Revista Cultura y Ocio

El punto azul.

Por Jesús Marcial Grande Gutiérrez
El punto azul.
Entré en el ascensor y vi la nueva pegatina adherida en la chapa metálica sobre los pulsadores. El texto que la encabezaba rezaba: "Mira el punto azul si no quieres hablar del tiempo"; luego, bajo unos iconos meteorológicos, un punto azul en le centro del recuadro.   
Me quedé perplejo de que, la empresa de mantenimiento, colocara semejante estupidez en las instalaciones a su cuidado: "No se juega con las cosas de comer", pensé. Porque, si bien es verdad que la gente suele hablar del tiempo cuando no sabe qué decir para romper el hielo en el minúsculo espacio de un ascensor o que, otras veces, enfoca la mirada en un punto cualquiera del habitáculo  (preferentemente los pulsadores o el marcador digital de los pisos en tránsito); me parece de mal gusto delatar esos mecanismos de aliviar la tensión. ¿Qué pensará la persona que se encuentra a mi lado si no hablo del tiempo y me dedico a mirar obsesivamente el punto azul? Evidentemente que le caigo  fatal: tan mal como para no dirigirle la palabra ni dedicarle una mirada de reojo. 
La próxima vez que suba al ascensor me echaré unas risas al observar cómo todo el mundo mantiene la vista fija en el dichoso punto azul. Luego comentaré lo ridículos que parecemos mirando todos al pequeño oráculo circular del elevador. Seguro que esto rompe el hielo mejor que hablar del tiempo. 
Los  puntos a mirar se han puesto de moda en distintos lugares: desde las lucecitas de los móviles para alinear nuestra pupila a la lente, hasta el punto rojo de la cámaras en antena durante una entrevista en televisión o incluso, en los inodoros, donde un puntito negro (a veces sustituido por una inquietante araña) obliga a fijar la mirada en la diana de nuestra micción evitando distraernos y mear fuera del tiesto.   
Nunca me había costado abstraerme en un recinto donde la estrechez hacía peligrar la intimidad de los presentes. Me bastaba mirar a cualquier espacio libre y desenfocar levemente mi cristalino. A partir de hoy, en que me invitan a hacerlo sobre su punto azul, enfocaré nítidamente los rostros de mis compañeros de viaje vertical e, insolentemente, escrutaré su belleza y sus arrugas; leeré en sus rostros su biografía. Y hablaré con ellos de cualquier cosa, menos del tiempo. 

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