Entre el departamento de Vaucluse y los Alpes de la Alta Provenza se encuentra la región del Luberon, la tercera y última cadena montañosa de Vaucluse. Se trata de la Provenza más rural, de áspera belleza y de bosques teñidos de ocre, de pueblos medievales encaramados sobre escarpadas colinas de piedra calcárea, de castillos, de tenue luz y tranquilos paisajes. Su capital es Apt, donde se celebra un importante mercado semanal y un buen punto de partida para explorar el Parque Natural Regional del Luberon, aunque cada una de las pequeñas localidades tiene un encanto especial: Manosque, Bonnieux, Menerbes, Lourmarin o Lacoste, lugar donde permanecen las ruinas del castillo del marqués de Sade (si las paredes hablaran…) quien vivió en el pueblo desde 1774 hasta su detención en 1778. Fuera de la época de máxima afluencia turística, la vida en estos pueblos sigue tranquila y las tertulias en un café, acompañadas de una copa de pastís, forman parte de la rutina.El pueblo de más renombre de la zona es Gordes, que visto desde fuera parece a punto de despeñarse de la montaña.
A unos tres kilómetros de Gordes, cogiendo un desvio a la izquierda antes de entrar al pueblo, se encuentra ”le village des bories” o el pueblo de las bories. Las bories son un tipo de construcciones emparentadas con los talaiots de Menorca o las clochan irlandesas.Se trata de unas cabañas construidas con láminas de piedra caliza seca que acostumbran a ser de uno o dos pisos. Su origen se remonta a la Edad de Bronce y parece ser que su finalidad inicial era únicamente para cobijo de pastores. Se pueden ver algunas bories aisladas en diferentes puntos de la Provenza, pero en el village se agrupan una buena muestra de ellas. Se llega hasta allí a través de un precioso camino de encinas y olivos que comparten protagonismo con la piedra.
Para entrar al recinto hay que pagar 6€ por persona y los altos muros construidos con el mismo método de piedra seca, obligan a pasar por taquilla si se quiere ver alguna cosa. La palabra borie de origen provenzal, proviene del latín “boario” que significa establo de bueyes. El pueblo, declarado Monumento Histórico en 1977, está integrado por diferentes grupos de cabañas, unas veinte en total, que se remontan al siglo XVIII. Cada una tiene una función específica: almacén de útiles del campo, vivienda, molino, horno de pan, corral de animales…
El paseo lo realizamos en absoluta soledad, acompañados de una cálida luz de atardecer y pudimos disfrutar plenamente de este homenaje a la sencillez y a la complicidad del hombre de campo con los elementos de la naturaleza.
Otro lugar con magia, también en las afueras de Gordes, es la Abadía de Sénanque, una abadía cisterciense del siglo XII. La imagen del monasterio rodeado de campos de lavanda en flor se repite en postales, en portadas de guías y en folletos promocionales de la Provenza. Aunque no estemos en época de floración de la lavanda, merece la pena acercarse hasta Senanque siguiendo las curvas que traza la pintoresca carretera. Los últimos monjes abandonaron el lugar en 1969 y actualmente es un centro cultural que en verano acoge conciertos y exposiciones.
Un rincón de la Provenza indicado para los que quieran respirar auténtica tranquilidad y disfrutar de la naturaleza en su estado más puro.