Anoche mi amigo K. me aconsejó que dejara el blog. Sostuvo la infame teoría que usaba el poeta Rainer María Rilke
para su poesía y quién sabe si para su vida: eso de que todo a lo que
se entregaba se hacía rico, quedando él pobre. Mi pobreza es
circunstancial, en todo caso. La riqueza del blog, una amabilidad
semántica de K., que me aprecia después de tantos años soportándonos y
consultando el oráculo diario de la amistad por ver si encontramos algo
nuevo. Contra pronóstico, el tiempo juega siempre a favor. Cuanto más
días acumula el contador de entradas, ese chivato de las estadísticas
que me dice que han ingresado en el blog más o menos transeúntes
casuales que ayer y que alguno, oh fatum, ha permanecido en un post lo
suficiente como para leerlo, más apego siento por la ocurrencia de
inventar este rincón. Me puede pasar como a un buen amigo (bloguero,
inevitablemente en este caso) que cerró el kiosko al sentirse abrumado
por la necesidad de escribir. Como la bestia que precisa carne todos los
días. Como la novia ninfómana que nunca tuvimos del todo. Como el chute semántico que precisamos para no caer del todo en el abismo. El fiscal, el yanki, tendrá más fuste social, pero el mío, mi abismo es semántico. Son las palabras las que me alejan de él o son las que inclinan mi cuerpo gordo hacia su vértigo y su fiebre.
A K. le
confío mis cuitas porque se pringa: hay que premiar al tozudo, aunque lo
que nos revele termine por molestarnos. Él escribe unas cositas sueltas
en una moleskine doméstica que guarda en su chaquetón de
invierno y que, en verano, olvida en casa y la desatiende casi por
completo. Así no se pueden hacer las cosas, le suelto mientras apuramos
un café en un bar. Están empezando a caer unas gotas. En Lucena, en mi pueblo de ahora, llueve menos que en Ubrique, un pueblo de antes. A mí me gusta escribir cerca de una ventana desde la que se puede ver la lluvia. Literatura de
Navidad, apuntes sentimentales a pie de cerrar un año muy bueno en
muchas cosas y nefasto, por supuesto, en otras. Muy bueno. Muy nefasto. Letras heridas por el
frío tuteladas en el forro de tela de marca. Recuerdo cuando empecé a
escribir: recuerdo sobre todo la distancia entre el pudor y el deseo de
liberar algún tipo de dolor que me oprimía el pecho. Venció la
liberación de toda posible toxina. El pudor no existe, K. El blog es un
campo nudista, en ese sentido: una especie de territorio libre de
abrigos en el que es posible mostrar todas las miserias de nuestra
caligrafía y, quién sabe, algún posible brinco del genio creativo que
todos llevamos dentro. Rilke murió paupérrimo y eso que la poesía no es
un género al que se entreguen toneladas de material confesable. En un
blog cabe de todo y caso de que tuviésemos todo el tiempo del mundo
podríamos dedicarnos en exclusiva a facturar entradas y a contar el
ritmo de la respiración de los pájaros que se posan en el alféizar de mi
ventana, a renombrar la dicha. Esta tarde la dicha se llama Charlie Parker: Charlie Parker otra vez. Charlie Parker with Strings. No sé si ya estaba muy tocado, pero sopla como un ángel bendito.
Este
Rilke dio con la frase favorita de K. O fue al revés. Nunca encuentra
quien escribe mejor pasión que la retorcer las palabras y encontrar en
el envés de ese agravio el zumo exacto de su significado. Ahí andamos.
En la franquicia del tedio, en el júbilo, en la concurrencia divina de
algunos azares que posibilitan que llame un amigo justo cuando más lo
echábamos en falta o que la realidad no nos aturda en exceso. Suele
hacerlo. Suele noquearnos a gusto con la certidumbre de que no podemos
librarnos de ella. Volvemos, incautos, a la plaza de armas. A la
disciplina de las horas. En esa disciplina estamos todos. Previsibles, programados. El pudor no existe, K. No voy a dejar el blog. No creo que sepa soportar su ausencia, la presencia tangible de las palabras, del traje que las viste. Un blog es un campo nudista, pero es también un vestidor en el que fuésemos abandonando todas las prendas que hemos usado durante nuestra vida. Se podría escribir una biografía a partir de ese inventario textil. Mi vida es lo que visto, pero solo soy yo cuando estoy desnudo. Al escribir, uno se desprende de lo ajeno y queda en lo más acendradamente humano. No acabamos de entender la razón por la que ofende la epidermis. El porqué del pudor. Todos los porqués de la carne. Será la educación religiosa, toda esa lista de pecados. Son los pecados los que no existen, K. En todo caso, los delitos, pero incluso esa viraje jurídico (o sentimental) puede discutirse. Ya ves, palabras. Empezamos bien el año. Salud a todos.