Revista Opinión

El pueblo, unido, jamás será vencido, 3ª parte de Unos nuevos cirujanos de hierro....

Publicado el 23 enero 2013 por Romanas
El pueblo, unido, jamás será vencido, 3ª parte de Unos nuevos cirujanos de hierro....     El derecho de pernada Llevamos siglos diciendo por aquí algo que yo no he visto escrito por ninguna otra parte, que la izquierda es la afirmación de la verdad y la defensa a muerte de la justicia.  Como decíamos ayer mismo, Franco lo sabía perfectamente y siendo esencialmente ultraderechista, es decir profundamente nazifascista, no sólo creó uno de la regímenes políticos más ultraconservadores de la historia sino que además puso los cimientos para que éste se perpetuara en el tiempo.  Era un militar vocacional, estaba absolutamente convencido de la debilidad esencial del hombre y de que, por lo tanto, a éste sólo se le puede gobernar mediante la fuerza, la fuerza bruta, la coacción más radical.  Pero sabía también, como lo debe saber todo aquel que se preocupa algo por estas cosas de la política, que, en última instancia, en una sociedad civilizada, son los tribunales, es decir, el Derecho, la Justicia, la que dice la última palabra, la jodida jurisdicción.  De modo que sabía que todo el formidable aparato que representaba su inicuo régimen rodaría fácilmente por los suelos sino lo fundamentaba sólidamente en una apariencia de justicia.  De modo que la piedra angular de su detestable régimen no era, no fue el Ejército, como generalmente se cree, sino el aparato que tiene como misión esencial la Administración de la Justicia.  De modo que hizo de ella la obra capital de su régimen porque él no podía tolerar que uno de esos fantoche togados viniera y echara por tierra lo que sus directos herederos habían logrado.  O sea que controlar la justicia, la Administración de Justicia, era controlar definitivamente al Estado.  De modo que puso todo su empeño en desactivar en su cortijo las teorías de Montesquieu, nada de unos poderes legislativo y judicial independientes, predominio absoluto del poder ejecutivo, o sea, de él y de sus herederos.  Tal vez se vaya entendiendo lo que está sucediendo ahora, tantos años después de la plácida muerte del tirano.  Sus desvelos no se concentraron en la formación de los militares, que esencialmente son un estamento superfascista, sino en sentar las bases para que la judicatura fuera una institución política mucho más conservadora aún.  Había que disciplinar, o sea someter, a los jueces a un régimen más jerarquizado aún que el de los militares, había que unificarlos de tal manera que fueran como un órgano unitario vivo que respondiera siempre a los estímulos externos como un sólo hombre, había que hacerlo, pues, tan corporativo que esta característica se transformara en su condición esencial. Y lo realizó perfectamente, tal vez sea ésta su obra maestra que, como tal, está perdurando intocable a través del tiempo. No se olvide que el tirano fue también director de la Academia Militar de Zaragoza, o sea que, durante mucho tiempo, tuvo a su cargo la formación de una determinada clase de hombres, tenía, por lo tanto, la necesaria experiencia en este aspecto.  Repito, ésta es, quizá su obra maestra, para la que no escatimó medios, y la que cuidó especialmente. Recuerdo un detalle altamente significativo. Había en esta Región un juez que se hizo famoso por la asunción de su función con una entrega total porque estaba convencido de la primacía de la misma para el buen funcionamiento de la sociedad.  Un día, durante un viaje, se topó con un accidente de carretera y no lo dudó un momento, aparcó su coche y se hizo cargo de la situación, estaba allí, tomando las primeras decisiones cuando casualmente pasaron por allí aquella célebre pareja de guardias civiles que patrullaban por nuestras carreteras, la detuvo y comenzó a darles órdenes como si tal cosa, como si fuera realmente su jefe natural, de acuerdo con el principio que considera a todos los agentes de policía agentes judiciales, subordinados por su propia naturaleza a la autoridad judicial. Fue un error que echó a perder la magnifica carrera de aquel hombre. Inexplicablemente, a los pocos días fue desterrado a un irrelevante juzgado de Canarias. De esta manera, se castigaba la indisciplina que supuso su imposición a una institución militar.  Nunca, que yo sepa, y he pasado la mitad de mi vida en los tribunales, otro juez ha tratado a un cuerpo militarizado como es la Guardia Civil de aquella manera que a ellos se les antojó inapropiada. El poder, para la judicatura española, es el poder, si se me permite la tautología. Y el poder máximo, en la jerarquía nazifascista, es el ejecutivo. Punto.  Pero, incluso el poder absoluto, el ejecutivo, debe de guardar ciertas formas.  Y una de ellas es la de mantener una apariencia de legalidad que sólo pueden otorgar los tribunales de manera que había que crear un sistema que mostrara, no sólo ante los ciudadanos sino también ante los organismos internacionales, que el país es eso que se propala en la prensa, un Estado de Derecho, ficción para la que resulta esencial una judicatura que se halle absolutamente integrada en el Régimen fascista.  No es difícil porque la función de juzgar es antinatural, “no juzguéis y no seréis juzgados”, de manera que una profesión que ha hecho su misión juzgar continuamente a los otros se halla predispuesta al ejercicio continuo de la coacción, de la fuerza.  Así, cuando uno de estos jueces se lo cree, piensa que es verdad eso de que ellos están ahí para hacer justicia, se produce una catástrofe social que hay que resolver de mala manera.  Es el caso de Garzón. Garzón, que fue inicialmente seminarista, creía ciegamente en su misión cuasi redentora de la realidad. No supo comprender la situación real de la judicatura en España, ésa que acabamos de explicar. Ellos no están ahí para perseguir y reconducir las desviaciones del poder sino, todo lo contrario, para apoyarlas, para justificarlas. Por eso me da tanta grima cuando escucho a los jodidos tertulianos radiofónicos dar por concluido un problema políticosocial diciendo categóricamente que tal cosa es así porque lo dice una sentencia y son los mismos jodidos tipos que, luego, crucificaron al juez que se atrevió a intentar enjuiciar al franquismo.  Ahora, estalla el caso Bárcenas, que no es sino el puñetero y mismo caso Gürtel, que no es sino el no menos jodido caso Naseiro, que a su vez englobaba el caso Zaplana, “yo estoy en política para forrarme”, que no es sino el mismo caso de todos los casos de corrupción que constituyen la esencia de toda la actividad del PP, que, para ellos, lógicamente, no es corrupción sino el legítimo ejercicio del canallesco poder, porque el poder es precisamente eso, el abuso continuo contra la justicia cubierto por el manto poderoso de la más cínica de las mentiras.  Y a este ingenuo e incauto tipo, el inefable Garzón, va el tío y no se le ocurre otra cosa que intentar enjuiciar ni más ni menos que a Franco, coño, y a su albacea testamentario, el PP, demasiado bien parado ha salido, que sólo lo han echado de la magistratura.  Y, ahora, en una de esas típicas peleas de mafiosos, salta a la palestra que el jodido Garzón estaba en lo cierto, que el PP no es sino pura canallesca corrupción, que sólo vive para eso y los hay tan ingenuos que piden que se le restituya a la judicatura y se le entregue de nuevo el caso Gürtel, que no es sino el caso Bárcenas, el tesorero del PP, que no es sino el caso de su antecesor en el mismo cargo Sanchís, que no es sino el caso Naseiro, que, en realidad, no era sino el caso, el eterno caso Fraga, principio y fin de todas las corrupciones españolas, en fin.  Y me dan ganas de tirarme por el balcón cuando entonces todo el mundo se echa las manos a la cabeza y grita “corrupción, todos ellos a la puñetera cárcel” y ellos, el pueblo, ¿qué, adonde coño los tienen que mandar a ellos, que han criado, formado, educado, instruido, creado, mimado, admirado, adorado, a esta inmensa, inacabable legión de corruptos, que los siguen votando en todos los niveles, que los siguen apoyando, que los siguen admirando, que los siguen divinizando, coño, a estos jodidos lameculos, mamporreros, cabrones que sufren contentos el continuo ejercicio del más ignominioso de los derechos de pernada, qué, coño, qué?

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