Todos recordamos a Popeye, aquel gracioso marinero amante de las espinacas, que era hostigado, en cada episodio, por su antihéroe Brutus.
Los continuos abusos del villano hacían que Popeye acumulara hartazgo e impotencia. Y todo explotaba en el preciso instante en que el alimento salvador entraba en escena. La respuesta era, habitualmente, la agresión multiplicada.
Lecciones de Popeye para el mundo de las organizaciones
Karl Albrecht denomina “Punto Popeye” a la situación que experimentan muchos trabajadores expuestos a un estado permanente y agobiante de estrés. Hasta que, en algún momento, “estallan” superados por la presión.
Este mismo fenómeno fue señalado por el experto en inteligencia emocional, Daniel Goleman, quien lo llamó “Disparo de amígdala”. Este nombre proviene del circuito de “alarmas” que, ante estas circunstancias, se encienden en la amígdala cerebral, el “banco central” de la memoria emocional del cerebro.
Tanto el Punto Popeye como el Disparo de Amígdala consisten en una repentina sensación de determinación y propósito, que nos hace tomar una decisión radical y apresurada, sin considerar sus consecuencias.
Esta decisión podría ser renunciar al trabajo. En otros casos, podría involucrar una agresión a nuestro jefe o a colegas (o acciones incluso más graves).
“Se le soltó la cadena” dirían en el barrio, para explicar aquella reacción de alguien que, desbordado por sus emociones, expresa su disgusto de una manera desproporcionada.
Y lo curioso es que, en muchos casos, lo que nos hace reaccionar violentamente no es un gran problema sino una pequeñez que, en la situación de agobio en que nos encontramos, de pronto se nos aparece como abrumadora.
En inglés, a esos disparadores se los llama “derailers”, es decir, algo que nos hace “descarrilar”. Y este descarrilamiento producido en cuestión de segundos puede destruir proyectos en los que hemos invertido largos años de esfuerzo.
Preparándose para el Punto Popeye
En el mundo de las organizaciones, todos pasamos por momentos “delicados”.
Tenemos que prepararnos sistemáticamente para que, cuando aparezca el Punto Popeye, éste no nos lleve a romper vínculos ni a enemistarnos con nuestros jefes, nuestros colegas, nuestros colaboradores ni nuestras familias. Porque lo cierto es que, cuando estallamos y decimos “no puedo más”, con frecuencia generamos conflictos sin retorno.
La preparación debe comenzar en tiempos de paz. Debemos articular los acuerdos para que, en el momento en que llegue nuestro Punto Popeye, tengamos mecanismos preventivos de autorregulación.
Esos acuerdos son los aspectos que definimos previamente con el otro, en los que convenimos cómo actuaremos en caso de producirse alguna situación no deseada.
En esas circunstancias, habrá que pensar con frialdad y claridad, y manejar correctamente las tensiones. ¡Corazón caliente pero mente fría!
No hay curso que pueda prepararnos para ese momento. La clave es un manejo superlativo de nuestras emociones, tener mecanismos de autocontrol para evitar llegar al punto en el que “nos salta la térmica”.
A veces, también podemos recurrir a la ayuda de gente que nos conozca bien y que nos diga una palabra apropiada en el momento oportuno.
El estrés que produce el trabajo influye, a veces positiva y otras negativamente, sobre nuestro cuerpo y nuestra mente. Las patologías que aparecen son muchas y tienen que ver con la personalidad y el sistema inmune de cada uno.
Lo cierto es que más de la mitad de los ejecutivos las padecen y pocas empresas tienen efectivos planes de contención. Finalmente, recordemos que nadie está exento a los golpes de la vida. ¡Todos somos humanos!
Autor Alejandro Melamed - Autor del libro Empresas (+) Humanas (Editorial Planeta).
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