No habían pasado siete noches desde el trágico accidente en Remedios, y ya destellaban secuelas de la negligencia y del descontrol de las autoridades, con nuevos heridos a causa de explosiones pirotécnicas en el parrandero pueblo de Zulueta.
A la vista de varios testigos resultó un incidente muy similar al del 24 de diciembre de 2017, pero casi obviado por los medios de prensa provinciales. Además, minimizado el hecho de que ocurrieran en el mismo municipio.
Como todo parrandero conoce, los barrios de diferentes poblados establecen alianzas e intercambian, dinero mediante, todo tipo de recursos para hacer el espectáculo. Parece que esta vez del gran negocio devino el gran desastre a la vista de todos.
Horas después de las explosiones en las parrandas llegaban llamadas preocupadas y curiosas que pedían detalles de todas partes de Cuba. Pero como los rumores resultan incontrolables, terminas por ceder a ellos para elaborar una verdad, y más, de un hecho con tantos testigos y una investigación en curso de la que poco se conoce.
Cuba entera en shock, pendiente de los heridos de las explosiones en Remedios, esperaba una respuesta para el incidente y medidas para evitar que otro lamentable suceso ocurriera. Todos anticipaban medidas extremas que podrían empañar el espectáculo en las festividades cercanas pero prevenir la tragedia: Caibaríen el día 30, y Zulueta, como es habitual, el 31 de diciembre. Pero no resultaron suficientes (o eficaces).
El área de fuego del barrio de “Los Chivos” fue el lugar de nueva tragedia. Maivis Aquenat, madre de Danis Adrián Vergara una de las víctimas que terminaron en la sala de quemados del hospital provincial de Cienfuegos, fue testigo de ambos accidentes y no abandona su hipótesis sobre el accidente de su hijo: “Los fuegos eran los mismos, que yo los vi, todo sucedió igual que en Remedios”.
La madre observaba junto a su cuñado los fuegos mientras su hijo participaba de ayudante de los artilleros. Con la primera explosión de un mortero a baja altura, Maivis alertó a su acompañante: “corre que aquí va a pasar igual que en Remedios”. Casi una premonición.
Los sacos de morteros sin la protección apropiada comenzaron a explotar e inició el desastre. “Perdí de vista a mi hijo con la confusión y las explosiones, lo encontré luego en la acera del frente con las ropas hecha trizas que le habían ayudado a quitar y con la piel en aquel estado. Todo ocurrió en unos segundos”.
La vida de Danis de 19 años ya no corre peligro. En la entrevista rutinaria con los familiares del lunes 8 de enero los médicos dieron la buena noticia a la familia. Más tranquila, y agradecida se siente Maivis. No quería que quedara nadie sin agradecer: a los trabajadores de la sala de quemados del hospital, las hermandades de tres logias masónicas de Cienfuegos, a todos los que la apoyaron en su desgracia.
Sin embargo, “nadie nos ha esclarecido los hechos hasta el momento, incluso me enteré a través de los vecinos que varios días después fue que los investigadores de criminalística acordonaron el lugar que probaron fuegos a campo abierto”, cuenta Maivis con voz derrotada luego de una semana lejos de casa.
¿Accidente? ¿Negligencia? ¿Cuál fue la causa real? ¿Usaron fuego de la misma procedencia? ¿Qué medidas tomarán las autoridades para que accidentes como estos no ocurran nuevamente? ¿Quiénes responderán por la calidad de los artículos de pirotecnia, por el descontrol, por el personal ajeno y por los niños heridos en las áreas de fuego?
Quedan abiertas las interrogantes para que los días de parrandas sean de fiesta y no de amargos recuerdos para un pueblo que le corre por las venas este tipo de festividades.
Como a todo remediano, desde pequeño mis familiares alimentaron mi juicio con toda clase de historias y consejos para cuidarme de los fuegos artificiales cuando, acompañado de amigos tan adolescentes como yo, no quería perderme ningunas de las parrandas diseminadas por mi terruño, donde asisten personas de todo el país y de muchos lugares del mundo.
Que sin en tal año fulanito perdió la cabeza (literalmente) de artillero de morteros, que si menganito regresó a su casa con un brazo negro, que sin en mascual año un contenedor de voladores explotó y lanzó personas por los aires. Incluso destapan trágicas experiencias familiares cercanas a la muerte de las que nadie hablaba hace años.
Historias exageradas o no, todas se basan en accidentes reales que con el tiempo solo reseñan los que terminaron en el hospital o sus familiares, mientras ocurren negligencias en la utilización y en las aptitudes de las personas que disfrutan de la fiesta ante sustancias tan peligrosas.
Resultaba (y resulta) común el transporte de los fuegos entre la muchedumbre al hombro de los artilleros, el llenado de tableros por voluntarios de cualquier edad y sin medios de protección, las áreas de fuego abiertas y el personal “curioso” dentro de estas. Pero como casi siempre pasa, las medidas preventivas llegan luego de la desgracia.
No comprendí realmente el peligro de los fuegos hasta que unos años después, a forma de bala perdida, observé el recorrido de uno de estos “proyectiles” que terminó en pleno rostro de un transeúnte.
“Corre corre”, sirenas, hospital. No escarmentamos al peligro, como pueblo, hasta que adultos y niños pararon en hospitales a causa de los accidentes pirotécnicos de este fin de año.
Fuerzas policiales en custodia de tableros en el área de fuego del barrio “El Carmen” en la tarde del 24 de diciembre de 2017.
Imágenes del accidente en Remedios el 24 de diciemmbre.
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