior, de la baraúnda infantil.

—Profesor. Profesor, ¿le ocurre algo? —fue Marcial quien, al ver a Antonio ensimismado y sin responder al cántico alegre de los niños y niñas de la clase, corrió hacia él con ánimo de despertarlo, sacarlo de su letargo.

Dos días más tarde, cuando las urnas decidieron el ascenso de los unos y el exilio o salida de los otros, vería don Antonio confirmada esta revolucionaria llegada de la primavera que su alma de poeta había imaginado en clase ante los alumnos. Exultante, fuera de sí, alegre y feliz como jamás recordaba haberse sentido, fue él, Machado, quien, junto a su amigo, tocayo y colega Ballesteros, izó en el ayuntamiento segoviano la bandera tricolor al tiempo que los congregados en la plaza cantaban, entusiastas, la Marsellesa, y sonaban los acordes del Himno de Riego.


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