A la hora de escribir este post ignoro si Pedro Sánchez presentará la renuncia como secretario general del PSOE, aunque no parece que tenga otra salida. La dimisión esta tarde de la mitad de la ejecutiva federal es un obús en la línea de flotación de la estrategia del debilitado dirigente socialista que abre un boquete imposible ya de taponar. Aunque uno empieza a estar curado de espanto ante la capacidad de Sánchez para aferrarse a la secretaría general, atrincherarte al frente del partido cuando no te apoya ni la mitad de la dirección sería una actitud infinitamente más irresponsable que el congreso extraordinario que el lunes se sacó de la manga para no asumir las consecuencias derivadas de los penosos resultados de las últimas citas electorales.
Sánchez, en sus horas más bajas como político y seguramente en las últimas como máximo dirigente del PSOE, ha perdido claramente el pulso con los barones y ha terminado provocando una profunda división en el seno del primer partido de la oposición de este país, cuando es muy probable que los españoles seamos llamados a votar por tercera vez en un año. No me cabe la menor duda de que en el PP y en Podemos deben estar haciendo cálculos a esta hora de cuántos escaños más van a obtener en las próximas elecciones ante la desastrosa situación interna que se vive en un PSOE camino de pasar a estar dirigido por una comisión gestora.
Son múltiples las causas que han llevado al partido y a su todavía secretario general a esta situación de fractura interna, pero una de ellas y no la menos importante es el propio Sánchez. Es cierto que se ha topado con los viejos rockeros del partido, poco dados a experimentos políticos salvo que sean con gaseosa. Sin embargo, Sánchez no ha tenido la mano izquierda que era imprescindible para atraerse a sus posiciones a la vieja estirpe de la que forman parte Felipe González o Alfonso Guerra, que lo fueron todo en el PSOE, y a la que se une el estamento nobiliario de los barones territoriales de los que dependen los principales graneros electorales socialistas.
Ha preferido actuar como elefante en cacharrería, pisando callos en las federaciones más importantes del PSOE como la andaluza y proponiendo triples saltos mortales sin red para desatascar la gobernabilidad del país. Cuando el comité federal del partido, máximo órgano decisorio entre congresos, puso reparos a sus planteamientos los ignoró y recurrió al apoyo de los militantes para no dar su brazo a torcer. Esa finta, que ahora parece dispuesto a repetir si el comité federal no autoriza el congreso extraordinario, puso de evidencia que su máximo objetivo no era volver a hacer del PSOE un partido renovado pero fiel a sus esencias y capaz de disputarle el gobierno a la derecha.
Era, sobre todo, escudarse en la militancia para mantener la secretaría general a toda costa con la indisimulada esperanza de acceder algún día a La Moncloa. Las grandes cuestiones que tenía y tiene que resolver el socialismo español - cómo hacer sostenible el estado del bienestar, cómo responder al populismo emergente, cómo resolver las tensiones territoriales o cómo diferenciar tu discurso económico del que sostiene el neoliberalismo - han quedado en el limbo a la espera de tiempos mejores. Ha preferido empezar la casa por el tejado y consolidar su poder personal antes que el poder de atracción del PSOE para unos electores en desbandada hacia la abstención o hacia otras formaciones políticas.
Ese poder está hoy bajo mínimos porque la persona en cuyas manos recayó la responsabilidad de volver a hacerlo valer lo ha dilapidado, mientras el tejado por el que ha querido iniciar su obra está a punto de caerle sobre la cabeza. Como ya comenté en otro post hace unos días, el PSOE es un partido fundamental para la estabilidad política del sistema democrático español; por eso, la situación por la que atraviesa no debería alegrar a nadie, ni siquiera a sus rivales políticos por mucho que se puedan beneficiar de la misma. Ahora bien, es el PSOE, sus militantes y sus dirigentes, los que tendrán que decidir cómo quieren salir de esta debacle para volver a presentarse ante los españoles como un partido en el que sea posible confiar.