Por: Reinaldo Escobar
Caricatura: Yuri Kosobukin
Las cifras esconden más de lo que dicen en el caso cubano. Los datos publicados por la prensa oficial sobre la composición del próximo Parlamento ocultan que el núcleo de la Asamblea Nacional quedará inalterable a partir del 19 de abril con la investidura de la IX Legislatura. Poco importan los nuevos diputados que ingresen, la clave para entender este órgano de poder radica en señalar a quienes se quedan.
Al menos 231, un 38% de los parlamentarios, repiten en sus escaños por segundo mandato consecutivo y el resto, que representa un 62%, se incorpora a la nueva legislatura. Este último grupo está compuesto mayoritariamente por asambleístas sin cargos en las altas esferas del Gobierno y el Partido Comunista de Cuba (PCC), por lo que su capacidad de decisión y de agregar puntos a la agenda de discusiones es casi nula.
Algo bien diferente ocurre con 93 de los diputados que se mantienen. Son, justamente, los que ocupan los más altos puestos del Comité Central del PCC, las carteras ministeriales y las posiciones en el Consejo de Estado. El grupo de los “inamovibles” también lo componen las figuras al frente de las llamadas organizaciones de masas y del Poder Popular, las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior.
Obviamente se incluyen en ese conjunto los integrantes de la llamada generación histórica: ocho ancianos sobrevivientes entre quienes destacan Raúl Castro, Ramiro Valdés, Machado Ventura y otros que han pasado hace años la edad de jubilación.
Ese núcleo duro determina el rumbo que toma la Asamblea, los temas que se debaten, las leyes que se aprueban e incluso el comportamiento de los demás legisladores. En tanto, los nuevos ingresos funcionan como “relleno” para equilibrar las cuotas de género, raza, origen social y diversidad profesional que se exhiben al mundo como una muestra de la “democracia cubana”.
En esta obra teatral más que ensayada que es el Parlamento cubano resulta fácil distinguir quiénes son los protagonistas y quiénes se desempeñan como actores secundarios, incluso como extras. En la próxima Asamblea los “intérpretes” más confiables se quedan, permeando en los novatos con sus prácticas de obediencia e imponiendo su disciplina partidista o militar a quienes pretendan cualquier osadía.
Así ha sido por más de 40 años.
Durante la VIII Legislatura, trece diputados renunciaron a sus puestos, cinco fallecieron y uno fue revocado. Ningún proyecto de ley fue reprobado. En el salón principal del Palacio de Convenciones las manos levantadas en señal de aprobación siguieron con la nefasta tradición de la unanimidad. Durante ese tiempo fue un Parlamento sin tendencias visibles, sin saludables altercados, sin reconteo de votos, sin alas, sin vida.
Ese inmovilismo estuvo determinado justamente por la velocidad y la dirección que impuso al resto de los diputados un grupo que apenas representa la sexta parte del total. Un puñado de parlamentarios que se se comportaron como perros ovejeros, a veces solo uno, que guía con sus ladridos y su actitud a un enorme rebaño. Fueron los custodios de la ortodoxia y los guardianes de la verticalidad.
Los nuevos diputados designados para compartir asientos con esa claque solo deben estar atentos a las señales, el inicio de un aplauso y el movimiento de la cejas de los veteranos. Entre los que se mantienen está Raúl Castro, que ha asegurado se retirará de su cargo de presidente pero, muy probablemente, quedará incluido como miembro en el Consejo de Estado y de ministros.
Ubicado en esa “máxima instancia”, Castro repetirá el esquema que rige en el resto del Parlamento: la estructura formal es accesoria, la que vale es la autoridad histórica y el verdadero poder para la toma de decisiones. Es la manera que ha encontrado el gobernante para cumplir su palabra de no tener un tercer mandato pero seguir mandando.
La clave de esa jugada la reveló el propio general hace siete años, durante el acto de cierre del VI Congreso del PCC cuando se anunció que José Ramón Machado Ventura iba a encabezar el Secretariado del Comité Central. Castro contó entonces que le habían preguntado quién iba a presidir las reuniones del Secretariado de la organización si ambos asistían a esos encuentros.
La respuesta fue clara y directa: “Machadito sabe que cuando llego a una reunión yo asumo [el liderazgo]”. Esta actitud será la que repita si se mantiene en el Consejo de Estado aunque no sea presidente. No influye mucho la silla que ocupe, su autoridad sobre el posible heredero del máximo cargo del país será ejercida desde la corta distancia.
Con un grupo de duros que controlan la Asamblea Nacional y un velador tan poderoso en el Consejo de Estado y de ministros, poco puede esperarse de la próxima legislatura y del “nuevo Gobierno” o “próximo Gobierno”. La estructura que se presentará públicamente en abril próximo no merece ninguna de esas calificaciones.
En 2010, cuando el anterior Parlamento no se había aún conformado, el activista Carlos Ríos llenó los muros de La Habana con el lema “No a la Octava Legislatura”. Hoy, el opositor vive en el exilio, sus grafitis se desvanecen sobre las fachadas de la ciudad y un grupo de parlamentarios están a punto de juramentar sus cargos para que todo siga siendo igual.