Revista Cultura y Ocio

El puente aéreo en stalingrado

Por Fehele
El aprovisionamiento de las fuerzas alemanas cercadas en Stalingrado fue una labor de titanes. La fuerza aérea alemana que había tomado a su cargo la tarea, no estuvo a la altura de la situación y la operación, fracasó estrepitosamente. Uno de los pilotos que intervino en la misma relata así los acontecimientos:

“Las dos bases de partida estaban a una distancia de doscientos kilómetros de Stalingrado. En el interior de la misma bolsa había cuatro campos de aviación: Pitomnik, Basargino, Gumrak, y Goroditsche. El termómetro cayó pronto hasta 20 y 25 grados bajo cero. Si se producía un recalentamiento, la nieve se transformaría en una masa cenagosa. Así pues, los cambios de temperatura resultaban muy peligrosos.

EL PUENTE AÉREO EN STALINGRADO

Un avión Ju-52 se apróxima a uno de los aerodromos de Stalingrado para abastecer a las tropas.

Las bases de partida no tenían pistas de vuelo sólidas. Además, por todas partes se amontonaban mercancías destinadas a Stalingrado. Carburante, municiones y productos alimenticios. El 30 de noviembre, el General Fiebig fue puesto al frente de la operación de suministro. Los aparatos llegaban sin interrupción a las bases. El 1 de diciembre se contaban alrededor de doscientos Ju-52, cien He-111 y veinte Ju-86. Más tarde se emplearon los cuatrimotores He-177, pero estos resultaron rápidamente insuficientes y no estaban a punto para desarrollar este tipo de operaciones. El cuatrimotor FW 200 también se adaptaba mal a operaciones de aquel género, porque requería un personal de tierra altamente cualificado y experto.

Dese los primeros días se vio que no era posible, ni siquiera con buen tiempo, asegurar el transporte de las cantidades de mercancías exigidas. Los rusos estaban al acecho en la entrada de la bolsa, lo que dio lugar a furiosos combates aéreos. Las bombas enemigas abrían profundos embudos en las pistas de aterrizaje y muchos aparatos muy cargados se estrellaban e incendiaban al tocar tierra. Apenas los aviones acababan de parar, los camiones se aproximaban. Manos febriles cargaban la preciosa mercancía, mientras que en el cielo resonaba el estruendo del combate. Soldados heridos yacían en un lado y en otro suplicando y gimiendo que se les sacara de allí.Se los transportaba en las bodegas de los He-111 a retaguardia.

Los mismos aparatos prestaban un esfuerzo considerable. Los motores arrancaban muy mal y, en general, hasta el mediodía no marchaban bien. A veces, incluso rehusaron hacer ningún servicio. Se carecía de todo; desde herramientas hasta calderas móviles. En el interior de la bolsa, el hambre comenzaba a hacerse sentir. Desde los primeros días del cerco, las raciones de los hombres habían sido reducidas a dos tercios de lo normal. A las tropas, los combatientes y expuestas al frío, no se les distribuía a partir del 3 de diciembre, más que dos rebanadas de pan; es decir, 200 gramos y una sopa. En consecuencia, los soldados se debilitaban rápidamente. Cada día aumentaba la proporción de enfermos y heridos. Desde luego, o era solamente el General Fiebig el que sabía lo que ocurría, sino que también las tripulaciones, en contacto con las tropas de la bolsa, se daban perfecta cuenta de todo.

Con frecuencia los aparatos despegaban a pesar de las nubes y la nieve, y en tales circunstancias, las misiones eran más lentas. Los cristales de las carlingas y los parabrisas se cubrían de hielo y perdían sus propiedades aerodinámicas. Con dificultad, los aparatos volaban a través de las tempestades de nieve y llegaban a la base de Pitomnik. Allí todo estaba cubierto por la nieve. Al aterrizar, los aparatos, pesadamente cargados, rodaban hasta que de pronto, la nieve cedía bajo las ruedas y capotaban en los embudos de las bombas.

Nunca se logró la cuota diaria de doscientos aparatos. La cifra más elevada que se alcanzó fue la ciento cincuenta y cuatro aparatos”.


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