Revista Filosofía

El profesor que se hizo a sí mismo

Por David Porcel
Es sorprenderte comprobar que el grupo hace la clase, y el alumno al profesor. Cuando las miradas están fijadas, como la del niño en el gesto del padre o la del enamorado en el de ella, de quien sabremos sólo nos quedará su nombre, sobran las comas y los puntos. ¿Pero a partir de qué momento la educación ya no puede educar? Una alumna asentía cuando confesaba que el conocimiento, como la curiosidad, sólo puede ser uno. ¿A qué temprana edad lo aprendió? Quizá al leer Las mil y una noches; quizá con el pasaje del guardián de Kafka que custodia la justicia. ¿O sería con La invención de Morel de Bioy Casares? ¿Acaso le condujeron a ello las Reglas para la dirección del espíritu de René Descartes, o fueron todas ellas? En cualquier caso, eso ya lo sabía.
 El profesor que se hizo a sí mismo
¿Pero qué se encuentra más allá de las palabras que las hace portadoras? ¿Qué escondía la mirada de aquella alumna que ya sabía de tus palabras? ¿Acaso un deseo de ver en otro sus pensamientos? ¿Un anhelo desesperado de complicidad? ¿O un túnel por el que conectar consigo misma? Su mirada, sin embargo, sí logró sacarnos de la monotonía del horario y hacernos escuchar, aunque fuera por unos instantes, al profesor que se hizo a sí mismo.

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