El pudor
La vida no deja de darnos lecciones o llevarnos a su repaso...
El pasado fin de semana sor Encarnación entró en las dependencias del Servicio de Urgencias sentada en una silla de ruedas. La acompañaban dos hermanas más jóvenes que parecían tratarla, a pesar de sus años, desde una cierta condescendencia materno-filial... Todas ellas vestían hábitos impecablemente planchados e inmaculadamente blancos...
Sor Encarnación se encontraba mal desde hacía un par de días, y aunque costó Dios y ayuda el acabar definiendo lo que en su caso podría significar "encontrarse mal", pudimos concretar su problema y llevarlo hacia el terreno abdominal: un cierto estado nauseoso y un mal definido malestar intestinal nos encaminaron hacia un estudio más concreto.
Pedí a las hermanas que me ayudasen a tumbar a sor Encarnación en la camilla y la dispusiesen para una adecuada exploración, para lo cual empezaron a desvestirla, si bien Sor Encarnación, con ese mayor pudor que le supongo a su vocación, no tardó en recolocarse inmediatamente la faja cuando se la bajaron...
Al ver la situación y por aquello de no forzar las cosas, opté por conformarme con el examen del abdomen a través de la prenda que tapaba su tercio inferior. Tras hacerlo, me dirigí a las tres hermanas en estos términos: -. Me preocupa ese dolor agudo que presenta en el punto del apéndice, convendría que lo estudíasemos con más detalle, con el ánimo de descartar una posible apendicitis... -. ¡Qué vaaaaa! -exclamó sor Encarnación-... ¡Si ya me la quitaron hace años!
Tras el comprensible "¡Tierra... Trágame!"..., la correspondiente moraleja: "¡Para ver mejor, olvidate del pudor....!"